Cuando empleamos el término 'naturaleza' solemos hablar en tercera persona. Nos referimos a algo ajeno y casi lejano, algo de lo que -al parecer- no formamos parte. La naturaleza es para nosotros prácticamente un lujo, una excepción, un capricho que sólo podemos darnos en vacaciones... y a veces ni eso. ¿Cuándo hemos olvidado de dónde venimos, el lugar al que pertenecemos? ¿En qué momento hemos empezado a creer que nuestras raíces están en el asfalto y no en la tierra, en los entornos urbanos y no en el medio natural? Y sobre todo, ¿por qué hemos arrastrado a los niños a crecer alejados de la naturaleza?
“La esencia de la educación en la naturaleza es la idea de que nosotros somos naturaleza, de que somos parte de ella”, recuerda Katia Hueso, cofundadora del espacio 'Saltamontes', primera escuela infantil al aire libre de España. Katia es también la profesora de «Educar en la naturaleza», uno de los últimos lanzamientos de Escuela Bitácoras. Con ella aprendemos que el contacto con el medio natural es una necesidad para cualquier ser humano. Más aún para los niños, que en estos entornos encuentran lo preciso para un óptimo desarrollo físico, intelectual, social y emocional.

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Los beneficios de jugar en la naturaleza durante la primera infancia
La curiosidad y la capacidad para asombrarse son rasgos distintivos de los niños más pequeños. Durante las 24 horas del día son científicos, detectives e incansables investigadores. Esa característica brilla en todo su esplendor en el medio natural. Los niños que juegan en libertad en estos espacios se muestran motivados y concentrados de forma espontánea. No hace falta que el adulto proponga, lidere o intervenga. Ellos mismos crean sus propios juegos con naturalidad y autonomía, proponiendo y escuchando, trabajando en equipo y alcanzando acuerdos.
"Los espacios estructurados, como pueden ser los parques infantiles, dejan poco a la imaginación, fomentan un juego pobre y repetitivo. En cambio, en la naturaleza no hay nada prediseñado y el juego requiere ser pensado, diseñado, negociado y consensuado. Se necesita una dosis de asertividad para defender lo que uno quiere desarrollar y de confianza en el otro (...) El juego no estructurado al aire libre tiene, por tanto, un rendimiento social y cognitivo mucho mayor".
Katia Hueso en 'Somos naturaleza'
Cuando los niños son menores de 7 u 8 años, lo ideal es que el espacio natural les resulte familiar y conocido. Les aporta confianza y tranquilidad, condiciones que les ayudan a concentrarse en sus descubrimientos o en el juego. Cuando disfrutan de un contacto con la naturaleza directo, permanente y frecuente, llegan a sentirla como su hogar, el lugar al que pertenecen. Este vínculo y los beneficios derivados de él perviven durante toda la vida.

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¿Qué ocurre cuando los niños crecen en contacto con la naturaleza?
Tener lazos con la naturaleza desde la primera infancia es uno de los mejores regalos que podemos hacer a un niño. Más adelante, al llegar a la edad de la exploración (entre los 8 y los 11 años), usará ese mismo espacio para construir y afirmar su identidad. Las primeras excursiones con los amigos; las cabañas y los escondites; las caminatas y rutas en bicicleta... la naturaleza es un terreno fértil para el crecimiento de las grandes amistades. Los recuerdos de esta etapa nos acompañan para siempre, se convierten en un lugar seguro en el que podremos refugiarnos cuando lo necesitemos.
Al llegar a la adolescencia, el entorno natural les proporciona también un medio saludable donde dar rienda suelta a los impulsos propios de su edad. Pueden poner a prueba sus capacidades y destrezas, afrontar desafíos, incluso movilizarse por causas que les interesen y les motiven. "Los retos en lugares desconocidos mejoran su flexibilidad, su resiliencia y su capacidad para resolver problemas", explica Katia Hueso. Además, durante la adolescencia moldean su sistema de valores, partiendo de la base creada en la infancia. Si sienten que la naturaleza es su hogar, jamás dejarán de cuidar de ella. "El vínculo sólido y duradero con la naturaleza en la niñez y adolescencia fomenta actitudes proambientales en los adultos", añade Katia. Una afirmación sostenida por numerosos estudios, como el realizado por Louise Chawla en 2007.
Facilitar que los niños crezcan en contacto con la naturaleza es, en definitiva, responder a una necesidad humana. Como comprobarás si completas el curso «Educar en la naturaleza», para hacerlo necesitas más convicción y voluntad que gastar más dinero o invertir mucho más tiempo. Y puedes tener claro que nunca te arrepentirás de brindar a tus hijos la oportunidad de conectar con sus raíces.