Hay algo que mamás y papás parecemos tener grabado a fuego. Cuando un niño hace algo irrespetuoso, cuando desobedece o cuando se porta mal, nuestra misión es hacer algo. Sentimos la obligación de reaccionar, corregir, asegurarnos de que entiende que no ha hecho lo correcto y que no debe volver hacerlo. El problema es que a menudo improvisamos; esto es, dejamos que nuestras emociones y estado de ánimo influyan de forma más que considerable en nuestra reacción. La misma acción del niño puede pasar inadvertida o desencadenar un severo castigo dependiendo, por ejemplo, de si el adulto ha tenido un buen o un mal día en la oficina.
Nos dejamos llevar porque no pensamos en las alternativas que tenemos a nuestro alcance. Lo más sencillo, o al menos lo que suele surgir de manera espontánea, es optar por sermones y castigos. Como algunos aseguran, "lo que se ha hecho toda la vida", porque todo lo que no sea eso es "permitir que el niño se salga con la suya". Aunque haya quien se resiste a creerlo, sí existen opciones para corregir conductas inadecuadas más allá de reprimendas, broncas y retirada de privilegios.
Jane Nelsen, creadora del modelo de Disciplina Positiva, sostiene que "eliminar el castigo no significa dejar que los niños hagan lo que les apetezca". La metodología que propone incluye múltiples recursos como alternativa a los gritos y las sanciones, con eficacia demostrada a medio y largo plazo. Una de estas herramientas es lo que podríamos denominar reparación del daño.
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¿Qué es reparar el daño?
Como señalábamos al comienzo, cuando el adulto descubre que el niño ha hecho algo indebido, reacciona. Las respuestas más frecuentes tienen algo en común: tienden a provocar que los niños se sientan peor. La esencia de las regañinas y los castigos no está en las enseñanzas que contienen, sino en las emociones que despiertan. ¿Puedes recordar cómo te sentías cuando te castigaban? ¿Qué aparece en tu memoria? ¿Todo lo que aprendiste cuando te quedabas sin salir... o la culpa, el miedo y la vergüenza que experimentabas en esa situación?
"Cuando un niño hace algo irresponsable o irrespetuoso, es importante brindarle la oportunidad de repararlo haciendo algo para compensar a la parte ofendida", explica Nelsen. Imagina que tu hija pintarrajea las paredes de la escalera del edificio. La manera de reparar el daño es evidente: limpiar lo que ha ensuciado. Sin embargo, lo fundamental aquí es permitir el aprendizaje. Si eres tú quien presiona a la niña para que haga lo que consideras correcto y oportuno, el resultado será un castigo encubierto.
"Esto no da resultado si la actitud del adulto es punitiva. Es muy eficaz cuando su actitud es afable y respetuosa y cuando el niño participa en la decisión de cómo reparar el daño que ha hecho", añade Jane Nelsen. Regresando al ejemplo, de nada servirá que ordenes a tu hija limpiar las paredes. Lo idóneo es que mantengas una tranquila conversación con ella, sin amenazas, ayudándole a comprender su error, a analizarlo con empatía y a pensar en lo que puede hacer para compensarlo. No siempre será fácil. Pero a medio y largo plazo, siempre será más eficaz y edificante que un castigo.
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¿Qué ocurre cuando permitimos que un niño repare el daño que ha causado?
La reparación del daño, ante todo, no sitúa el foco en el error del niño, sino en la oportunidad de aprendizaje que ofrece. "Reparar el daño es motivador porque enseña responsabilidad social", subraya Nelsen. Porque de los errores se aprende, pero también es cierto que debemos hacernos responsables de aquellos que cometemos. Cuando la responsabilidad no conlleva miedo, culpa, dolor o vergüenza, lo que el niño siente es motivación intrínseca y sincera. Justo al contrario de lo que ocurre cuando educamos a base de premios y castigos, empleando una motivación extrínseca y manipuladora.
Es hora de borrar de nuestras mentes esa extraña creencia que sugiere que los niños necesitan sentirse mal para portarse mejor. "Es triste que algunos adultos incidan más en que los niños sientan culpa, vergüenza o dolor por lo que han hecho que en que reparen el daño y experimenten la clase de motivación que los impulsará a dejar de portarse mal", lamenta Nelsen.
Para Jane, intentar que los niños se sientan bien aunque hayan cometido un error no es premiar sus conductas negativas. "Los niños no salen impunes cuando los motivamos para que reparen el daño que han hecho. Aprenden a responsabilizarse de sus errores con su dignidad y su respeto intactos", explica. En los cursos «Disciplina Positiva», impartido por Bei M. Muñoz; y «Disciplina Positiva de 8 a 16 años», con Violeta Alcocer y Bibiana Infante, descubrirás las herramientas prácticas que ofrece este modelo, concebido para crear relaciones desde el equilibrio entre amabilidad y firmeza.