A lo largo de nuestra evolución como especie son muchos los aspectos que han ido alterándose en el desarrollo del ser humano. Uno de los más significativos es el tiempo de gestación y embarazo, que se ha visto reducido de manera progresiva y significativa con el paso de los años (milenios).
La evolución del ser humano implicó el aumento del desarrollo cerebral y crecimiento del cráneo, además del estrechamiento de la pelvis debido a la bipedestación, por lo que estos dos factores provocaron que el alumbramiento del ser humano debiera producirse antes para que el cráneo del bebé pudiera atravesar el canal del parto.
Estos factores habrían dado lugar a una mayor inmadurez del bebé que, al llegar al mundo, tan sólo habría desarrollado el 25% de su cerebro.
Nils Bergman, investigador de neurociencia perinatal, afirma que los bebés nacen realmente inmaduros, necesitando realizar una exterogestación de aproximadamente 9 meses para poder completar así su desarrollo neurológico, del sistema nervioso central, siempre en contacto con la madre para favorecer su desarrollo.
Trabajando como médico en la misión de Zimbabue, donde no había incubadoras, Bergman observó que, poniendo a los prematuros directamente sobre el cuerpo de su madre, estos sobrevivían más y mejor que en incubadoras.
Portman, Bostok y Kovacks, tres investigadores que realizaron varios estudios sobre este tema, afirman que hacia los 9 meses de vida, cuando el bebé es capaz de iniciar el gateo, es cuando un bebé está maduro para nacer, ya que no es hasta ese momento cuando comienza a desplazarse por sí mismo de manera autónoma e independiente.
La necesidad del bebé de estar protegido, contenido, seguro y pegado al cuerpo de su madre es una realidad que se mantiene debido a su inmadurez al nacer. No se trata de un mito o un antojo del niño por querer ser cargado en brazos, sino de una verdadera necesidad de éste, donde el contacto, la calidez, la protección del cuerpo de su madre, su respiración, sus pulsaciones, su olor o su ritmo cardíaco, le hacen sentir seguridad y le permiten desarrollarse centrándose únicamente en madurar su sistema nervioso y no en sobreponerse a las adversidades del entorno o encontrar consuelo a situaciones desagradables, que con su inmadurez no es capaz de identificar, reconocer y resolver.
Según el bebé va creciendo, hacia los 6 meses de edad, comienza a estar más interesado por el entorno y empieza a disfrutar de otros espacios como el suelo para jugar y explorar. Hacia los 9 meses de vida comienza el gateo y el bebé se interesa más por el desplazamiento y no precisa de tanto contacto como hasta ese momento.
Para todo ello el porteo es la herramienta perfecta que nos permite satisfacer todas estas necesidades de contacto de los bebés y a la vez proporciona a los adultos facilidad de movimiento, independencia y la posibilidad de tener las manos libres para llevar a cabo otras tareas de manera simultánea. Una fórmula que permite compatibilizar las necesidades de ambos y que se emplea desde tiempo inmemorial.
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