Los adultos no tenemos tiempo. Vivimos a toda velocidad, espoleados por una lista de obligaciones que jamás termina. Sentimos cansancio y estrés de forma casi permanente, pero continuamos. Suspiramos —"no tengo tiempo"— y seguimos adelante, corriendo hasta el agotamiento. A menudo, niños y niñas no tienen más remedio que seguir ese ritmo y acostumbrarse a las prisas. La crianza parece convertirse en un proceso de adaptación para vivir a velocidad adulta, porque en realidad el mundo está diseñado para adultos con mucha prisa. Si apenas tenemos en cuenta a la infancia a la hora de construir ciudades, horarios o sistemas educativos, es lógico que acabemos olvidando también las necesidades más esenciales de los niños.
Porque esa una de las grandes paradojas de la vida de hoy es esa. Lo que más necesitan los niños y las niñas es precisamente aquello que los adultos aseguramos no tener: tiempo. El ingrediente principal del rol de una madre o un padre es el tiempo. No puedes comprender cuál es tu papel, cuáles son tus deberes y cuáles tus responsabilidades si no reservas tiempo para averiguarlo. "Si no dedicamos tiempo a la reflexión, es muy difícil cambiar de mirada. Porque actuar de forma reflexiva exige tiempo para pensar y conocernos, para detenernos cuando hay un conflicto, para tomar decisiones adecuadas tanto para los niños como para los adultos", explica Laura Estremera, profesora del curso «Desarrollo de los primeros años».
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Tu manera de educar está condicionada... y necesitas tiempo para entenderlo
Las prisas provocan que muchos padres busquen soluciones rápidas, casi milagrosas. A veces nos gustaría tener un manual de instrucciones para gestionar la crianza y la educación de nuestros hijos. Llegamos a creer que quizá aplicando a rajatabla un método particular conseguiremos resultados concretos. Esto sucede porque cuanto menos tiempo tenemos, más control necesitamos para sentir cierta seguridad. Por supuesto, la realidad siempre nos devuelve a nuestro sitio. Los remedios mágicos no existen, ni para que el niño se porte mejor, ni para que la niña coma, ni para que tarde menos en dormirse.
Lo que sí hacemos cuando no dedicamos tiempo a reflexionar es poner el piloto automático. Entonces es cuando toman el volante todas las cosas que llevamos en la mochila, algunas desde hace tantos años que ni siquiera somos conscientes de ello. Nuestra forma de educar está condicionada por la manera en que fuimos educados y por el tipo de apego que desarrollamos con nuestros padres. También influyen nuestras creencias, nuestros miedos, nuestro entorno, incluso el juicio y la opinión de quienes están alrededor. Si piensas en ello, verás que probablemente no reacciones igual a una rabieta de tu hijo en casa que en un supermercado.
Las prisas, además, nos empujan a poner el foco en lo que les falta a los niños. Con la mejor de los intenciones, pero el peor de los criterios, les tratamos como recipientes vacíos. Si un bebé de diez meses se pone en pie apoyándose en un mueble, pensamos que hay que estimularle para que camine. Cuando cumple los 2 años, damos por hecho que tiene que empezar a hablar. "Este tipo de relación lleva implícito un mensaje: tal como eres, no me agradas; no te permito estar en el momento en que estás, necesito más de ti", sostiene Laura Estremera.
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Cambiar de mirada hacia la infancia y valorar algo más que los fines
El curso «Desarrollo de los primeros años» nos invita a cambiar de mirada hacia la infancia. A dejar de pensar en lo que todavía no hacen los niños, en lo que les falta; y valorar lo que sí son y su potencialidad. "Los niños son constructores de sus propios aprendizajes. Nuestro rol no es tirar de ellos y pedir más, sino estar a su lado, escucharles y aceptarles", añade Estremera. Pero —una vez más— esto requiere el tesoro que nunca tenemos: tiempo. Tiempo para conocer cómo es el desarrollo de los niños y para aclarar qué objetivos tiene a largo plazo la educación que les ofrecemos. Tiempo para conocernos a nosotros mismos, para procesar nuestra propia historia y saber qué patrones no deseamos repetir. Y también tiempo para pensar en lo que decimos y cómo lo decimos, para ser conscientes de las palabras y el lenguaje no verbal que utilizamos con los infantes.
Solo así podremos mirar a niños y niñas de otro modo y valorar algo más que objetivos cortoplacistas. Y entonces entenderemos que el tiempo está hecho de pequeños instantes; y que en cada uno de esos instantes puede haber oportunidades maravillosas. Puedes cambiar un pañal pensando en hacerlo deprisa, en eliminar la suciedad y dejar limpio a tu bebé cuanto antes. También puedes cambiar ese mismo pañal mirándole a los ojos, tratando de transmitirle confianza y amor, poniendo palabras a lo que haces; en resumen, comunicándote con tu bebé desde la calma. Entre una opción y otra quizá haya dos minutos de diferencia. Ese es el tiempo que tu hijo necesita y que tú, quizá, todavía insistes en que no tienes.
"A través de la comunicación en los momentos de cuidado damos un primer paso para crear vínculos sanos y seguros".
Eduardo Rodríguez - «Cuidados de calidad en la etapa 0 a 3 años»
Los momentos de cuidado (alimentación, higiene, cambio de ropa, etc.), que con frecuencia gestionamos como rutinarios sin pensar demasiado, son magníficas ocasiones para cuidar los vínculos con los más pequeños. El afecto y la seguridad que les transmitimos entonces son algo que les acompaña para siempre. En el curso «Cuidados de calidad en la etapa 0 a 3 años», Eduardo Rodríguez nos enseña cómo afrontar estos momentos para aprovechar todo su potencial de beneficios.
Eso sí, siempre y cuando puedas y quieras dedicarles un poco de tiempo. ¿Lo tienes?