En muchos hogares, la primera separación importante se produce cuando el niño menor de 3 años empieza a asistir a una escuela infantil. Es un cambio enorme para los peques, pero también para madres y padres. Pasamos cada una de esas horas imaginando, pensando, preguntándonos qué estarán haciendo. Seguramente por eso puede resultar tranquilizador ver y tocar los resultados de ese tiempo que pasa alejado de nosotros. Cada pocos meses, es habitual que desde la escuela nos hagan llegar fichas con pinturas, pegatinas, collages y otras manualidades. Incluso podemos recibir trabajos más elaborados en fechas especiales, como el Día de la Madre. Las creaciones de los niños nos llenan de orgullo, pero... ¿hasta qué punto son recomendables estas actividades?
Que un niño se ensucie y experimente con pintura de colores es saludable, positivo y beneficioso. Y también pueden serlo muchas otros planteamientos del estilo. Sin embargo, en la etapa 0-3 años es especialmente relevante tener muy presentes las auténticas necesidades de los más pequeños. Para acompañar y estimular su desarrollo, las actividades cerradas y dirigidas no pueden ser la base de la propuesta educativa. "La neurociencia demuestra que los niños aprenden moviéndose. No necesitan estar un montón de horas en sillas, haciendo actividades. El movimiento es aprendizaje", sostiene Laura Estremera en el curso «Materiales y recursos para aprender jugando». Lo que les conduce a la mayor parte de los aprendizajes que necesitan no son los puzles, ni las fichas, ni el juego estructurado. Es el juego libre.

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¿Por qué las actividades dirigidas son una práctica cuestionable?
El cerebro no aprende del mismo modo en todas las etapas de la vida. De hecho, los ritmos pueden ser muy diferentes de un niño a otro. Además, no podemos olvidar que algunos aprendizajes que los niños afrontan cuando son algo mayores se apoyan en las experiencias que suman antes de los 3 años. Un buen ejemplo de ello son las importantes relaciones entre gateo y lectoescritura. Antes de estar preparado para reconocer letras y reproducirlas, el niño necesita trabajar fuerza, tacto, agarre, equilibrio... Esto no será posible si no dispone de condiciones, tiempo y espacio para gatear y moverse con libertad.
Los críos de entre 0 y 3 años están empezando a vivir y conocer. Antes de entender ciertos trabajos con papel y otros materiales necesitan entender la realidad que les rodea. Para comprender qué es la lluvia, entrar en contacto con ella es más adecuado, útil y eficaz que pintar gotas azules sobre un folio. Bajo un chaparrón, un niño puede prestar atención al tamaño de las gotas, otro quizá se interese por el tacto del agua, un tercero puede fijarse en cómo se forman los charcos...
Proponiendo a estos tres pequeños una misma actividad, acaso argumentando que tienen una edad parecida, perdemos la mayor parte del aprendizaje. No estaremos dando la debida importancia a sus intereses, ni respetando el tiempo que precisan para cada cosa. "A través de una ficha en papel no vivenciamos conceptos. Trabajando de esa manera no nos movemos, no hay desarrollo sensorial ni vivencial. Lo mismo ocurre con las pantallas", advierte Laura Estremera.

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El juego libre
No importa la época, la cultura ni el lugar del mundo. Si damos cierta libertad a los niños, lo que hacen es jugar. Todos. En cuanto hay tiempo y espacio, el juego aparece. Ni siquiera materiales y juguetes son imprescindibles, aunque haya algunos que sí puedan resultar beneficiosos. A través del juego libre se mueven, sienten, conocen objetos, cometen errores y aprenden de ellos. Jugando tienen la oportunidad de procesar y comprender aquello que sucede en su día a día.
"Jugar no es una pérdida de tiempo. Para el niño es sumamente importante, sobre todo hasta los 6 años. Lo es porque jugando vivencian. El juego libre sale de dentro, el juego dirigido viene de fuera. Otra persona me dice lo que debo hacer", explica Laura Estremera. A pesar de todo, a menudo vivimos y educamos de espaldas a estas evidencias. Dedicamos la mayor parte del tiempo a actividades estructuradas, dejando 'lo que sobra' para el juego libre. Realizamos la inversión más pequeña en lo más importante.
Sabemos que el cerebro del niño aprende aquello que le despierta emociones. Permitir las situaciones que las generan es lo mejor que podemos hacer . "El entusiasmo es un motor emocional para conducir a los niños hacia el conocimiento", explican Marta y Lluvia Bustos en el curso «Educar y aprender desde el entusiasmo». Regala a tus hijos libertad, espacio y tiempo. No dejes de jugar con ellos, no dejes de dejarles jugar.