Los niños comienzan a gatear a los ocho meses. Caminan a los doce. Empiezan a hablar con dieciocho. Y a los seis años, deberían ser capaces de leer y escribir. Son sólo cuatro ejemplos en una lista que podría ser mucho más amplia, casi infinita. Desde el nacimiento de un bebé, los adultos de su entorno nos ponemos a marcar expectativas sobre su desarrollo. No por crueldad, más bien al contrario. Lo hacemos con la mejor de las intenciones. Consideramos que parámetros como los anteriores establecen lo que es normal; y que las desviaciones de la normalidad nos informan de la existencia de un problema. Incluso existen tablas elaboradas por profesionales que indican a qué edad debería alcanzarse cada hito.
"Vivimos en una sociedad en la que todo está catalogado con fechas. Y además, parece que cuanto más rápido sea todo, mejor. Pero, ¿qué ocurre con aquellos niños que emplean más tiempo que otros?", se pregunta Eduardo Rodríguez en el curso «Movimiento libre del niño en la etapa 0-3 años». Lo que sucede, por desgracia, es que a esos niños le ponemos una etiqueta. "Es lento", dirán algunos. "Tiene un retraso", afirmarán otros. Una vez más, sin maldad; pero indudablemente, demostrando un profundo desconocimiento. No sólo del verdadero significado del término 'normalidad' o de cómo deben interpretarse las tablas. También de los procesos de desarrollo de los niños.
La palabra 'normal' suele hacer referencia a la expectativa de un adulto
Rudolf Steiner, creador de la pedagogía Waldorf, ya alertó sobre la inexactitud e injusticia de las etiquetas que hacen referencia al ritmo de desarrollo de un niño. "El nivel se considera normal cuando responde a aquello que el adulto espera", apuntó. En realidad, las edades que marcan las tablas y escalas señalan la media. Quizá el promedio indique que los niños dan sus primeros pasos a los doce meses. Sin embargo, esto no significa que un niño que lo consiga por sí mismo a los diez esté predestinado a convertirse en atleta de elite; y tampoco supone que aquel que no se lanza a caminar hasta los quince meses tenga un problema. No podemos sentenciar que andar desde los doce meses es lo normal, ni siquiera lo idóneo. A ambos lados del punto medio marcado por las escalas hay enormes márgenes de normalidad.
"Los niños sanos llegan todos al mismo punto. Cada tiempo tiene un porqué. Cada niño emplea un determinado tiempo, pero siempre hay una causa. A veces emplean más tiempo en una fase del desarrollo motor y lo acortan en el siguiente. Creo que lo importante no es si llegan antes o después, sino cómo llegan, tanto en el aspecto físico como en el emocional. ¿Vale la pena que un niño camine antes a costa de que tenga menos confianza en sí mismo? Como adultos, podemos ayudarles disponiendo el entorno más adecuado, no sólo físico sino también humano. Pero el que marca los tiempos es el niño, nosotros nos adaptamos a él. No existe un desarrollo lento, lo que hay es un desarrollo diferente".
Eduardo Rodríguez - «Movimiento libre del niño en la etapa 0-3 años» - Escuela Bitácoras
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¿Qué ocurre cuando intervenimos en el desarrollo motor del niño?
El peligro de las etiquetas es que nunca van solas. Por lo general les acompaña alguna intervención del adulto. Es lógico: cuando se estima que existe un problema, la reacción natural es actuar para resolverlo. Cuando no existe tal inconveniente y aún así se interviene, entonces sí se pueden generar auténticos contratiempos. Imagina, por ejemplo, que el pequeño Jaime aún no ha empezado a caminar, pese a estar cerca de cumplir catorce meses. Sus padres, muy preocupados, le obligan a incorporarse e ir dando pasos, explicándole cómo debe hacerlo y asistiéndole. Incluso le colocan en un tacatá un par de horas al día. Finalmente, a los diecisiete meses Jaime es capaz de moverse de una forma que sus padres sí consideran normal, aunque es algo torpe. En esa torpeza, sus papás ven la confirmación de sus sospechas anteriores.
"Respetando su movimiento, le respetamos como persona. Si queremos que confíen en nosotros, es fundamental respetar sus tiempos. Debemos descubrir la belleza y la riqueza que hay en esto".
Eduardo Rodríguez - «Movimiento libre del niño en la etapa 0-3 años» - Escuela Bitácoras
Lo más probable es que, sin saberlo, los padres de Jaime hayan alterado y desorganizado los procesos de desarrollo de su bebé. De hecho, es posible que su torpeza se deba justamente al tiempo que le negaron y que necesitaba para asentar sus progresos. Empujar a un niño hacia etapas de desarrollo para las que no está preparado es como construir un segundo piso sin afianzar los muros de carga del primero. En este caso, Jaime ha tenido que acostumbrarse a posturas y gestos que no domina. La intervención adulta le ha impedido obtener los medios precisos para llegar al equilibrio y la fluidez. Su base no es sólida, por lo que tampoco lo será nada de lo que consiga construir posteriormente sobre ella.
Pero además, a Jaime le han impedido disfrutar del placer de alcanzar algo por sí mismo. Le han privado de la posibilidad de cultivar su confianza en sí mismo. No ha podido plantearse tareas y problemas, ni buscar soluciones; ha aprendido que necesita de otros para avanzar. No resultaría sorprendente que en el futuro surgiera en él la frustración, un sentimiento de incapacidad antes de abordar un desafío. También podría percibir, con bastante razón, que sus padres no le aceptan ni le respetan. La intervención injustificada no sólo ha tenido consecuencias motoras, sino que ha alcanzado los planos afectivo y psicosocial.
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Acompañar el desarrollo del niño desde el respeto: la pedagogía Pikler-Lóczy
Como es evidente, son los profesionales de la salud quienes deben detectar problemas en el desarrollo y decidir si es o no oportuno intervenir. Cuando un bebé goza de buena salud, lo mejor que podemos hacer los padres es observar, acompañar, respetar y preparar un ambiente adecuado, seguro y estimulante para él. Interés, afecto, paciencia, respeto, calidez: estas son las 'medidas' que sí favorecen el desarrollo de un niño. Aceptarlo tal como es, con su ritmo y con el tiempo que necesite para subir cada escalón.
La propuesta pedagógica de Emmi Pikler apuesta por permitir que los niños crezcan y se desarrollen en movimiento libre. Esto es posible cuando el adulto actúa desde el conocimiento y el acompañamiento respetuoso. En en el curso «Movimiento libre del niño en la etapa 0-3 años», Eduardo Rodríguez explica cómo llevar a la práctica este modelo, sea en el hogar o en un aula de educación infantil. Aprenderás cómo seguir la evolución individual de un niño dejando el protagonismo en sus manos. Y descubrirás que, sea cual sea su ritmo, los peques son seres repletos de potencial e iniciativa.