El hambre es un mecanismo realmente complejo. Supone todo un proceso en el que se interrelacionan numerosos factores. Con frecuencia se emplean los términos 'hambre' y 'apetito' como sinónimos; pero en sentido estricto, no son equivalentes. El hambre es algo más fisiológico, directamente vinculado a las necesidades energéticas o nutricionales de nuestro organismo. El apetito, sin embargo, es más hedónico. Se trata de una apetencia, del deseo de comer algo independientemente de precisar o no nutrientes. A diferencia del hambre, el apetito no tiene por qué estar vinculado a una necesidad fisiológica.
Por lo general, niños y adultos somos capaces de distinguir estas dos sensaciones, al margen de la decisión que tomemos después. Por eso conviene establecer otra diferencia fundamental: la que hay entre hambre real y hambre emocional. Porque quien come por hambre emocional no cree estar dejándose llevar por un capricho puntual. "Una persona que tiene hambre emocional siente de verdad que tiene hambre. Sin embargo, es probable que no sepa identificarla como hambre emocional". Griselda Herrero, dietista-nutricionista, nos lo explica con detalle en el curso «Alimentación emocional».

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¿Qué es el hambre emocional y en qué se diferencia del hambre real?
El hambre emocional tiene unas características concretas, que no responden a necesidades vitales del organismo. Suele aparecer de forma repentina y con fuerza inusitada. Hasta tal punto, que la necesidad de comer se antoja inaplazable. El hambre real, por contra, surge de manera más progresiva, de modo que el momento de ingerir alimentos puede posponerse sin generar ansiedad. Está más asociada a unos horarios, en función de la rutina diaria de cada persona. No sucede lo mismo con el hambre emocional, que puede presentarse en cualquier momento.
La versión emocional del hambre provoca que perdamos cierto control sobre la situación. Tendemos a decantarnos por opciones insaludables o alimentos superfluos. Además, tampoco seremos muy conscientes de las cantidades que ingerimos. Es comer sin saborear ni disfrutar, sensaciones que sí se producen cuando el hambre es fisiológica. Comeremos en función de nuestro estado de ánimo. En la mayoría de casos, consumiendo muchas calorías pero pocos nutrientes auténticos.
"Algo característico de la alimentación emocional son los sentimientos negativos que aparecen después. Culpabilidad, malestar, frustración... pensar mal de uno mismo por no haber comido saludable", añade Griselda Herrero. Al responder al hambre real, el sentimiento posterior es neutro, quizá de ligera satisfacción. Cuando es el hambre emocional la que decide, después de comer nos sentimos físicamente llenos y emocionalmente incómodos. Esta es una de las claves esenciales para identificarla.

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Niños y hambre emocional
Lo natural es que los niños sientan hambre real, fisiológica. A menudo, los problemas relacionados con hambre emocional surgen como consecuencia de la intervención de los adultos. ¿Qué clase de intervención? Muy especialmente, la que tiene que ver con las distintas formas de presión a la hora de comer. Insistencia, chantajes, castigos, recompensas... son recursos habituales en muchos hogares. El consejo de Julio Basulto, profesor en Escuela Bitácoras, es exactamente el opuesto: "si quieres que tu hijo aprenda a alimentarse, no insistas para que coma".
Los niños nacen con unos mecanismos de hambre y saciedad que son herramientas adecuadas para regular su alimentación. "Es fundamental respetar ese hambre fisiológica en ellos", subraya Griselda Herrero. Por supuesto, siempre y cuando estén eligiendo entre opciones saludables. "Cuando les ofrecemos productos como los ultraprocesados también estamos alterando las naturales sensaciones de hambre y saciedad, con todas las consecuencias que puede tener a nivel de alimentación emocional", advierte la dietista-nutricionista.
Con el curso «Alimentación emocional» descubrirás formas positivas de acompañar las sensaciones de hambre y saciedad de tus hijos. La información precisa ayuda a tomar decisiones correctas y también a desterrar mitos. Por ejemplo, los que tienen que ver con las cantidades que ingieren los niños. "A veces nos preocupamos porque los niños comen poco. Pero es poco, ¿respecto a qué? ¿A lo que tú consideras que debe comer? ¿O a lo que come su hermano?", reflexiona Griselda. La cantidad de alimento que come un niño o un bebé no es tan importante como solemos creer.