La hora de comer debería ser un momento de tranquilidad y gozo para todos los miembros de la familia. Nos reunimos alrededor de la mesa, nos relajamos tras la jornada de trabajo y disfrutamos de los alimentos que compartimos. Sin embargo, la realidad de muchos hogares tiene muy poco que ver con esto. La hora de comer es más bien la hora de las disputas, la tensión y el estrés. Los padres se esfuerzan por convencer a sus hijos para que coman y los niños tratan de escabullirse de las imposiciones paternas. Así se suceden las comidas, las batallas y los días, hasta que una parte acepta la derrota y se rinde a los deseos de su oponente. Esta 'guerra de las comidas' suele dar comienzo cuando los niños superan los seis meses de edad.
La leche materna o de fórmula deja entonces de ser su único alimento. Frutas, verduras, carnes, pescados y legumbres se incorporan progresivamente a su dieta. Como es natural, no tardan en desarrollar preferencias: unas cosas les gustan más que otras. Es en ese momento cuando los padres solemos caer en el exceso de celo y preocupación. Queremos que coman de todo y en cantidades suficientes. Que no abusen de ningún alimento en detrimento de otro. Llegamos a emplear el engaño y el chantaje para que aquello que rechazan acabe en su estómago. El problema es que el poder de los niños para negarse a comer se hace más fuerte a medida que crecen. Cuando queremos darnos cuenta, la hora de comer se ha convertido en un insoportable tira y afloja.
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El apetito de bebés y niños no funciona como el de los adultos
Si no podemos entrar en peleas ni usar el chantaje, ni ofrecer premios, ni amenazar con castigos... ¿cómo conseguimos que los niños coman? No existe una respuesta correcta, porque hacerse esa pregunta implica un error de planteamiento. Lo normal es que no sea en absoluto necesario convencerles para comer. En la inmensa mayor parte de los casos no hay motivos para temer que les falten nutrientes. Existen un montón de investigaciones que prueban que el porcentaje de bebés europeos con déficit de grasas, proteínas o energía es mínimo. Además, trabajos como el Estudio Aladino indican que en nuestra sociedad tampoco hay una cantidad alarmante de niños demasiado delgados. Sí deberían preocuparnos más problemas como la obesidad infantil, la bulimia o la anorexia; y sobre todo, los factores que hacen que sean cada vez más frecuentes.
El ambiente negativo en la mesa es, según la Academy of Nutrition and Dietetics, uno de esos factores. Los enfrentamientos a la hora de comer incrementan el riesgo de aparición de trastornos del comportamiento alimentario. ¿De verdad quieres que tu hijo se acostumbre a comer sin hambre? ¿Que obedezca de forma sumisa, en lugar de atender a su propio cuerpo? Obligarle a comer algo que no quiere provocará, como mínimo, que termine odiando ese alimento (seguramente saludable) que le haces tragar. No parecen los cimientos idóneos para llegar a ser un joven adulto con una relación sana con la comida.
Tal como explica el nutricionista Julio Basulto en el curso «BLW. Alimentación complementaria autorregulada», el apetito de los niños no funciona como el de los adultos. Es errático e inconstante porque responde a necesidades distintas. Sus mecanismos de hambre y saciedad son más fiables para saber cuánto necesitan comer que cualquier tabla de nutrientes y cantidades. Si actúas con paciencia y ofreces un buen ejemplo, conseguir que tu hijo tenga una alimentación saludable y respetar sus gustos son metas perfectamente compatibles.
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Alimentos saludables, mejor que muchos alimentos
Muchos padres creen que un niño bien alimentado es un niño que come de todo y en cantidades suficientes. Sin embargo, existe un factor mucho más relevante para juzgar si una dieta es o no adecuada. La clave principal no es la variedad ni la cantidad, sino el consumo de alimentos saludables. Julio Basulto insiste sobre este aspecto. No importa si a tu hijo sólo le gusta una verdura, o si no acepta más que un par de frutas distintas. Preocúpate más por no tener la despensa llena de bebidas azucaradas, golosinas o bollería industrial. No es necesario que le prohíbas consumir esa clase de productos. Basta con darle ejemplo: no los tengas en casa ni se los ofrezcas, ni los utilices como premio por comer algo que no le guste.
Tampoco te obsesiones con que ingiera grandes cantidades de alimentos saludables. Ni siquiera a base de papillas y triturados en el caso de los bebés."Un adulto no se come dos o tres piezas de fruta, ni cinco verduras en un solo plato", recuerda Sara Traver en el curso «BLW. De la teoría a la práctica». Un niño de dos años puede necesitar desde 728 hasta 1302 kilocalorías diarias; una niña, entre 662 y 1273. Como puedes observar, el rango es muy amplio. La única herramienta que tienes para saber en qué nivel de la escala está tu hijo es la atención y el respeto a su apetito.
"Los niños no crecen porque comen. Comen porque están creciendo. Su apetito se adapta a lo que tienen que crecer", sentencia Julio Basulto. Por eso lo principal no es conseguir que coman, sino que aprendan a comer. Nuestro esfuerzo debe dirigirse a que lo hagan de manera consciente y tranquila, estableciendo hábitos saludables. Si quieres acompañar a tus hijos desde el respeto, ayudándoles a comer de forma sana desde su nacimiento, no te pierdas el pack de cursos «Alimentación 0-24 meses». Un total de cuatro cursos y 14 horas de vídeo para que la hora de comer nunca deje de ser placentera para toda tu familia.