El contacto con la naturaleza se entiende actualmente como un privilegio. "Esto es un lujo", "¡qué placer!", "menudo respiro, necesitaba desconectar"... esta es la clase de términos en que nos expresamos cuando encontramos refugio en un entorno virgen, puro o salvaje. El frenético ritmo de vida al que nos hemos acostumbrado nos ha hecho pensar de este modo, pero la realidad es diferente. Ni lujo, ni privilegio: el contacto con la naturaleza es una necesidad humana, para niños y para adultos. La naturaleza es nuestra y nosotros somos parte de ella.
Edward O. Wilson y Stephen R. Kellert plantearon La hipótesis de la biofilia en 1993, publicando un libro con el mismo nombre. En esta obra hablan sobre la conexión innata entre el ser humano y el mundo vivo que le rodea. Los autores explican cómo establecer vínculos emocionales con la naturaleza, conocerla y valorarla, es determinante para nuestro bienestar.
"La necesidad humana de la naturaleza está vinculada no sólo a la explotación material del medio ambiente, sino también a la influencia de la naturaleza en nuestro bienestar emocional, estético, cognitivo e incluso en el desarrollo espiritual".
Edward O. Wilson & Stephen R. Kellert - La hipótesis de la biofilia (1993)
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No existe mal tiempo, sino enfoques equivocados
Todos los niños deberían tener la oportunidad de disfrutar de la naturaleza. Hay que decirlo alto y claro, repetirlo tantas veces como sea necesario, porque los beneficios del contacto frecuente con el medio natural están sobradamente demostrados. Sin embargo, perviven todavía algunos mitos que generan dudas y temores entre los padres. Muchas de estas creencias infundadas aparecen en otoño e invierno, con la llegada del frío, las lluvias e incluso la nieve.
"¿Salir al campo con este tiempo? ¡Se pondrán enfermos!". Este es, sin duda alguna, el mito más recurrente. Los adultos pensamos que los niños enfermarán por exponerse a eso que insistimos en llamar 'mal tiempo'. En realidad, los contagios de enfermedades causadas por bacterias y virus se producen mayoritariamente en espacios cerrados. Pasar tiempo en entornos naturales, por el contrario, ayuda a los niños a fortalecer su sistema inmune.
Las escuelas en la naturaleza proponen a los niños salir todos los días. Aunque llueva, aunque hiele. Los índices de enfermedad en estos centros no son, ni mucho menos, más altos que en centros convencionales. Ni en España, ni en países con climas mucho más duros, como los nórdicos. Equipados con vestimenta adecuada, los niños no sólo no enferman, sino que disfrutan. Solemos ser los adultos los que damos por hecho que el agua o el viento les resultan molestos.
Los peques se relacionan con naturalidad con su entorno. Cuando tienen la hermosa costumbre de conectar a diario con la naturaleza, el frío y la lluvia no son enemigos ni inconvenientes para ellos. Al contrario: les ofrecen oportunidades para aprender. Deben entender cómo protegerse, cómo cuidarse; desarrollando así su resiliencia. Viviendo y jugando libres en condiciones distintas se sienten fuertes y capaces, trabajan nuevas habilidades, liberan su imaginación y alimentan su autoestima.
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Aprender y disfrutar con tus hijos en la naturaleza
No hay aprendizaje como el que surge en la naturaleza, porque es allí donde los niños pueden aprender a través de la vivencia directa. Saliendo a pasear y jugar tienen la oportunidad de observar cómo cambia su entorno a lo largo del año. Los árboles, sus frutos y sus hojas; los charcos, su tamaño y su temperatura; el barro, la tierra, sus colores y los seres que la habitan... Son realidades que pueden ver en libros o pantallas, pero sólo el contacto directo estimula su entusiasmo, activa el motor del asombro y despierta su creatividad.
Pasar una tarde o unos días en la montaña es un plan magnífico. Pero si vives en la ciudad, no creas que hacer una escapada es la única opción. Existen alternativas para ofrecer educación en la naturaleza a tus hijos, estés donde estés. Tal como explica Katia Hueso en el curso «Educar en la naturaleza», lo esencial es cambiar de mentalidad. Dejar de creer que respirar aire puro es un privilegio, un lujo o una excepción. Recordar que es algo necesario, algo nuestro, algo que nos aporta felicidad y plenitud.
"No puede ser que tengamos a los niños en el interior todo el rato. El contacto con la naturaleza no es un entretenimiento, es crucial".
José Antonio Corraliza, catedrático de Psicología Ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid - La Vanguardia