Imagina que estás en una situación límite, agarrándote al borde de un precipicio con la punta de los dedos. Las fuerzas empiezan a fallarte, pero alguien aparece. Le pides ayuda. Sin embargo, antes de echarte un mano comienza a hablar. "¿Cómo has podido llegar a esto? Lo has hecho mal. Te has equivocado y lo sabes. No tendrías que haberte acercado tanto, deberías saber podía pasarte algo así. ¿Es que no te das cuenta? ¿Por qué lo has hecho?", argumenta esa persona, tu única esperanza en ese momento. ¿Cómo crees que te sentirías? Sin duda alguna, tu miedo, agobio y desesperación no harían más que multiplicarse.
Algo parecido es lo que ocurre cuando los adultos nos empeñamos en razonar con un niño que está emocionalmente desbordado, por ejemplo en mitad de una rabieta. Es probable que haya mucha verdad en nuestras palabras, pero poco importa eso en un momento de crisis. "En circunstancias como estas, la mente emocional 'secuestra' a la mente racional. Los niños pequeños no pueden ser receptivos a estos mensajes", explica el psicólogo Alberto Soler.
Insistir en el sermón cuando una niña está dominada por el berrinche es como intentar echar abajo a puñetazos una puerta blindada. No es eficaz y además nos haremos daño. Para que el mensaje llegue, lo mejor es abrir la puerta. Y la llave que la abre es la conexión emocional.

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Qué es (y qué no es) conectar emocionalmente
En el curso «Rabietas y límites desde el respeto», Alberto Soler dedica varias lecciones a hablarnos sobre herramientas y estrategias para la gestión de estos momentos de explosividad emocional. La primera —y quizá la más importante, por imprescindible— es la conexión emocional. Supone dejar momentáneamente al margen la conducta y la corrección que queremos hacer, concentrándonos en ofrecer apoyo, alivio y/o consuelo al niño desbordado. En otras palabras, se trata de actuar desde la empatía y la contención. Solo así podremos construir un ambiente más propicio para buscar soluciones al problema que haya desatado la tormenta.
Es fundamental comprender que para conectar emocionalmente necesitamos asumir un rol activo. Ignorar al niño hasta que quede agotado por su propia ira o su propia tristeza no tiene nada que ver con la conexión. De la misma manera, el exceso de permisividad tampoco es sinónimo de empatía. La ruptura de ciertos límites nunca puede permitirse, ni siquiera en estas circunstancias difíciles. "Las reglas relativas al respeto hacia los demás no pueden obviarse por mucho que predomine la mente emocional", subraya Alberto Soler. Cuando un niño está tan desbordado que adopta conductas agresivas o violentas, es necesario cortar ese comportamiento antes de afrontar la conexión.

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Tres pautas sencillas para conectar emocionalmente
Cada niño es diferente y cada situación compleja tiene sus particularidades. Conocer a tu hijo es la mejor forma de saber cómo alcanzar la conexión emocional en cada momento. Sin embargo, sí hay algunas estrategias básicas que pueden servirnos para dar los primeros pasos.
- Bajar a su nivel. Cuando las palabras no son eficaces, el lenguaje no verbal multiplica su importancia. Colocar tus ojos a la altura de los de tu hijo siempre facilita la comunicación, pero más aún cuando está especialmente alterado. El objetivo es que te perciba como alguien cercano y no como una amenaza.
- Contención emocional. En el enfado o la tristeza extrema, algunos niños rechazan el contacto físico. No solo debemos respetarlo, sino también intentar no tomárnoslo como un ataque. Puede ser positivo manifestar disponibilidad de modo sutil, por ejemplo manteniéndonos donde pueda vernos, aunque sea a cierta distancia. Si acepta el contacto, podemos darle un abrazo. No hay necesidad de hacerle sentir rechazado aunque su conducta haya sido inadecuada. Recuerda que el objetivo de conectar emocionalmente no es ignorar el comportamiento, solo estamos aplazando la corrección. Abrazar no significa aprobar, pero sí puede ser más oportuno en ese instante.
- Con las palabras, menos es más. Si vas a decirle algo cuando está desbordado, piensa en la frase más breve y directa que se te ocurra. Si te dejas llevar acabarás soltando un sermón. A menudo, "lo siento, pero ahora no puede ser" es más que suficiente, aunque no aplaque la rabieta de manera inmediata.
Una vez que consigas conexión emocional y rebajes esa activación disparada, estarás en condiciones de redirigir la conducta, ofrecer argumentos, buscar alguna solución y planificar mejores formas de actuar para el futuro. En los cursos sobre autoridad de Escuela Bitácoras encontrarás herramientas y consejos de expertos para gestionar estas situaciones sin que los conflictos dañen tu relación con tus hijos. Porque las rabietas pasan, pero los vínculos que construimos con ellos permanecen.