Como método educativo, los gritos son absolutamente ineficaces. Lo mismo ocurre con las amenazas, los chantajes, los desprecios y cualquier otra forma de violencia o agresividad verbal. Tal vez parezca que estamos insistiendo sobre una cuestión evidente, pero no es así. Muchos padres todavía creen que elevar el tono de voz es un recurso aceptable y hasta eficaz. Y entre los que opinan lo contrario, también hay bastantes que no conceden a este asunto la importancia que verdaderamente tiene. Por eso, tarde o temprano, optan por el grito al perder la paciencia.
Es fundamental comprender que ningún niño o adolescente mejora su comportamiento gracias a los gritos. Quizá lo haga por miedo o por resignación, sentimientos que efectivamente pueden generar los gritos. Pero cuando se trata de educar, el cómo es tan importante como el qué, incluso más. No es igual un cambio impulsado por el diálogo y el entendimiento mutuo que un cambio motivado por el temor a represalias. Aunque el resultado inmediato pueda parecerte similar, las consecuencias a medio y largo plazo son radicalmente distintas.

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Las consecuencias de la violencia verbal son comparables a las de la violencia física
Si preguntas a mamás y papás en tu entorno, seguro que la mayoría admiten haber gritado alguna vez a sus hijos. Algunos incluso reconocerán hacerlo a menudo. Sin embargo, si preguntas si la violencia física les parece admisible, todos (o casi todos) te responderán con un tajante 'no'. En nuestra mente tenemos firmemente anclada la idea de que pegar es peor que gritar. Desde luego, no cabe duda de que en muchos sentidos es así. Pero establecer comparaciones y niveles de gravedad supone el riesgo de cometer el error de quitar importancia a algo que la tiene.
Un estudio publicado en el año 2014 apuntó que las consecuencias de la violencia verbal sobre niños y adolescentes pueden ser tan graves como las provocadas por la violencia física. Los investigadores realizaron un seguimiento a 976 familias con hijos de entre 13 y 14 años. Detectaron que los jóvenes más expuestos a gritos y lenguaje agresivo eran considerablemente más propensos a tener problemas en la escuela, involucrarse en peleas, mentir a sus padres y sufrir síntomas de depresión. Los efectos, según los responsables del estudio, eran comparables a los registrados en niños que padecen maltrato físico.
El trabajo también habla de la espiral destructiva que genera la violencia verbal. "La disciplina verbal severa parece ser ineficaz a la hora de afrontar los problemas de conducta de los jóvenes. En realidad, parece que fomenta tales conductas", explica el profesor Ming-Te Wang, uno de los autores. Así, los gritos pueden provocar que persista un comportamiento que pretendía modificarse. Cuando esto ocurre, los padres sienten frustración, los gritos se hacen más frecuentes y las intimidaciones crecen en intensidad.
Reparar el daño no es tan fácil como parece
Cualquiera puede tener un mal día y acabar gritando por pura desesperación. No es a esa clase de gritos a los que el estudio citado se refiere. Distinto es el caso de los padres que son cariñosos y empáticos la mayor parte del tiempo, pero tienden a elevar la voz cada vez que se enfadan. No tener capacidad para gestionar esas emociones también puede acabar siendo perjudicial para los niños, por mucho que se pidan disculpas o se intente reparar el daño justo a continuación.
"La calidez parental no reduce los efectos de la disciplina verbal. El sentimiento de que los padres gritan a sus hijos 'por amor' o 'por su bien' no mitiga el daño infringido. Tampoco la fuerza del vínculo que haya entre ellos. Incluso si es comprensivo con su hijo, perder los estribos sigue siendo algo malo", sostiene el profesor Wang. Sin lugar a dudas, vale la pena dedicar tiempo a reflexionar sobre la forma en que hablamos a los niños.
No sólo educamos cuando nos dirigimos directamente a nuestros hijos. Lo hacemos también cuando reflexionamos, cuando somos autocríticos, cuando buscamos maneras de mejorar como padres. Cometer errores es inevitable, pero entenderlos como oportunidades de aprendizaje sí está en nuestras manos. Los niños necesitan que estemos dispuestos a ser la mejor versión de nosotros mismos.

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Alternativas a los gritos
Solemos pensar a la inversa, pero la tarea de educar tiene más de aprender que de enseñar. Educar a un niño exige aprender a acompañar, a escuchar, a cambiar... La relación entre padres e hijos es compleja; por eso en Escuela Bitácoras tratamos de abordarla desde diversos ángulos en nuestros cursos sobre autoridad. El modelo de Disciplina Positiva te brindará herramientas para afrontar la comunicación desde un equilibrio entre amabilidad y firmeza. En el curso «Adolescentes. Cómo comunicarnos con ellos», Cristina Gutiérrez nos da las claves para mantener la conexión durante esta difícil etapa. Y si tus hijos son un poco más pequeños, no te pierdas los consejos de Alberto Soler para manejar «Rabietas y límites desde el respeto».