Crecer es, entre otras cosas, una progresiva conquista de autonomía. Piensa en todo lo que aprende a hacer por sí mismo un niño durante sus primeros años de vida. En poco más de un par de años consigue moverse, alimentarse y comunicarse de forma eficaz. Su mente absorbe conocimientos y destrezas como si fuese una esponja. Esta es la fascinante forma que tu hijo tiene de entender y demostrar que tiene las herramientas necesarias para crecer. Sin embargo, la autonomía no consiste únicamente en adquirir las habilidades, sino en comprender cómo y cuándo utilizarlas; y por supuesto, en tener la autoconfianza precisa para hacerlo.
Esta segunda parte es quizá más larga, lenta y compleja. Y por supuesto, exige un papel distinto por parte de padres y educadores. Necesitan de nosotros un acompañamiento responsable y flexible. Es un proceso en el que tendremos que ir soltando cuerda para permitirles volar cada vez más alto, cada vez más libres. "Se trata de lograr que nuestra conducta, nuestras exigencias y nuestra tolerancia evolucionen a la par que las capacidades de nuestros hijos", comenta el psicólogo Alberto Soler en el curso «Cómo fomentar la autonomía en los niños». No se trata sólo de buenas intenciones: conviene tener claro cómo conseguirlo.
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1. De la independencia a la sobreprotección
Mucha gente frunce el ceño al ver a un niño de tres años que mantiene la lactancia materna. No son menos los que ponen el grito en el cielo al escuchar que, cumplidos los ocho, todavía practica colecho con sus padres. Lo curioso es que esas mismas personas, presuntamente tan comprometidas con la independencia de los niños, no consienten que su hijo asuma riesgos en el parque: que trepe árboles, que se ensucie en el barro, que se aleje demasiado, que busque sus límites. Desean que el niño sea independiente... pero sólo hasta que deja la teta, duerme solo y no demanda los brazos de sus padres. Después, se les pasa.
2. "El afecto y el cariño ni sobreprotegen ni malcrían"
Los bebés sólo tienen necesidades y dependen de sus padres para satisfacerlas. La más importante es el afecto, que además tiene continuidad en el tiempo. Porque cuando tu hijo sepa caminar y pueda comer sin ayuda, seguirá necesitando tu cariño. Ofrecerle muestras de amor no tiene nada que ver con malcriarle ni sobreprotegerle, tal como aclara Alberto Soler. Un niño no puede estar 'demasiado mimado' si no tiene lo que más desea. Trata de interpretar las necesidades de tu hijo y no escuches consejos que, con frecuencia, van incluso contra la evidencia científica. Por ejemplo: practicar colecho no hará que tu hijo sea menos autónomo.
3. Ni apagar sus impulsos, ni forzarles a avanzar
La voluntad de progresar, de hacer cosas por sí mismos, surge de manera natural en los niños. Cada uno tiene su ritmo y su forma de expresar ese impulso. El papel de padres y educadores consiste en observar, respetar y acompañar. Si mantenemos una actitud excesivamente protectora seremos un freno para su deseo de crecer. Pero casi igual de negativo es alcanzar el extremo contrario. Las ganas de ayudarles a conquistar su autonomía no pueden llevarnos a presionarles para que hagan solos algo para lo que quizá no se sienten preparados. Un acompañamiento respetuoso exige paciencia y empatía. A menudo sucede que hay una edad a la que creemos que 'deben' hacer determinadas cosas, como caminar o dejar los pañales. En este sentido, es fundamental tener presente la diferencia entre aprendizaje y maduración.
4. Confía en las capacidades de tu hijo
Los adultos tenemos cierta tendencia a infravalorar a los niños. "Deja, deja, que ya lo hago yo", decimos rápidamente, sin darles apenas una oportunidad de ponerse a prueba. Si tú no confías en su capacidad para aprender, ¿cómo pretendes que tu hijo confíe en sí mismo? Menos intervenir y más observar, menos rescatar y más alentar. Y recuerda las palabras de Emmi Pikler: "intentar enseñar a un niño algo que puede aprender por sí mismo no sólo es inútil, sino también perjudicial".
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5. Permítele ampliar su mundo
Después del nacimiento, la madre suele ser absolutamente todo para un bebé. Es el vínculo más especial de la naturaleza humana. Pero poco a poco, otras personas del entorno trenzarán lazos con ese niño. Las relaciones de afecto con abuelos, tíos, hermanos y amigos pueden ser saludables para él. Los padres siempre seremos referencias imprescindibles, pero también tenemos que saber soltar cuerda en este aspecto. En ocasiones, los miedos nos impiden hacerlo. Debemos permitir, desde la prudencia, que los niños descubran y desarrollen otros vínculos. Cada uno de ellos servirá para enriquecer su mundo.
6. No confundas sus demandas de afecto con falta de autonomía
Si tienes un hijo de 3 o 4 años, es probable que esta situación te resulte familiar. Hace tiempo que sabe utilizar los cubiertos, pero de repente, un día cualquiera, te pide que seas tú quien le dé de comer. ¿De verdad es eso lo que te está pidiendo? Cada caso es un mundo, pero seguramente su auténtico deseo sea otro. Uno que sí debemos satisfacer, aunque tal vez no cogiendo la cuchara para llevársela a la boca. "Lo que te pide es tu atención, tu tiempo, tus brazos, tu cariño, tu contacto...", sostiene Carlos González en el curso «Necesidades afectivas de los niños». Cuando solicita asistencia en aprendizajes consolidados, piensa si detrás de esa demanda hay una necesidad de afecto. Y si la hay, busca la manera de cubrirla. Una vez más: tener tu cariño no provocará que sea menos autónomo.
7. Las capacidades de un niño fluctúan
¿Dirías que un bebé capaz de dar un paso ya ha aprendido a caminar? Seguro que no. El desarrollo de las capacidades no es lineal, puede fluctuar. Un día se visten solos sin problema y al siguiente aparecen con el pantalón en la cabeza y el jersey en los pies. Para crecer, su autonomía se alimenta en parte de nuestra paciencia y nuestra comprensión. Y no siempre tienen ganas de dar un paso más: el cansancio, el interés en esa tarea, el hambre... son factores que influyen poderosamente en ellos. Es normal que de vez en cuando prefieran algo de ayuda y cariño que demostrar su capacidad para "hacerlo solitos". Al fin y al cabo, a todos nos gusta que nuestros seres queridos hagan cosas por nosotros.