"Lo normal es que los niños comiencen a caminar a los doce meses". "El verano de los 2 años es el momento idóneo para retirar el pañal a tu bebé". "Con 3 años, tu hijo ya debería saber hablar con cierta fluidez". Todos hemos escuchado un montón de veces afirmaciones de este tipo. Los adultos tendemos a establecer 'calendarios de normalidad' para niños y niñas, dando por hecho que todos harán ciertas cosas en un momento concreto. Por supuesto, la realidad no funciona así. Cada niño tiene su propio ritmo de desarrollo. No se aprende a caminar, sino que todos los niños sanos caminan cuando están preparados para hacerlo. Y con los procesos que conducen a la adquisición y consolidación de la lectoescritura ocurre algo no igual, pero sí parecido.
Es fundamental tener muy clara la diferencia entre aprendizaje y maduración. Aunque podríamos decir que lectura y escritura son aprendizajes, no podemos obviar que para llegar a ellos es preciso completar previamente una serie de procesos madurativos. Y sobre todo, debemos tener claro que el interés y la motivación del niño son fuerzas imprescindibles para recorrer el camino. "El proceso de lectura y escritura debe salir de dentro de los niños, de su propia motivación e interés. No debe ser algo impuesto cuando nosotros creemos que debemos enseñarlo, según una determinada fecha", explica Laura Estremera, educadora infantil y profesora del curso «Lectoescritura».
Olvidemos, por tanto, eso de que "los niños aprenden a leer y escribir con 6 años"; y pensemos en ellos como protagonistas de su propio aprendizaje. Para ello es preciso un cambio de mirada hacia la infancia.

Más información sobre el curso «Lectoescritura»
Dos maneras de entender la infancia: mirada empirista y mirada constructivista
Todo el mundo tiene una mirada hacia la infancia, sea o no consciente de ello. La forma en que una madre o un profesor tratan al niño, las palabras y el tono que eligen para dirigirse a él, la visión que tengan sobre sus necesidades... son algunos de los múltiples detalles en que se puede percibir qué clase de mirada hacia la infancia tiene un adulto.
Hablando sobre miradas hacia la infancia en el curso «Lectoescritura», Laura Estremera menciona dos grandes corrientes. Por un lado está la mirada empirista, que parte de la consideración de niños y niñas como pizarras en blanco, vasos vacíos que los adultos deben llenar de conocimientos. Desde este punto de vista, el deber de los docentes es estimular y apremiar a los niños para que aprendan, porque se entiende que antes y más es mejor. Esta mirada no tiene en cuenta las necesidades, los gustos ni los ritmos individuales, sino que pretende enseñar a todos los niños los mismos contenidos en un mismo momento.
Por otro lado está la mirada constructivista, nacida en el siglo XX de la mano de Jean Piaget y Lev Vygotski. Considera que los niños aprenden de forma activa, que se construyen a sí mismos cuando están en el entorno adecuado. Así, no se entiende enseñar como 'llenar' a los niños, ni aprender como repetir respuestas que el docente señala como correctas. Aprender significa integrar, relacionar, asociar, buscar la utilidad de los conocimientos ofrecidos. Esto es posible si conseguimos respetar los procesos de los niños, confiando en que aprenderán en menos tiempo y con menos esfuerzo cuando estén preparados para cada aprendizaje y su motivación sea intrínseca.
Como supondrás, Laura Estremera nos propone abordar los procesos de lectoescritura desde una mirada constructivista.

Más información sobre el curso «Acompañamiento emocional»
La importancia de respetar las necesidades, los ritmos y los intereses de los niños
Desde una mirada constructivista hacia la infancia es fácil entender por qué el interés y la motivación del niño son requisitos esenciales a la hora de afrontar los aprendizajes relacionados con la lectura y la escritura. "No todos los niños tienen que hacer lo mismo al mismo tiempo", subraya Laura Estremera, "si respetamos sus ritmos cada uno llega en su momento a los aprendizajes escolares".
Laura apunta que el juego "libre, no dirigido y sin objetivos predeterminados" está en la base de la pirámide que conduce a esos aprendizajes escolares. Es todo lo relacionado con experimentar y descubrir, la vivencia del propio cuerpo. Después está el juego simbólico. En el peldaño siguiente figuran juegos con finalidad, la parte más cognitiva y verbal, el trabajo en papel, lo abstracto. El juego no es una pérdida de tiempo, por eso es importante favorecer el proceso de juego hasta que llega el interés. La creencia de que los niños pequeños que pasan tiempo jugando no aprenderán nunca, salvo que un adulto intervenga, es falsa.
"Lo importante es tomar conciencia de este camino para cultivarlo poco a poco", añade Laura. Entonces, ¿qué sucede con niños y niñas que aparentemente no muestran motivación por aprender a leer y escribir? "Debemos preguntarnos si hemos respetado sus tiempos de juego y sus necesidades. Quizá hemos sido los adultos los que, queriendo preparar el camino, lo hemos ofrecido antes de tiempo, sin motivación real, haciéndola desaparecer o no aparecer", expone la educadora.