Pretender que un niño aprenda a gestionar sus emociones sin atravesar la fase de las rabietas sería como intentar que aprendiese a hablar sin pasar por el balbuceo y el silabeo. Porque ante todo, las rabietas son normales. Que tu hijo tenga muchas o pocas, breves o largas, intensas o moderadas, no significa necesariamente nada, ni sobre él ni sobre tu forma de educar. Porque si es otro peque el que estalla en un berrinche solemos decir que "es normal a esta edad", pero cuando es el propio surgen las dudas. ¿Estoy malcriándole? ¿Está demasiado consentido? ¿Es culpa de esa persona (madre, padre, tío, abuela) que le da todo lo que quiere?
Como es evidente, un niño puede tener algún problema que se haga más visible durante una rabieta. Y también es posible que los niños y niñas no sepan tolerar la frustración, sobre todo aquellos que apenas han tenido la oportunidad de enfrentarse a ella. Pero con todos los matices que queramos hacer, es muy importante tener claro que las rabietas forman parte de su desarrollo. Son algo normal y así debemos afrontarlas. Eso sí: una cosa es saber que son normales y otra quedarnos de brazos cruzados ante ellas.
"Que formen parte del desarrollo normal no significa que no podamos hacer nada para gestionarlas mejor. Es más, una mala gestión de las rabietas puede terminar produciendo complicaciones y creando mal clima en casa", advierte el psicólogo Alberto Soler en el curso «Rabietas y límites desde el respeto».
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¿Qué son las rabietas?
Cada niño y cada niña se enrabieta de manera diferente. Por eso podríamos hacer decenas de definiciones distintas, cada una con las particularidades características de cada caso. Generalizando y sin profundizar en detalles, podemos decir que una rabieta es la manifestación de la frustración de un niño ante un deseo que no puede cumplir. Aproximadamente entre los doce y los dieciocho meses de edad suelen aparecer los primeros berrinches, que pueden ser habituales hasta los cuatro años. Después, su frecuencia y su intensidad decrecen de forma progresiva.
Alberto Soler explica que las rabietas surgen cuando los niños comienzan a tomar consciencia de que son seres diferentes a sus padres. Exploran su propia independencia, así como las normas y los límites que los adultos marcamos. Y por supuesto, no tienen las habilidades para comunicarse y razonar que sí tiene un adulto. Con el tiempo y las experiencias, los niños manejan cada vez más recursos, por eso tienen cada vez menos rabietas. "Los niños tienen berrinches porque no saben hacerlo mejor. No tienen los conocimientos necesarios para utilizar estrategias", señala el pediatra Carlos González en el curso «Autoridad y límites».
Un niño que explota en lágrimas porque quiere una bolsa de caramelos multiplicaría sus posibilidades de éxito si optase por una estrategia de negociación más tranquila. Pero ese niño tiene un berrinche precisamente porque aún está madurando; y por tanto aprendiendo a comunicarse, negociar, razonar... Hay un aprendizaje detrás de las rabietas. Por eso, aunque a veces resulte difícil, los adultos debemos aprender a interpretarlas de forma correcta. "Nunca deberíamos entenderlas como una batalla entre niño y padres, sino como una relación de ayuda entre los padres y un niño que sufre", subraya Alberto Soler.
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¿Por qué tienen rabietas los niños?
La rabieta de un niño puede disparar el estrés de un adulto. Porque interrumpe una tarea importante, porque atrae miradas que juzgan, porque es ya el sexto berrinche en apenas dos horas... Con todo, debemos esforzarnos por recordar que un niño que tiene una rabieta está sufriendo. Por mucho que nos parezca que sus motivos son absurdos, lo cierto es que lo está pasando mal. Y a nadie le gusta ser ignorado cuando se siente así. En «Rabietas y límites desde el respeto», Alberto Soler propone cambiar el foco, observar más nuestra conducta y fijarnos menos en la del niño. Ese ejemplo puede ser valioso para ellos, que precisamente están aprendiendo a gestionar sus emociones.
No podemos olvidar que el cerebro humano necesita bastantes años para equilibrar, coordinar e integrar sus áreas emocionales y racionales. Los niños pueden tener dificultades para comportarse de forma sensata no por capricho o desconsideración, sino por motivos relacionados con su desarrollo. No es justo que esperemos de ellos más de lo que realmente pueden dar. Una niña de seis años puede mostrarse razonable en algunas circunstancias, pero le resultará imposible actuar de ese modo en muchas otras.
"Tenemos que armarnos de paciencia cuando, sin motivo aparente, se dejan caer hacia el lado más visceral y pierden el control. No podemos esperar que tengan un perfecto control de sus emociones. Ni siquiera los adultos nos comportamos siempre así...", insiste Soler. En los cursos sobre autoridad de Escuela Bitácoras encontrarás información y recursos para acompañar a tus hijos mientras aprenden a gestionar sus propias emociones.