Trabajar en equipo en la oficina suele resultar agotador. Alcanzar acuerdos en una reunión de comunidad de vecinos puede costar horas, sudor y lágrimas. Entonces, ¿merece la pena desgastarnos buscando caminos de cooperación con los niños pequeños? Está claro que el esquema de relación vertical es mucho más sencillo: uno ordena y el resto obedecen. No exige escuchar, empatizar ni comprender; ni mucho menos estar dispuesto a ceder. El funcionamiento es simple, pero es difícil que todos estén contentos si siempre se impone el criterio del mismo. Por el contrario, buscar la cooperación con los niños nos obliga a redoblar esfuerzos para comunicarnos y entendernos, pero la recompensa es muy importante.
"Desde la búsqueda de cooperación podemos conseguir cosas con los niños. Porque se trata de que todos ganemos, de que todos estemos a gusto y aportemos para llegar a acuerdos beneficiosos", expone Bei M. Muñoz en el curso «Disciplina Positiva». Este modelo nos propone buscar espacios de horizontalidad en nuestras relaciones con los niños. Como es obvio, no siempre es posible negociar. Si tu hijo insiste en jugar con los cuchillos de la cocina, deberás imponer un límite. Pero existen muchas otras circunstancias en las que podemos pactar esos límites, explicando nuestros deseos y necesidades y teniendo en cuenta las suyas.
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¿Qué significa cooperar?
"Aquí mando yo porque soy tu padre". Seguramente perdiste muchas partidas siendo niño porque tus padres decidían jugar esa carta. Y es probable que, utilizando esas palabras u otras similares, también tú hayas recurrido a ella. Esto es adultismo puro y duro. Los mayores no podemos tener siempre razón por el simple hecho de serlo; ni los niños pueden estar siempre equivocados por razón de edad. Además, la razón es con frecuencia una cuestión bastante subjetiva. Pero eso sí lo tenemos los adultos en monopolio: el poder de imponer nuestro criterio al de los niños.
"En las relaciones verticales hay un perdedor y un ganador. En las horizontales, el objetivo es estar en sintonía, en cooperación, alcanzar acuerdos", apunta Bei M. Muñoz. Cuando empleamos la imposición para solucionar cualquier desacuerdo, propiciamos las luchas de poder y olvidamos la conexión. Todos afirmamos que queremos que nuestros hijos sean pacientes y dialogantes, pero olvidamos que el único camino para lograrlo es enseñarles a través del ejemplo.
Entonces, ¿cómo debemos entender la cooperación? "Cooperar es aprender a trabajar juntos de manera eficaz y saludable, en entornos libres de miedo y culpa", comenta Bei. Las imposiciones sistemáticas e injustificadas no fomentan ese tipo de ambiente, ni lo hacen herramientas de fuerza como premios y castigos. Es posible marcar límites sin recurrir al castigo o al sermón. Desde luego, no es fácil; ni siempre será posible encontrar soluciones en el diálogo. La idea es dar oportunidades al entendimiento antes de recurrir a la imposición.
Las cinco barreras que impiden la cooperación y alternativas para salvarlas
En el curso «Disciplina Positiva», Bei M. Muñoz nos habla de cinco barreras que suelen impedir la cooperación entre padres e hijos, así como de las alternativas que ofrece este modelo. Porque los límites existen en todos los estilos parentales, pero las relaciones cambian cuando los buscamos desde la cooperación.
- La suposición. Damos por supuestas cosas que no sabemos, o dictamos sentencia antes de escuchar la versión de todas las partes. La alternativa es esforzarnos por verificar, no asumir como verdad absoluta algo sobre lo que no tenemos certeza.
. - Rescatar. No sólo es ocuparnos de algo que deberían hacer los niños, ya sean deberes u ordenar su habitación. También los castigos tienen parte de rescate, porque no hacen otra cosa que impedir que se hagan responsables de sus actos. En lugar de rescatar podemos explorar, dejarles experimentar las consecuencias de sus actos (como es obvio, cuando sea seguro y viable).
. - Dirigir. No siempre es absolutamente imprescindible decirles qué deben hacer y qué no. Si nos paramos a reflexionar, tal vez podamos renunciar a algunas batallas poco provechosas. O en lugar de marcarles los tiempos, invitarles a colaborar y a escuchar lo que necesitamos.
. - Expectativas exageradas. En ocasiones los problemas aparecen porque esperamos de los niños algo que no es coherente. Si pretendemos que un niño de dos años permanezca tranquilo y sentado durante una sobremesa de dos horas, es evidente que acabaremos enfadados. Valoremos las circunstancias y aprendamos a celebrar y agradecer aquello que hacen bien, no sólo a criticar lo que no hacen como nosotros queremos.
. - Adultismo. Dejemos de recurrir al "porque lo digo yo" y pensemos más en brindarles el mismo respeto que queremos que muestren por otros cuando crezcan.