¿En qué pensamos cuando hablamos de educación? Solemos reflexionar sobre las necesidades de los niños, sobre las etapas de su desarrollo, sobre sus emociones, incluso sobre entornos, actividades, juguetes y libros adecuados... pero a veces olvidamos pensar en nosotros mismos, padres y educadores; en nuestro papel como adultos acompañantes. Porque nuestra presencia e implicación es imprescindible, pero no suficiente. No basta con las ganas, el tiempo, el respeto y el amor incondicional. La educación también nos exige convertirnos en adultos conscientes, conectados y comprometidos, abiertos a aprender, incluso a cambiar y evolucionar. En otras palabras, tu hijo necesita que estés dispuesto a ser la mejor versión de ti mismo.
Una parte importante del trabajo de María Montessori se centra en orientarnos para llevar a cabo esta transformación. "Es preciso remover cosas estáticas incrustadas en el espíritu del ser humano y que le han incapacitado para comprender al niño y adquirir el conocimiento intuitivo de su alma. La ceguera impresionante del adulto y su insensibilidad hacia sus hijos, frutos de su propia vida, tienen ciertamente raíces muy profundas, que se han extendido a través de generaciones. El adulto que ama al niño, pero que le desprecia de forma inconsciente, provoca en éste un sufrimiento secreto, espejo de nuestros errores y advertencia para nuestra conducta", explicaba la italiana. En el curso «Montessori en el hogar», Bei M. Muñoz nos acompaña en este proceso de cambio, profundizando en las claves aportadas por la pedagoga.
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Los 3 consejos de María Montessori para los padres
El niño en la familia es quizá la obra en que María Montessori dedica más tiempo al papel del adulto en la educación. En este libro ofrece tres consejos básicos para los padres.
1. Respetar todas las formas de actividad de los niños y tratar de entenderlas. Una actitud intervencionista por parte de los adultos acompañantes puede arruinar valiosos aprendizajes. Como decía Montessori, "el juego es el trabajo de los niños". Experimentar también forma parte de ese trabajo. Imagina que tu hijo de 5 años ha terminado de comer y no está limpiando la mesa como tú le has enseñado, sino que intenta manejar el trapo de otro modo. ¿Debes intervenir? En ocasiones merece la pena no hacerlo y limitarnos a observar. Es probable que, si tienes paciencia, te sorprenda con su capacidad para innovar. Sólo podrá hacerlo si le ofreces oportunidades seguras de conocer las consecuencias de sus actos.
2. Satisfacer cuanto antes los deseos de los niños respecto a su independencia. Una de las máximas de la pedagogía Montessori es "ayúdame a hacerlo por mí mismo". El adulto debe garantizar unas condiciones que permitan al niño trabajar solo y desarrollar su autonomía. Si tienes voluntad, imaginación y compromiso, crear un ambiente Montessori en tu hogar no tiene por qué ser caro ni complicado.
3. Ser prudentes en la relación. María Montessori nos explicó cómo funciona la mente absorbente de los niños. "Debemos ser conscientes de la importancia que tienen las palabras, cómo les tratamos, cómo va a influir en sus relaciones futuras", apunta Bei Muñoz. No se trata de martirizarnos cuando cometemos un error, al contrario: se trata de sustituir culpa por responsabilidad consciente. No podemos comprometernos a ser perfectos, pero sí podemos intentar ser la mejor versión de nosotros mismos durante la mayor parte del tiempo.
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Amabilidad, firmeza y autocuidado
Un adulto consciente y conectado con el niño al que acompaña es un adulto capaz de ser amable y firme al mismo tiempo. "Somos firmes cuando somos respetuosos con las exigencias de la situación y somos amables cuando somos respetuosos con los niños", indica Bei. El modelo de la Disciplina Positiva, muy relacionado con la pedagogía Montessori, ahonda en los beneficios de este enfoque. Es preciso que el adulto tenga la determinación de caminar hacia un equilibrio entre amabilidad y firmeza. El exceso de la primera puede causar caos, abusar de la segunda puede despertar inseguridad y miedo. Encontrar el punto intermedio no es fácil, pero sí posible. Es justo ahí donde se puede combinar la empatía, que genera un ambiente seguro y alentador para los niños; con la autoridad, necesaria para resolver conflictos y desafíos diarios.
Por otro lado, olvidar la reflexión sobre el papel del adulto implica olvidar la importancia del autocuidado. "Hay gente que piensa que es egoísta dedicar tiempo a uno mismo cuando se tienen hijos. No lo es. Cuando no estamos al 100%, los niños lo notan", advierte Bei. Nuestras energías son limitadas. No podrás ser la mejor versión de ti mismo si siempre tienes la batería al borde del colapso. El autocuidado es lo único que permite recargar pilas. Ser un adulto consciente es también ser una persona equilibrada, en un estado físico y psicológico adecuado para atender las necesidades de un niño. Además, les ofrecemos un valioso ejemplo: si mamá o papá se preocupan por cuidarse, también él se preocupará por cuidar de sí mismo. Porque como ya sabes, «educar con el ejemplo no es una forma de educar, es la única».