El tiempo que niños y niñas pasan a diario ante una pantalla ha crecido exponencialmente durante los últimos años. En 2018, el estudio AIMC Niños indicó que los menores de entre 6 y 13 años pasaban una media de casi cinco horas al día ante un monitor. Durante 2020, las medidas impuestas por la pandemia de COVID-19 han provocado que ese tiempo se incremente. Son cifras que deberían hacernos reflexionar: para muchos niños, ver la televisión y vídeos en Internet es la segunda actividad más importante del día, al menos atendiendo a la inversión en tiempo. Sólo emplean más horas en dormir.
Cero pantallas antes de los 2 años. Desde ese momento y hasta cumplir los 5, uso restringido, supervisado y nunca durante más de una hora diaria. Estas son las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud sobre niños y pantallas. Sin embargo, las rutinas de muchísimas familias están lejos de estas sugerencias. Hay hogares en los que el televisor está permanentemente encendido, aunque nadie esté utilizándolo. En otros, el aparato cumple una función pacificadora. Mientras está encendida, los niños están tranquilos. El resto no importa. Numerosas familias comen e incluso duermen con la tele a todo volumen. Otras tienen una en cada dormitorio. Es sencillamente imposible que esa pantalla pase 24 horas inactiva.
A veces nos comportamos como si tener y utilizar un televisor fuese necesario, casi imprescindible. Hemos olvidado que, en algún momento, tomamos la decisión de comprarlo; y constantemente, tomamos decisiones sobre cómo lo usamos. Sobre cómo lo usamos nosotros; pero sobre todo, sobre cómo lo usan nuestros hijos.

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Los efectos del exceso de pantallas en los niños
Uno de los estudios recientes más interesantes sobre uso de pantallas es el publicado por Sheri Madigan a comienzos de 2019. Esta psicóloga hizo un exhaustivo seguimiento a más de 2.400 niños, evaluando su exposición a pantallas desde su nacimiento y buscando posibles relaciones con problemas de desarrollo. "El tiempo de pantalla excesivo durante la infancia se ha asociado con varios resultados negativos, incluidos retrasos cognitivos y un rendimiento académico más deficiente", explica Madigan en las conclusiones de su trabajo.
Entre los niños evaluados, aquellos más excesivamente expuestos a pantallas antes de los tres años fueron los que evidenciaron más dificultades entre los tres y los cinco. Concretamente, en tareas de comunicación, habilidades sociales, motricidad y resolución de problemas. "Mientras los niños están ante una pantalla pierden oportunidades de practicar y dominar destrezas interpersonales, motoras y de comunicación. Al utilizar una pantalla dejan de practicar habilidades como caminar o correr. Las pantallas también interrumpen la interacción con sus cuidadores, limitando las oportunidades para el intercambio verbal y no verbal, esenciales para fomentar un óptimo desarrollo", subrayan los autores del estudio.
La American Academy of Child & Adolescent Psychiatry señala otros peligros del exceso de tiempo de pantallas en la infancia. Citan problemas de sueño y bajo rendimiento académico. También se ha registrado desinterés por actividades como la lectura y aislamiento social. Por supuesto, a más horas de pantallas, menos tiempo de actividad física y más riesgo de complicaciones cardiovasculares. Indicadores como los crecientes índices de obesidad son claras alertas de lo que puede suponer el sedentarismo que las pantallas impulsan.

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Cómo gestionar el uso de pantallas en familia
Es evidente que en el mundo actual las pantallas están por todas partes. No se trata de simplificar y decir que "son malas", ni de prohibir a los niños su uso. Como hemos visto, los peligros surgen cuando hay abuso y/o utilización irresponsable. Empleadas con moderación, las pantallas pueden ser recursos de aprendizaje interesantes. Madres, padres y docentes tenemos el deber de crear un entorno adecuado, en el que los niños tengan ocasión de desarrollar todo su potencial. Esto implica ser conscientes de lo que sucede cuando usan una pantalla.
A veces encendemos el televisor, o les damos el teléfono o la tablet, y dejamos que hagan lo que quieran. No sabemos qué están viendo, ni mucho menos qué están entendiendo. Permitimos, por ejemplo, que se expongan a contenidos publicitarios. Es probable que un niño de 6 años no esté preparado para diferenciar qué hay de cierto y qué hay de engañoso en los anuncios de juguetes. La insistencia en el consumo no parece el mensaje más adecuado para una persona que aún está creando su imagen del mundo y de sí misma. Y eso sin mencionar otro tipo de contenidos no aptos para menores fácilmente accesibles desde cualquier dispositivo.
Intentemos acompañar a los más pequeños mientras usan pantallas. Apostemos por contenidos educativos, como películas apropiadas o vídeos que nos inviten a practicar juntos algún deporte, yoga, cocina, manualidades... Hablemos con ellos sobre lo que ven. Hagámosles saber que estamos disponibles para explicarles cualquier cosa que no comprendan. Y si prefieres que tu hijo no vea algún programa, aunque "todos mis amigos lo ven", explícale tus motivos con honestidad. Si tienes dudas sobre cómo gestionar el uso de dispositivos en casa, no te pierdas el curso «Niños, móviles e Internet: una guía para padres», con Juan García.