Papá o mamá quieren una cosa, el niño quiere la contraria. Esta es, posiblemente, la situación más repetida en el día a día de cualquier familia con hijos. El objeto de la disputa es lo de menos: puede ser un plato de comida, una camiseta, el lugar en el que pasar la tarde, la hora del baño... cualquier cosa puede generar discrepancia. Si la disputa sube de tono, cada parte utilizará sus armas. El niño puede gritar, llorar, patalear y hacer pucheros. Los adultos, en cambio, podemos imponer nuestra postura. El comodín del "porque lo digo yo y punto" es de uso exclusivo de los padres. Y muchos no dudan en recurrir a él con frecuencia.
Es evidente que cuando los padres se cierran en banda suelen hacerlo por un motivo razonable y no por puro capricho. Porque es lo mejor para el niño, porque es lo mejor para todos, porque es lo correcto. Y por supuesto, hay muchas situaciones en las que no queda más remedio que hacer una imposición con toda firmeza. Pero, ¿es tan peligroso dejar que los más pequeños decidan alguna vez, aunque decidan mal? ¿No hay equivocaciones que puedan cometer sin consecuencias fatales e irreversibles? Cuando los adultos nos empeñamos en ganar todos los pulsos, el hogar se convierte en un campo de batalla. "Muchas veces nos quejamos de lo cabezones que pueden ser los hijos y no nos damos cuenta de que los cabezones somos nosotros", apunta Alberto Soler.
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¿Por qué los padres tenemos miedo a ceder?
La tendencia a la inflexibilidad es más común de lo que muchos padres se atreven a reconocer. "Es asombroso cuánta gente parece tenerle miedo a que un niño se salga con la suya", reflexiona Carlos González. "¿Miedo?", replicarán algunos, "no es miedo, es que si cedo no tendrá límites, ¡perderé mi autoridad!". Aquí está el error de base. No mostramos firmeza sólo porque nuestra decisión sea la más adecuada, sino porque creemos que, de lo contrario, el niño no sabrá quién manda. Pensamos que ceder una vez abre una puerta que jamás vuelve a cerrarse. Que un sí es un cheque en blanco para el banco de síes.
A veces hay que pararse a pensar cómo nos ven nuestros hijos. De acuerdo: queremos que sepan quién manda, que respeten esa autoridad. Pero, ¿eso es todo? Desde luego que no. Seguro que también consideras importante que tu hijo sepa que estás dispuesto a escucharle. "Ceder no es un signo de debilidad. Es una muestra de que le respetamos, de que tenemos en cuenta sus preferencias y sus deseos", señala Alberto Soler en el curso «Rabietas y límites desde el respeto». Si siempre terminas imponiendo tu juicio es imposible que te perciba como un interlocutor justo y equilibrado, por mucho que siempre tengas razón (y seguramente no la tengas). Si tanto miedo nos producen las consecuencias de ceder... ¿no debería horrorizarnos que nos vean como dictadores?
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¿Por qué tus hijos necesitan que cedas?
Ceder no es sólo una opción: también es una estrategia. Es una manera eficaz de construir relaciones saludables y una forma de prevenir problemas innecesarios. No tiene sentido recibir cualquier deseo de un niño como un desafío a nuestra autoridad. "El respeto con el que les tratemos desde el nacimiento va a modelar su respeto hacia los demás. Debemos respetar su individualidad, sus deseos y sus preferencias, teniendo en cuenta el momento del desarrollo en que estén", añade Soler. El psicólogo explica que los niños necesitan tomar decisiones para desarrollar su locus de control interno, la percepción de que controlan su propia vida. Sólo así podrán interiorizar el significado de conceptos como autonomía, esfuerzo y responsabilidad.
El enfoque de la Disciplina Positiva hace especial hincapié en que los niños se sientan importantes, aceptados y tenidos en cuenta. "No siempre se trata de tener razón, quedar por encima o tener el control sobre los niños. Tenemos que mantener la conexión con ellos", subraya Bei M. Muñoz. Este modelo pedagógico nos invita a encontrar el equilibrio entre amabilidad y firmeza. A desterrar los gritos, las imposiciones y las luchas de poder. La clave está en decidir qué queremos hacer y cómo queremos posicionarnos como padres, en lugar de obsesionarnos buscando la manera de obligar a los niños a hacer lo que nos parece mejor. "La autonomía debe tener relación con lo que los niños quieren hacer, no con lo que nosotros queremos que hagan", concluye Bei, profesora del curso «Disciplina Positiva».
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Las (verdaderas) consecuencias de ceder de vez en cuando
En el curso «Autoridad y límites», Carlos González deja una memorable reflexión sobre las auténticas consecuencias de ceder cuando es razonable hacerlo. "¿Cómo va a pedir un aumento de sueldo a su jefe a los 25 años... si a los 5 no fue capaz ni de sacarle un caramelo a su madre?", dice el pediatra, "los niños necesitan también la experiencia de conseguir cosas, saber que a veces es posible pedir, negociar y argumentar. Cuando cedes no estás perdiendo autoridad, la estás ganando porque estás demostrando que eres capaz de ceder". Este posicionamiento no tiene nada que ver con darles todo lo que pidan. Además, es perfectamente compatible con permitirles experimentar las consecuencias de sus decisiones.
Lo esencial es saber cuándo y cómo ceder. "La cesión nunca debe ser consecuencia de una rabieta, para conseguir que ésta acabe", advierte Alberto Soler. Nadie quiere que sus hijos aprendan que un berrinche es una manera aceptable de presentar deseos y peticiones. Por eso debemos centrarnos en prevenir. Si estamos abiertos a escuchar, sabremos decir 'sí' en los momentos oportunos. Sólo de este modo podrán confiar en nuestro criterio cuando tengamos que decir 'no'.