Camino al trabajo, en mitad de un atasco, la gente toca el claxon y protesta. Cuando llegas a la oficina, tus compañeros lamentan lo mucho que queda todavía para las vacaciones, lo mal que han dormido o el frío que hace. En el restaurante en el que almuerzas, alguien en la mesa de al lado resopla, cansado de esperar su comida. Recoges a los niños en el colegio y resulta están desesperados porque les han puesto muchos deberes. Al llegar a casa, para colmo, el reparto de los juguetes causa por enésima vez una pelea.
Todas estas cosas pueden ocurrir en un día perfectamente normal. No es nada dramático, sino algo cotidiano. Pero, ¿qué es lo que ves en estas situaciones, tal como las hemos enfocado? Quejas, quejas y más quejas. Vivimos rodeados por las quejas. "Las hemos normalizado en el día a día, sin darnos cuenta de su vertiginoso crecimiento. Lo extraño actualmente es que alguien no se queje. Y los niños y adolescentes aprenden de lo que les rodea", explica Cristina Gutiérrez Lestón en el curso «Adolescentes. Cómo comunicarnos con ellos».
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¿Qué son las quejas?
La gente no suele quejarse por fastidiar a quienes le rodean. Piensa en los ejemplos que hemos señalado al comienzo del post. En un atasco, las personas 'atrapadas' quieren salir de esa situación cuanto antes. En la oficina, tus compañeros querrían tener unos días más de vacaciones, o descansar mejor por las noches, o al menos trabajar con temperatura más agradable. Quien se queja en un restaurante preferiría un servicio más rápido y eficiente. Por supuesto, a los niños les encantaría tener menos deberes. No hay duda de que discutirían menos si encontrasen un modo de compartir sus juguetes.
Como puedes comprobar, detrás de cada queja hay una necesidad. La persona que formula una protesta está expresando algo que necesita, algo que es importante para ella. Esto no significa que tenga razón, ni siquiera que esta necesidad pueda resolverse. Por mucho que toquemos el claxon, el atasco no se solucionará al instante. Lo más probable es que sólo consigamos multiplicar el estrés y el jaleo. Eso es exactamente lo que hacen las quejas: enunciar las necesidades cubriéndolas con un manto de negatividad, hasta el punto de adoptar apariencia de amenaza o ataque. En las relaciones personales, esto genera desconfianza y conflictos.
Si aporreas el claxon no es sólo porque tengas prisa. También sientes frustración porque piensas que los demás conductores no se están comportando correctamente. Pero en el fondo, sabes perfectamente que la solución a tu problema no depende del resto. Es asunto tuyo salir antes de casa para evitar atascos, tomar otra ruta o utilizar un medio de transporte alternativo. Porque lo que tú necesitas en realidad no es que otros deshagan el atasco, sino llegar a tiempo a tu destino. Si es tu responsabilidad, eres tú quien debe tomar la iniciativa para resolverla.
Pero, ¿por qué los adolescentes se quejan tanto?
Es complicado encontrar similitudes entre un atasco y la convivencia con un adolescente rebelde. Quizá puedas sentirte como el conductor que escucha el claxon, que no entiende por qué dirigen a él una protesta ante la que nada puede hacer. "Los conflictos en la relación con adolescentes son normales, son propios de la etapa. La transición de niño a adulto crea tensiones internas difíciles de soportar que llevan al adolescente a actuar de una forma que puede ser difícil de tolerar por el entorno", apunta el psicólogo Jorge Tió.
No queda más remedio que armarse de paciencia e intentar no afrontar los desafíos como algo personal. Los adolescentes pueden hacer comentarios realmente dolorosos, resultar desagradables, parecer insensibles. Sin embargo, detrás de ese comportamiento hay una necesidad. Quizá necesiten más espacio personal e íntimo. Puede que demanden ser tratados como adultos, que esperen de nosotros alguna prueba de confianza. Tal vez ansíen ser escuchados, aunque obviamente no en el momento en que se produce el conflicto. La única manera de saberlo es prestar atención y no dejarse arrastrar hacia una escalada de tensión y disputas. No se trata de no ponerles límites, ni mucho menos. Pero el objetivo prioritario debe ser corregir conductas a medio plazo, no convertir cada día en una sucesión de luchas de poder.
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Las quejas en el hogar: cambiar de actitud y educar con el ejemplo
Para que los jóvenes cambien de actitud es importante que tengan un espejo en el que mirarse. Si quejarnos es pedir, ¿por qué no pedir directamente? ¿Por qué no hacer un esfuerzo para prescindir de la negatividad de las quejas? Comienza por la autocrítica. Trata de ser consciente de cuándo y cómo protestas, piensa en la necesidad que hay detrás de tus quejas y pregúntate si hay algo que esté en tus manos para revertir la situación que te desagrada.
Puedes compartir este enfoque con tus hijos. Además de educarles con el ejemplo, Cristina Gutiérrez propone un ejercicio muy sencillo para restar negatividad a sus quejas. "Dime qué necesitas", puedes responder cuando protesten. Con estas tres palabras demostrarás que quieres escuchar y ayudar sin entrar en batallas. Evidentemente, no es un remedio mágico. En ocasiones no hay forma de alcanzar acuerdos ante las demandas de un adolescente, que deberá aprender a tolerar la frustración. Pero cuando hay algo razonable en sus peticiones sí es una estrategia eficaz para afrontar la situación con espíritu conciliador. Sin el estrés del conflicto, probablemente será más proclive a dialogar en busca de soluciones.
Lo fundamental es que en el hogar haya momentos y espacios para que todos puedan formular sus necesidades y ser escuchados. Eso sí, quien se queje debe estar igualmente dispuesto a plantear remedios y alternativas. Puede ser durante una reunión familiar, como las que se proponen en Disciplina Positiva; o podéis colgar de la nevera una hoja en la que cada uno anote sus peticiones y alguna posible solución. Por supuesto, los adultos deben participar en estas dinámicas. Tal vez a los adolescentes no les apetezca sumarse al principio, pero si encuentras una estrategia que funcione, no tardarán en apreciarla.