La palabra 'educar' procede del latín educare, que viene a su vez de educere. Este término está formado por ex (sacar, extraer) y ducere (guiar, conducir). Podríamos concluir, por lo tanto, que el significado original de 'educar' es "guiar a una persona para que extraiga lo mejor de sí misma". No existe un objetivo más importante que este. Padres y educadores deseamos que nuestros esfuerzos sirvan para que los niños y los jóvenes desarrollen todo su potencial. Por supuesto, se trata de una meta que sólo puede alcanzarse con tiempo y paciencia. En este punto aparecen las complicaciones, porque el camino de la educación está plagado de aquís y ahoras. Educar también es tomar decisiones y resolver desafíos inmediatos. Y la exigencia es tan constante e intensa que puede hacernos perder de vista la brújula que señala el destino principal: el de nuestros objetivos a largo plazo.
Llevémoslo a la práctica. Sólo necesitas diez minutos, papel y bolígrafo. Invierte un rato en anotar en la hoja las cualidades que te gustaría que desarrollasen tus hijos o tus alumnos. ¿Qué quieres para su vida? ¿Para qué esperas que les sirva la educación que les ofreces? Si reflexionas pausadamente, es probable que no escribas cosas como "carrera de Medicina" o "un empleo bien pagado". Tu lista se parecerá mucho más a la que propone Jane Nelsen, creadora del modelo pedagógico de Disciplina Positiva.
- Autodisciplina.
- Ausencia de prejuicios.
- Respeto por sí mismos y los demás.
- Interés por aprender.
- Honestidad.
- Paciencia.
- Interés por los demás.
- Responsabilidad.
- Sabiduría interior.
- Pensar con objetividad.
- Compasión.
- Ganas de vivir.
- Educación.
- Autocontrol.
- Sentido del humor.
- Competencia para resolver problemas.
- Integridad.
Más información sobre el curso «Disciplina Positiva»
Decisiones a corto plazo: cuidado con lo que funciona
La lista anterior es únicamente orientativa. Seguro que se te ocurren algunas competencias y cualidades que puedes añadirle, ya sean generales o ajustadas a tu situación personal. En cualquier caso, hay algo que casi todos los elementos del listado tienen en común: son competencias que sólo pueden desarrollarse a largo plazo. No existe ningún método mágico que haga que los niños comprendan al instante la importancia de ser responsables y asumir las consecuencias de sus actos. Tampoco se venden pastillas que fortalezcan su autoestima, ni jarabes que multipliquen su paciencia. Son cuestiones que requieren varios años y un montón de experiencias distintas. El viaje es largo y nuestra misión consiste más en observar, escuchar y acompañar que en intervenir e imponer.
En líneas generales, cualquier mamá y cualquier profe estará bastante de acuerdo con todo esto. El problema es que después de la teoría llega el momento de enfrentarse a la vida real. Cuando un niño pequeño tiene una rabieta terrible, cuando un adolescente suelta una mala contestación, cuando dos hermanos pelean... ¿quién puede pararse a pensar en los objetivos a largo plazo? Lo que nos pide el cuerpo es resolver la situación por la vía rápida. Es frecuente, por ejemplo, recurrir a los castigos, porque a corto plazo pueden ser realmente efectivos. Pero conviene tener cuidado con lo que funciona. Porque quizá extingas la rabieta, doblegues a un adolescente contestón o pongas fin a una disputa fraternal. Pero que ese éxito inmediato no te haga olvidar que tus decisiones pueden tener otras consecuencias en el futuro.
Más información sobre el curso «Disciplina Positiva de 8 a 16 años»
El cambio empieza por el adulto
"El castigo suele interrumpir la conducta momentáneamente", explica Jane Nelsen, "el problema radica en que los adultos no conocen sus efectos a largo plazo. Los niños que han sido castigados no están pensando: «Oh, gracias. Esto me ayuda mucho». En vez de eso, estarán pensando en rebelarse (en cuanto tengan ocasión) o en someterse, en detrimento de su autoconcepto". Entonces, ¿tenemos que consentir que hagan lo que quieran? No. Eliminar los castigos no significa dejar que los niños hagan lo que les apetezca. Un enfoque demasiado autoritario y un enfoque excesivamente permisivo son extremos dentro de un inmenso espectro de posibilidades.
Algunos padres piensan que la permisividad total es la única alternativa al autoritarismo. Otros ignoran qué opciones hay en esa gama intermedia de grises. No se trata de eludir toda intervención y no hacer nada ante los conflictos, sino de buscar alternativas eficaces y coherentes con nuestros objetivos a largo plazo. Por supuesto, esto exige un cambio profundo en nuestra manera de ver las cosas. Un cambio que no es sencillo, porque educar no lo es. Porque seguirá habiendo rabietas, malas contestaciones y peleas entre hermanos: es inevitable. Pero podemos decidir si ponemos el foco en lo inmediato o en nuestros objetivos para el futuro.
En Escuela Bitácoras encontrarás dos cursos orientados a iniciar este proceso de cambio: «Disciplina Positiva», con Bei M. Muñoz; y «Disciplina Positiva de 8 a 16 años», con Bibiana Infante y Violeta Alcocer. Descubrirás una propuesta repleta de herramientas prácticas para educar desde un equilibrio entre amabilidad y firmeza. Porque los niños no se portan mejor si antes hacemos que se sientan peor. Cuando el respeto es mutuo, cuando les ofrecemos oportunidades para reparar sus errores, cuando enseñamos cómo pensar y no qué pensar... es cuando avanzamos hacia los auténticos objetivos de la educación.