Estar en la naturaleza es agradable para una inmensa mayoría de niños y adultos. Bosques, montañas, mares, ríos, reservas... más allá de gustos y preferencias, todo el mundo se divierte, relaja o evade cuando tiene la oportunidad de estar en un entorno natural. Paradójicamente, cada vez pasamos menos tiempo en esta clase de espacios. En el estilo de vida urbano, los momentos reservados para conectar con la naturaleza tienden a ser puntuales, incluso anecdóticos. Y eso en caso de que verdaderamente existan. Esta tendencia fue la que observó Richard Louv cuando, en el año 2005, publicó su libro Last Child in the Woods, en el que habló por primera vez del trastorno por déficit de naturaleza.
Inicialmente, Louv buscó un término llamativo para alertar sobre las graves consecuencias del distanciamiento con el medio natural en el que muchos niños viven. La ciencia no ha tardado en darle la razón. El trastorno o síndrome por déficit de naturaleza es algo real. "Los niños ya no juegan fuera, no tienen esa vivencia directa e inmediata con la naturaleza. Esto provoca que no la entendamos. Si no hay contacto, no hay amor; no podemos amar lo que no conocemos. En la etapa adulta, manejar adecuadamente los recursos naturales les resultará más complicado. Y esto tiene consecuencias sociales a largo plazo que pueden ser muy graves", apunta Katia Hueso en el curso «Educar en la naturaleza».
Cada 3 de marzo celebramos el Día Mundial de la Naturaleza o Día Mundial de la Vida Silvestre. No hay fecha más idónea para reflexionar sobre los peligros de alejarnos de algo de lo que, al fin y al cabo, formamos parte. La naturaleza.
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Biofilia y topofilia: los 'pegamentos' que nos unen a lo vivo
Seguro que ya has leído sobre los impresionantes beneficios de la actividad física al aire libre en la salud mental de los niños. Sin embargo, quizá no conozcas los riesgos a los que se expone un peque con trastorno por déficit de naturaleza. La falta de actividad en el exterior incrementa el peligro de que padezca enfermedades cardiovasculares y obesidad. También será más probable que tenga dificultades de concentración y atención. Además, estará más expuesto a sufrir ansiedad, estrés y depresiones. Por supuesto, lo anterior afecta de manera similar a la población adulta.
En el Día Mundial de la Naturaleza suelen hablarnos de proteger y cuidar nuestro entorno. Pero la educación en la naturaleza propone algo distinto. "No es tener un planeta mejor, sino formar a mejores personas para un planeta mejor. Esto se consigue mediante el afecto y la experiencia", señala Katia Hueso. Así, a través de la educación en la naturaleza, los niños se desarrollan de forma mucho más saludable; pero además, conectan con su entorno y lo sienten como algo propio, que valoran y respetan.
Erich Fromm habló de biofilia para explicar el instinto natural que los seres humanos tenemos para unirnos a todo lo vivo. ¿Te has fijado en el amor instintivo que un niño siente por perros, hormigas, aves...? ¿Es casualidad que los peluches infantiles sean casi siempre animales? Por otro lado está el concepto de topofilia, que describe el afecto natural por el paisaje y el entorno. Un niño que crece en contacto frecuente con la naturaleza se vincula emocionalmente a ella. Biofilia y topofilia son, por tanto, dos pegamentos que nos unen al mundo vivo. Nos recuerdan que la naturaleza no es algo ajeno a nosotros: somos parte de ella. Por eso es lógico que todos los niños tengan la oportunidad de disfrutarla.
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¿Qué es educar en la naturaleza?
En el curso «Educar en la naturaleza», Katia Hueso nos ofrece una definición. "Es la formación integral de las personas que se basa en un contacto directo, permanente y frecuente con el medio natural, constituyendo éste la fuente de materiales y escenarios. No sólo para la educación, sino para fomentar un estilo de vida respetuoso con la naturaleza", explica.
Un contacto directo implica ausencia de intermediarios. No es que un profesor explique qué es la lluvia, sino que el niño pueda experimentar con un charco. Que el contacto sea frecuente exige asiduidad. Una excursión anual a un bosque no contiene la esencia de la educación en la naturaleza. Por último, que el contacto sea permanente implica estar en la naturaleza. No es ir a la naturaleza a hacer actividades programadas. "A través del estar, vamos a ser. Si nos dedicamos a hacer, no podemos estar; si no estamos, no podemos aprender a ser", concreta Katia.
La educación desde la naturaleza, para la naturaleza, sobre la naturaleza o con la naturaleza también pueden tener beneficios, pero ninguna es equivalente a la educación en la naturaleza. Porque, al fin y al cabo, la preposición 'en' remite a 'estar dentro'; y como subraya Katia Hueso, "estar es lo que nos permite ser".
El curso «Educar en la naturaleza» está pensado para familias y docentes interesados en acompañar a niños mientras se vinculan con los entornos naturales a su alcance. Si eres educador o educadora, descubrirás que llevar la naturaleza a las escuelas convencionales es posible, necesario, barato y sencillo. Y si eres mamá o papá, Katia Hueso te enseñará que existen alternativas para ofrecer educación en la naturaleza a tus hijos, incluso si vives en una ciudad. "La sociedad actual necesita reconectar con la naturaleza, volver a su esencia", concluye.