En cualquier circunstancia en que la comunicación sea relevante, las formas son un aspecto trascendental. No sólo eso, sino que a menudo son la parte más importante. Imagina que entras en una tienda para comprar una barra de pan. El panadero te dice que su precio es un euro, pero le entregas por error una moneda de 50 céntimos. No sienta igual un "disculpe, se ha confundido", que un "eres tonto, mira lo que has hecho". Por no pensar en que el tendero perdiese los papeles y comenzase a gritarte. En cualquiera de los tres casos, el mensaje esencial sería el mismo: "te has equivocado". Pero es evidente que nuestros sentimientos cambiarán dependiendo de cómo nos lo transmitan. Entendemos el qué, pero lo sustancial es el cómo.
Como los adultos, los niños se ven expuestos cada día a esta clase de situaciones. Sin embargo, el impacto que las formas pueden generar en ellos es mucho mayor. A menudo, padres y educadores estamos tan preocupados por hacer lo correcto que olvidamos hacerlo de la manera adecuada. Por ejemplo, muchos de los errores que solemos cometer al corregir a los niños no son de fondo, sino de formas. "Es fundamental que las personas que acompañamos a niños y niñas seamos un modelo de referencia; y por supuesto, un modelo pacífico", apunta Soraya Sánchez en el curso «Crianza respetuosa en la primera infancia». Merece la pena pararnos a pensar en cómo hacemos, cómo decimos y cómo nos comunicamos.
1. La imitación es clave en el aprendizaje
En uno de nuestros últimos posts repasamos la importancia del ejemplo. "Educar con el ejemplo no es una forma de educar, es la única", decía Albert Einstein. Hay un sinfín de cosas que los niños aprenden observando la manera en que se expresan los adultos que tienen como referencia. De nosotros adquieren el vocabulario y el nivel de corrección gramatical a la hora de construir frases, pero la influencia también llega a aspectos bastante más profundos.
"El lenguaje no sólo son palabras que definen realidades. Lleva implícita una forma de ver el mundo. Con el lenguaje, imitamos esa forma de interpretar la realidad", explica Soraya Sánchez. Con cada palabra y con el tono que elegimos para pronunciarla les estamos mostrando cómo nos posicionamos. El modelo que copian no es el que les decimos, sino el que observan. De nada valdrá que pases años explicándole y repitiéndole que no debe alterarse ante los contratiempos si eso es exactamente lo que haces tú.

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2. El lenguaje influye en el desarrollo de la personalidad
Los niños son seres humanos que están descubriendo su propia personalidad, que tratan de entender quiénes son. Es una tarea realmente compleja y para afrontarla se valen de todas las herramientas a su alcance. En este sentido, la opinión de los adultos que les rodean es para ellos un recurso preciado. En el curso «Disciplina Positiva», Bei M. Muñoz nos recuerda que los niños suelen ser buenos observando, pero no tanto extrayendo conclusiones. Por eso hay que tener mucho cuidado con lo que podemos transmitirles acerca de lo que pensamos y sentimos hacia ellos.
Cuando recurrimos al "lo haces porque yo lo digo", les decimos que su criterio no vale nada al lado del nuestro. Con un suspiro y un "déjalo, que ya lo hago yo", podemos inculcarles que no son capaces hacer nada por sí mismos. Empleando tonos de falsete y felicitaciones exageradas ("¡muy bien!"), quizá les hagamos ver que nuestra aprobación es más importante que su esfuerzo. Si nos dirigimos a ellos con excesiva dureza, corremos el riesgo de que interpreten que nuestro afecto no es incondicional. No se trata de aspirar a la perfección. Es inevitable cometer errores. Lo que sí está en nuestras manos es pensar en estos detalles para mejorar. Pequeños cambios en nuestra manera de dirigirnos a los niños pueden tener consecuencias cruciales.
3. Los gritos no funcionan... tampoco para ti
Los gritos son quizá la forma más habitual de perder las formas. Elevando el tono ante los problemas, enseñamos al niño a perder el control en ese tipo de circunstancias. Además, los chillidos hieren su autoestima, incluso pueden producir daños fisiológicos. Es obvio que afectan a los más pequeños, pero no olvides analizar también cómo te afectan a ti. Gritar suele conducirnos al aumento del estrés, al sentimiento de culpa y a la frustración, así como al miedo a dañar los lazos que nos unen a nuestros hijos. Estas son también razones de peso para hacer autocrítico y cuidar las formas.
4. Si quieres ayudarle, háblale con claridad
No todos los errores relacionados con el cómo tienen su origen en los enfados. A veces, las confusiones se originan en la falta de claridad a la hora de hablar con los niños. Precisamente por evitar un grito, podemos desahogarnos con un comentario irónico ante un niño que no tiene edad para entenderlo. O, con la mejor de las intenciones, ofrecemos un sermón de cinco minutos a un pequeño de tres o cuatro años. Es posible que esté deseando comprender y mejorar, pero para hacerlo necesita que le hablemos de manera clara y sencilla. Encontrar el equilibrio entre amabilidad y firmeza, tal como propone la Disciplina Positiva, es un enfoque eficaz para lograr que los niños asimilen lo que queremos de ellos.

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5. La importancia de seleccionar las palabras
En el ejemplo del primer párrafo advertimos también la importancia de elegir correctamente los términos que usamos. Supón que tu hijo de tres años deja caer al suelo su plato de comida. No es lo mismo soltarle un "¡malo!" que decirle que "lo que has hecho no está bien". Piensa si quieres juzgarle a él o concentrarte en sus acciones. Si la situación lo permite, lo ideal es concentrarte en una solución, tratando de ser lo más neutral posible. "Ahora tendrás que limpiarlo" puede ser una frase apropiada para solucionar el problema del plato caído. A fin de cuentas nadie alcanza la adultez arrojando al suelo la comida. Por eso, la enseñanza más valiosa es la que tiene que ver con la manera de afrontar el asunto.
6. Evita el "no llores" y el "no pasa nada"
Las palabras que usamos también le dicen al niño cómo evaluamos sus sentimientos. ¿Quién no ha tratado de consolar a alguien triste, niño o adulto, entonando dulcemente el "no llores" o el "no pasa nada"? Si nos detenemos a pensarlo, se llora para liberar angustia. Y cuando se llora es porque sí pasa algo. Permitamos esa descarga eligiendo otras expresiones para acompañarla. "Estoy aquí para ti", "entiendo lo mal que te sientes", incluso un abrazo en silencio son alternativas interesantes. No existen una fórmula mágica, ni hay recetas universales. En el curso «Las emociones en los niños», Cristina Gutiérrez nos demuestra que la clave es conocer al niño y estar dispuesto a empatizar con él, sean cuales sean sus sentimientos.