La Teoría del Apego es actualmente conocida en todo el mundo. El formidable trabajo realizado por John Bowlby y por quienes dieron continuidad a sus investigaciones ha supuesto beneficios para miles de familias, generación tras generación. Entender que las necesidades afectivas y emocionales de los más pequeños son al menos tan importantes como las fisiológicas invita a adoptar modelos de crianza responsables y conscientes. Así, crear y mantener vínculos de apego seguro con sus hijos es hoy una prioridad irrenunciable para muchos padres. Pero lo cierto es que han pasado más de 50 años desde que Bowlby formuló su teoría. Los modelos de familia y la sociedad en que se inscriben han cambiado. Y como es lógico, las dudas aparecen.
La mayor parte de los niños encuentran en su madre a su principal figura de apego. Los artículos, libros y trabajos que hablan sobre el tema suelen centrarse en ellas. Esto puede llegar a desorientar a los papás, que comparten el deseo de crear lazos de apego seguro, pero desconocen qué rol deben desempeñar para favorecerlos. El papel del padre es muy importante y su aportación en este sentido puede ser valiosa en cualquier configuración familiar. ¿Qué mejor fecha para recordarlo que el Día del Padre?
¿Puede un padre ser la figura principal de apego?
La creencia de que sólo la madre natural puede ser figura principal de apego de un niño está muy extendida. Curiosamente, el propio Bowlby no fue criado por su madre, sino por una niñera; y nunca olvidó el dolor que experimentó a los cuatro años, cuando aquella mujer desapareció de su vida. Es probable que ella fuese su figura de apego más importante. Anécdotas biográficas al margen, la realidad es que los papás también pueden llevar a cabo esa misión. La madre cuenta con ventajas considerables, pero eso no significa que sea la única opción.
Es normal que los bebés tengan facilidad para vincularse a la persona dentro de la que han crecido durante la gestación. Las conexiones con su madre comienzan en esa etapa. Y en esa relación, la alimentación a través de lactancia materna es el paso natural siguiente. Supone satisfacer una necesidad del bebé; por tanto, favorece el vínculo. Pero tal como señala Soraya Sánchez en el curso «Claves para criar desde el apego seguro», no es el aspecto más determinante. La prueba está en un experimento realizado por Harry Harlow en los años 60.
Este psicólogo separó unas cuantas crías de mono de sus madres y las introdujo en jaulas. En el interior de aquellos espacios encontraban dos muñecos metálicos. Uno de ellos contaba con biberones llenos de leche. El otro no ofrecía alimento, pero estaba recubierto de felpa y proporcionaba calor. El investigador esperaba que las crías decidiesen pasar más tiempo con la madre que podía saciar su apetito. Sin embargo, los monos sólo recurrían a ella cuando tenían mucha hambre. El resto del tiempo preferían estar con la mamá de felpa. Harlow concluyó así que el amor no se establece tanto a través de la alimentación como a través del contacto.

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El padre como figura de apego secundaria
Cuando la mamá es la cuidadora principal del bebé, ella será su figura principal de apego. Con ella formará una relación íntima, la referencia a partir de la que construirá muchas otras durante su vida. Pero incluso en estas circunstancias, la presencia y la disponibilidad del padre puede ser relevante en la creación de vínculos de apego seguro. Las figuras de apego secundarias tienen una gran importancia en el desarrollo de los niños.
Los estudios de Mary Ainsworth indican que los niños empiezan a mostrar conductas de apego hacia sus mamás a partir de los seis meses. Rudolph Schaffer y Peggy Emerson descubrieron algo más: aproximadamente un mes después, esas conductas comenzaban a dirigirse también hacia otros miembros del núcleo familiar. Como podrás suponer, el padre era el principal receptor de ellas. Con apenas siete u ocho meses de edad, el niño puede empezar a formar vínculos consistentes con personas que no son su madre.
No sólo eso. Schaffer y Emerson descubrieron además que el apego del niño hacia su madre no perdía fuerza al aparecer esta figura complementaria. Al contrario: la intensidad era mayor cuantas más figuras de apego pudiese añadir a su entorno próximo. De esta manera, los lazos entre padre e hijo favorecen el asentamiento de esa base de apego seguro, incluso cuando la madre es la referencia principal. Teniendo en cuenta que el estilo de apego que marca la infancia puede tener consecuencias durante toda la vida, no se trata de una cuestión menor.