Hablamos de apego para referirnos a esa relación especial que une a un niño con su cuidador principal. Como sabes, dependiendo de cómo evolucione dicha relación, el niño desarrollará un estilo de apego u otro: seguro, evitativo, ambivalente o desorganizado. Esto no sólo determina el bienestar de su infancia, sino que tendrá consecuencias durante toda su vida. "Lo que un niño consolida en los primeros momentos es el recurso que utilizará a lo largo de su existencia", explica Soraya Sánchez, profesora del curso «Claves para criar desde el apego seguro». De esta manera, conocer el tipo de apego que marcó tu infancia puede darte respuestas y tal vez explicar ciertos patrones que podrías repetir con tus propios hijos.
Por supuesto, mamás y papás queremos hacer lo posible para que nuestros peques desarrollen vínculos de apego seguro. Lo difícil es tener claro cómo. Es una tarea lenta, un trabajo que se completa a través de miles de pequeñas acciones. El apego seguro crece, se desarrolla y se fortalece cuando el cuidador responde a las necesidades del niño. No sólo las de tipo fisiológico, sino también las afectivas y emocionales, tan importantes o más que las primeras. Las recetas universales no existen: cada niño es diferente y tiene sus propios ritmos; y lo que uno precisa para satisfacer una necesidad puede no sentar bien a otro. Es esencial observar y conocer. Sin embargo, a modo de referencia, puede resultar útil conocer algunos hitos en el desarrollo del vínculo de apego seguro.
Los plazos que veremos a continuación son simplemente orientativos. No significa nada que un niño se desvíe semanas o incluso meses de ellos, sea para adelantarse o para experimentar retrasos. Además, ten presente que hablamos sólo de vínculos de apego seguro, no de otros estilos de apego que pueden producirse.
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1. Las seis primeras semanas de vida
Es la fase de preapego. Los bebés nacen predispuestos a buscar seres humanos en su entorno. Sus instintos les hacen tener preferencia por las voces, los rostros y la temperatura humana. Es una etapa de identificación de las personas a las que se apegarán, aunque aceptan cuidados de cualquiera que les trate bien. Conviene tener presente que 'tratar bien' no tiene un significado único. La misma voz, el mismo aroma y hasta la misma manera de mecer pueden resultar reconfortantes para un bebé y desagradables para otro.
2. De las seis semanas a los tres meses de vida
En esta segunda etapa podemos observar las primeras muestras de preferencia del bebé hacia su cuidador o cuidadora principal. En la mayor parte de los casos se trata de su madre. No en vano, al hablar de la relación madre-hijo estamos hablando del vínculo más especial de la naturaleza humana. Se está creando la relación privilegiada que sentará los cimientos del lazo de apego seguro.
3. De los tres a los seis meses de vida
Esta es la que podríamos llamar fase de formación del apego. El bebé prefiere cada vez con mayor claridad permanecer junto a personas que conoce, desde la certeza de que van a ofrecerle cuidados y atenciones. También es perceptible que identifica a estas figuras de apego. Busca su presencia con la mirada, escuchar su voz le tranquiliza... Existe ya un sentimiento de confianza entre el bebé y el cuidador o cuidadora. Como es obvio, esto depende de que esa persona haya estado y esté disponible, respondiendo de manera eficaz a sus necesidades.
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4. De los seis a los dieciocho meses de vida
Entramos en una etapa de consolidación, suponiendo que el vínculo de apego seguro se haya establecido con anterioridad. La preferencia hacia la figura cuidadora principal es clarísima. El niño puede incluso mostrar rechazo hacia los extraños. Es durante este período cuando muchos peques sienten angustia de separación. Esto significa que el bebé puede sentir ansiedad, llorar y protestar cuando es separado de sus referentes. Es una etapa especialmente delicada, porque es justo aquí cuando muchos empiezan la guardería. Por eso decimos que llorar el primer día suele ser buena señal: la angustia de separación demuestra que existe apego. Es fundamental afrontar con máximo cuidado el período de adaptación.
5. Entre los doce y los dieciocho meses de vida
Esta ‘subfase’ es la última parte del período de consolidación. Hay niños que desde los doce meses ya son capaces de permanecer en calma junto a personas que no son sus figuras de referencia. A otros les puede llevar más tiempo, hasta los veinticuatro e incluso más allá. "La capacidad de hacerse más independiente depende de varios factores. De la personalidad del niño, de si ha recibido o no cuidados alternativos en guardería o similares, de cómo han sido esos cuidados...", apunta Soraya Sánchez. Lo natural, si existe un vínculo de apego seguro, es que en algún momento a partir de los 12 meses vaya mostrando menos angustia de separación. Poco a poco irá teniendo más capacidad para comprender que las figuras de apego regresan.
6. Desde los dieciocho meses de vida
Es la etapa de formación de relaciones recíprocas. El niño multiplica su autonomía: camina, comienza a verbalizar lo que quiere y lo que desea, busca experimentar y explorar para satisfacer sus necesidades a nivel cognitivo... Cada vez puede entender mejor que las ausencias no son definitivas, se hace más independiente y necesita menos proximidad constante con sus figuras de apego. En cualquier caso, ante la separación es importante respetar las despedidas y ofrecer referencias de tiempo comprensibles para ellos ("me voy, pero volveré a recogerte después de la siesta", por ejemplo).
Aunque sea para evitar el llanto, no es buena idea 'desaparecer' sin aportar referencias. Si lo haces, por ejemplo, al dejar a tu hijo en la guardería, puedes provocar un estado de alerta que se mantendrá hasta tu regreso, aunque no sea explícito. Imagina esos días en los que sientes una preocupación intensa, o un dolor profundo, y aún así tienes que permanecer en tu puesto de trabajo. No estás llorando constantemente, pero eso no significa que la inquietud no esté dentro de ti.