No hay madre o padre que no lo sepa: de la teoría a la práctica hay un mundo. Casi todos tenemos más o menos claro cómo tratar a nuestros hijos, cómo queremos educarles y cómo preferimos aplicar disciplina en situaciones complejas. Tenemos unas ideas bien definidas, pero la realidad es otra cosa. En el día a día nos afecta el cansancio, el trabajo, los problemas y un sinfín de situaciones que surgen por sorpresa y nos ponen a prueba. Cuando se dan esa clase de circunstancias, corregir a los niños respetando nuestros principios puede convertirse en misión imposible. Con lo complicado que resulta resolver lo más inmediato, ¿de dónde sacamos fuerza y paciencia para plantearnos las cosas a medio y largo plazo?
Es importante que reserves algún momento para hacer autocrítica y detectar los errores que cometes más a menudo. Si sabes en qué punto del camino están las piedras será más sencillo que evites tropezar con ellas. En este sentido, las mamás y los papás no somos demasiado originales: hay equivocaciones en las que todos caemos con cierta frecuencia. Nada como conocerlas al detalle para contrarrestarlas y conseguir que los desafíos diarios no nos sorprendan con la guardia baja. Seguro que te reconoces en alguno de los siguientes errores habituales a la hora de corregir los comportamientos disruptivos de los más pequeños de la casa.
1. Nos concentramos en la disciplina y olvidamos el afecto y el respeto
Quizá parezca contradictorio, pero las correcciones no son en absoluto incompatibles con las muestras de cariño y respeto. A veces elevamos el tono de voz creyendo que de este modo atraeremos la atención del niño. En otras ocasiones nos dejamos llevar por el enfado que nos produce su conducta. Tal como explica Alberto Soler en el curso «Rabietas y límites desde el respeto», no debemos subestimar jamás el poder de un tono amable. Un tono relajado y una buena dosis de empatía suelen ser, a la larga, más eficaces que los gritos.
2. Aplicamos el «piensa mal y acertarás»
¿Cómo reaccionamos cuando vemos el resultado de una travesura? Por lo general, hacemos una reconstrucción del crimen basada en las hipótesis más catastrofistas. No concedemos al 'acusado' ninguna oportunidad de explicarse o defenderse. Por muy claro que lo veas, cuesta apenas un minuto escuchar su versión de lo sucedido y tratar de comprenderla. Comprobarás, al menos de vez en cuando, que el asunto no era tan grave como parecía a primera vista.
3. El castigo es más importante que la enseñanza
"Cuanto peor es el comportamiento a corregir, más duro debe ser el castigo". ¿Realmente este razonamiento sirve para que un niño entienda por qué debe cambiar su forma de actuar? ¿O se trata más bien de hacerle pasar un mal rato para que escarmiente? La mayoría de los castigos son bastante similares a la venganza y tienen poco que ver con la disciplina bien entendida. La mejor solución no es la más dolorosa, sino aquella que más aporte a nivel de aprendizaje. Merece la pena pensarlo antes de actuar.
4. Tratamos de corregirles en público
La presencia de otras personas no genera el mejor contexto para corregir a un niño. Es posible que se sienta humillado si le recriminas su comportamiento en público. La vergüenza pesará mucho más que tus palabras, aunque tengas toda la razón y se lo expliques sin alterarte. Además, puede que también a ti te afecte la mirada de los que te rodean. Si son personas importantes, como familiares o seres queridos, quizá sientas que te están evaluando y eso te lleve a actuar con un exceso de severidad. Caminar unos metros hacia un lugar tranquilo en el que charlar a solas puede evitar que los problemas se multipliquen.
5. No admitimos nuestros propios errores
Una de las cosas que nunca debes olvidar es que tú eres el principal modelo de conducta para tu hijo. Si no eres capaz de admitir que te has equivocado y pedir perdón cuando no le tratas con respeto, ¿por qué iba él a disculparse cuando se porta mal? No es justo evaluar sólo sus conductas, también es importante que sometas las tuyas a las mismas exigencias. Reconocer errores propios es el primer paso para curar las pequeñas heridas que inevitablemente se producen en una relación.
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6. No pensamos en el porqué del comportamiento del niño
Cambiar la manera de actuar de tu hijo no puede ser tu único objetivo. Es algo que olvidamos constantemente, pero conviene dedicar un momento a identificar las motivaciones de una conducta disruptiva. Si consigues comprender por qué tu hijo se porta mal, estarás mucho más cerca de ayudarle de verdad; y eso es mucho más importante que cualquier gamberrada.
7. Corregimos a destiempo
El instante en que observas que tu hijo hace algo que no te gusta no siempre es el mejor momento para abordar el asunto. Si sabes que está alterado, considera la posibilidad de ayudarle a tranquilizarse antes de hablar con él. La comunicación no verbal es una herramienta potente: un abrazo, un toque en el hombro o cualquier señal que ambos entendáis allanará el camino para mantener después una conversación provechosa.
8. No cuidamos las formas
Una vez más, debes tener presente que no eres una simple figura de autoridad, sino que ante todo representas un modelo de conducta para tu hijo. Por eso no sólo es importante tener razón y obrar con justicia: también es esencial cuidar la manera en que actuamos. Los gestos despectivos, las malas palabras, los gritos desmesurados... ninguna de esas cosas aporta nada positivo. Generar un ambiente tenso no ayudará a tu hijo a comprender qué ha hecho mal y cómo puede mejorar.
9. Nos enredamos en luchas de poder
Los niños no suelen estar de acuerdo con las reprimendas y reaccionan planteando sus propios argumentos. Sus réplicas pueden hacer que nos sintamos cuestionados, incluso que el malestar aumente. Es fácil caer en la tentación de contragolpear siendo más contundente todavía, cosa que hará que el niño se vea acorralado y se cierre cada vez más en sí mismo. Participar en este círculo vicioso no lleva a ninguna parte. Escuchar, negociar y ceder cuando la situación lo permita no te hará perder autoridad.
10. Rechazamos su experiencia
'Importante' es un término completamente subjetivo. Lo que para ti es trascendente puede ser insignificante para tu hijo; y algo que para él es capital puede parecerte irrelevante. La empatía es un idioma que debes enseñarle a través del ejemplo. Detrás de una conducta molesta puede haber una profunda preocupación que necesita compartir contigo.
Manejar los momentos de tensión es una de las tareas más complicadas que debemos acometer los padres y educadores. Es fundamental estar preparados para gestionar esas situaciones y aprovecharlas, tanto para enseñar como para aprender. Los cursos incluidos en el pack «Amor y autoridad» ofrecen un amplio abanico de recursos para afrontar discusiones y rabietas, entender los sentimientos de los niños y establecer límites de forma eficaz. Escoge el que mejor se ajuste a tus necesidades o quédate con todos a un precio especial.