La pandemia de COVID-19 nos ha obligado a replantearnos nuestra vida cotidiana. Hoy sabemos que los espacios al aire libre son más seguros que los lugares cerrados; y como consecuencia, el debate sobre la viabilidad de la educación en la naturaleza está de plena actualidad. Las escuelas en bosques, montañas e incluso playas son una realidad en muchos países desde hace años; sin embargo, en otros como España continúan formando parte de un modelo minoritario. Mucha gente parece convencida de que no es posible llevar la educación a la naturaleza a gran escala, ni introducir la naturaleza en las aulas. Argumentan falta de dinero, de tiempo y de recursos humanos; asumiendo que dar el paso es necesariamente caro, trabajoso y complicado.
"Afortunadamente, es más cuestión de mentalidad que de materiales o recursos. Con un cambio de mirada, la mitad del camino estará ya recorrida", sostiene Katia Hueso, profesora del curso «Educar en la naturaleza» en Escuela Bitácoras. Katia es bióloga, especialista en Espacios Naturales Protegidos y cofundadora en 2011 del Espacio Saltamontes, primera escuela al aire libre de España. Nos explica que dar el primer paso es sencillo; y consiste en introducir pequeños cambios en esa manera de hacer las cosas en la que parecen haberse anclado muchas escuelas convencionales. Si de verdad no hay tiempo, dinero ni recursos, ¿por qué no empezar por aquello que no nos exige más tiempo, más dinero ni más recursos?
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Cambiar lo que hacemos en la escuela: excursiones, viajes escolares y deberes
"Cuando los niños van de excursión para visitar museos, no suelen tener la oportunidad de sentarse a comer en un parque o un espacio natural", reflexiona Katia Hueso. A menudo, las excursiones y las salidas se plantean saturando la agenda de actividades. Cambiar de mirada significa dar protagonismo a la naturaleza en estas programaciones. Porque pasear por una montaña cercana no cuesta más dinero que recorrer una exposición. Explorar un bosque no exige más tiempo que escuchar un par de conferencias. Sentarse a comer o jugar un rato en un espacio natural no demanda más recursos que hacer lo mismo entre cuatro paredes; y los beneficios de estas alternativas al aire libre están sobradamente demostrados.
No se trata de eliminar las visitas culturales, sino de complementarlas con actividades en la naturaleza. Dando al juego libre la importancia que merece, permitiendo la exploración y la creación aunque sea en un jardín, ya estaremos progresando. Es cierto que hay centros escolares que sólo disponen de patios de cemento, pero otros viven aislados de espacios naturales que tienen a tiro de piedra. ¿Cómo es posible que tantos niños no conozcan montes que están a escasos kilómetros de sus colegios?
Vincular educación y naturaleza sería viable incluso si fuese imposible coordinar salidas en horario escolar. Por ejemplo, cambiar la forma en que se plantean los deberes es sólo cuestión de voluntad. Los niños pueden hacer mapas de la naturaleza próxima a su hogar, aunque no haya más que un pequeño parque. Pueden fijarse en la fauna y la flora, elaborar un inventario de biodiversidad en su entorno. También pueden estudiar los cambios en la naturaleza a lo largo de un año, llevar un registro meteorológico... son ideas sencillas, baratas, con contenido curricular y aplicables en cualquier estación del año, invierno incluido.
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Más naturaleza en las aulas y en la escuela
Educar en la naturaleza no sólo significa pasar más tiempo al aire libre. También consiste en abrir las puertas de nuestras aulas a la naturaleza. "El cambio de mirada pasa por permeabilizar las paredes de la escuela, por dejar que entre la naturaleza entre en ella", apunta Katia Hueso. En los estantes, por ejemplo, puede haber huecos para distintas plantas. También podemos colocar un terrario o un acuario al fondo del aula. Lo fundamental es que pensemos qué elementos naturales podemos llevar a clase, porque nos darán motivos para hablar sobre la naturaleza y vincularnos a ella.
Hay otras zonas del colegio en las que es sencillo incrementar el protagonismo de la naturaleza, haciendo a los niños partícipes de ello. Podemos involucrarles en la creación de una sección dedicada a libros sobre naturaleza en la biblioteca del centro. O incluso invitarles a analizar el menú del comedor escolar y hacer propuestas para mejorarlo con productos de proximidad y/o ecológicos. Como puedes ver, es más una cuestión de compromiso y voluntad que de dinero y recursos. Porque la educación en la naturaleza no debería ser un privilegio de pocos, sino una opción al alcance de todos. En el curso «Educar en la naturaleza», Katia Hueso nos enseña cómo ofrecer a los niños los beneficios de este modelo, con independencia del tipo de colegio al que acudan a diario.