Acompañamiento respetuoso, acompañamiento emocional, acompañamiento en la infancia... Cada vez usamos más este tipo de expresiones para hablar del rol del adulto en la crianza y educación de los niños. Referirnos a padres y docentes como acompañantes es hacer hincapié en el protagonismo de los peques en su propio desarrollo. Parece una perogrullada, pero no siempre lo enfocamos de este modo. A menudo tratamos a niños y niñas como si fuesen recipientes que nosotros tenemos que llenar, o folios en blanco a los que debemos dotar de contenido.
"No podemos parcelar el ser de los niños", advierte Laura Estremera en el curso «Desarrollo de los primeros años». Podemos hablar de lo motor, lo cognitivo y lo emocional, pero siempre teniendo en cuenta que todo está unido en esos seres completos y únicos que son los niños. Y además, tenemos que considerar que todo se relaciona con el contexto en que viven y crecen. Por eso es fundamental que los adultos presentes sepamos cómo acompañar su desarrollo. Pero entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de acompañamiento en la infancia?
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Entender qué es acompañar: la metáfora del jardinero
Para profundizar en el concepto de acompañamiento, Laura Estremera nos propone una metáfora. Pensemos en las semillas. La semilla de cada planta es diferente a las de las otras. Pero en algo sí coinciden: dentro de cada una está toda la información necesaria, todo el potencial de vida. No hay nada que podamos hacer para cambiar su naturaleza. Lo que podemos hacer es garantizar las condicionas externas idóneas para que crezcan sanas, ofrecerles cuidados conociendo sus necesidades específicas.
"Se trata de entender que cada semilla es distinta, que cada planta tiene un ritmo propio y unas necesidades únicas. Y que todo eso va a manifestarse en su forma externa. Los niños y las niñas son como semillas. Nacen con una potencialidad propia, con sus necesidades, su ritmo, su individualidad... y necesitan unas condiciones exteriores adecuadas para crecer y desarrollarse. Así, es un proceso interactivo entre nosotros y ellos", explica Laura Estremera.
Si ellos son como semillas, los adultos acompañantes debemos ser como jardineros. "Los jardineros saben que cada planta es diferente y que todas tienen necesidades parecidas, pero en un grado que varía. Necesitan tierra, luz, agua... pero no necesita la misma cantidad de agua un cactus que un rosal", añade Laura. Cuando una planta enferma o presenta peor aspecto, variamos los elementos a su alrededor. Le colocamos más cerca de la ventana, cambiamos la tierra en la que vive o incluso la maceta.
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¿Cómo acompañamos a los niños y a las niñas?
Cuando a una planta le damos la cantidad de agua que nos apetece, sin pensar en sus necesidades, termina marchitándose. Y si esto sucede, a nadie se le pasaría por la cabeza culpar a la planta por no adaptarse. Volvamos ahora a la infancia. "¿Respetamos su ser y damos a cada uno lo que necesita? ¿O intentamos criar a todos con la misma agua, la misma luz, la misma maceta...? ¿De quién creemos que es el problema si no se adapta?", pregunta Laura Estremera. Quizá no siempre seamos los jardineros que necesitan esas semillas repletas de potencial.
Acompañar a niños y niñas requiere comprender y conocer. Las buenas intenciones son imprescindibles, por supuesto, pero no suficientes. Es muy importante conocer cómo es ese desarrollo para acompañarlo de manera consciente y responsable. Y es igualmente esencial entender que no existe una sola receta mágica que funcione para todos los niños, sino que la magia reside precisamente en que cada uno necesita algo distinto. La oportunidad de conocerles y estar a su lado mientras crecen es, como ya sabes, una de las experiencias más hermosas que podemos vivir.