Tenemos muchísimas ocupaciones y el tiempo justo para resolverlas. Es así para los adultos y también para los niños. El trabajo y los estudios, las tareas domésticas y los deberes, las facturas y las actividades extraescolares... con frecuencia, vivir a un ritmo casi frenético es la única alternativa y no nos queda más remedio que acostumbrarnos. Sin embargo, por habituados que estemos, esta forma de vida es terreno fértil para el estrés. La tensión acumulada facilita que las discusiones suban de tono con rapidez y que las discrepancias se enquisten. Como consecuencia, el clima familiar acaba enturbiándose. No es posible una educación saludable en un hogar invadido por la angustia, la ansiedad y el rencor. El modelo de Disciplina Positiva ofrece herramientas para construir relaciones respetuosas entre padres, hijos y hermanos. Sin duda, el recurso de las reuniones familiares es uno de los más eficaces.
Las reuniones familiares son un encuentro semanal reservado para exponer problemas, dialogar con calma, plantear soluciones y alcanzar acuerdos. Respetando normas sencillas, durante una reunión todos los miembros de la familia pueden hablar, proponer, escuchar y ser escuchados. Esta posibilidad de negociar y participar en la toma de decisiones implica que los niños no tengan que limitarse a obedecer y les ayuda a sentirse tenidos en cuenta. De este modo será más probable que estén dispuestos a colaborar y asumir responsabilidades. Por eso, además de sanear el ambiente en casa, las reuniones familiares son útiles para incentivarles a conquistar su autonomía. Como es evidente, no es imprescindible una reunión para que padres e hijos conversen. Pero marcar un momento y dotarlo de estructura garantiza que la comunicación se produzca y lo haga en un contexto de respeto mutuo.
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Estructura de las reuniones familiares
Jane Nelsen, autora del programa de Disciplina Positiva, ideó un modelo de reunión familiar. Cada familia puede adaptarlo en función de sus necesidades, pero comenzar por este formato hace que adoptar el hábito resulte más fácil. Nelsen propone celebrar una reunión cada semana. Tiene que ser un acontecimiento importante, por lo que no se puede aplazar ni cancelar sin motivos de fuerza mayor, ni celebrarse por ejemplo durante las comidas. "Si los padres no otorgamos importancia a las reuniones, tampoco lo harán nuestros hijos", señala Alberto Soler en el curso «Cómo fomentar la autonomía en los niños».
La reunión comienza con la llamada ronda de cumplidos y agradecimientos. Cada miembro de la familia tiene la ocasión de elogiar o mostrar su gratitud hacia cada uno de los demás. Lo idóneo es que los cumplidos guarden relación con lo acontecido a lo largo de la semana precedente. Entre hermanos puede ser complicado conseguir que los niños entren en esta dinámica. Podemos ayudarles detectando momentos de 'buen rollo' en el día a día e invitándoles a anotarlos para recordarlos en la próxima reunión. Si los adultos somos pacientes y damos ejemplo, acabarán participando con naturalidad en la ronda.
Los temas que se tratan en las reuniones son los anotados en la agenda familiar. No es más que un folio colgado en la nevera, o una libreta ubicada en un lugar visible de la casa. Cuando surgen problemas de difícil solución, se anotan en la agenda y se tratan en la reunión siguiente. "¿Qué te parece si lo hablamos en la reunión familiar?", puedes decir cuando se produce un conflicto que involucra a tu hijo más pequeño, que aún no sabe escribir. "Los padres pueden evitar muchos conflictos con sus hijos sugiriendo que incluyan sus problemas en la agenda para resolverlos cuando los ánimos se hayan calmado", explica Jane Nelsen.
Al abordar los problemas en la reunión, lo esencial es centrarnos en las soluciones y no tanto en las consecuencias. Para Jane Nelsen, estas soluciones deben ser relacionadas, respetuosas, razonables y útiles. Todos los miembros de la familia pueden hacer y debatir propuestas. Eso sí, es mejor adoptar soluciones por consenso que hacerlo por votación. Si no hay acuerdo, es preferible aplazar el asunto y retomarlo la semana siguiente.
Una de las partes fundamentales de las reuniones es la planificación de la semana. Es el momento para revisar los quehaceres de los días venideros, buscando una organización en la que todas las necesidades sean atendidas. En este plan siempre debe haber espacio para una actividad divertida en familia. Proyectar algo apetecible para todos hace que sea menos tedioso ordenar deberes y obligaciones. En este punto también se discute el reparto de tareas del hogar. Puedes probar con turnos, sorteos o cualquier sistema con el que todos estéis de acuerdo. Cuando los niños dejen de cumplir con su parte (porque lo harán), incluye el asunto en la agenda para buscar un nuevo método de reparto. También puedes abordar aquí el diseño del menú semanal de comidas. Tener cierta influencia sobre él ayuda a los más pequeños a mantener una dieta equilibrada.
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Aspectos importantes de las reuniones familiares
En las reuniones familiares hay dos roles relevantes. El presidente se encarga de recordar a todos cuándo se celebra la próxima reunión. Además, administra el turno de palabra, para lo que puede ayudarse de un objeto especial. Quien lo tenga en la mano es quien tiene la potestad de hablar, evitando así interrupciones. Por otro lado, el secretario maneja la agenda para leer en voz alta los problemas anotados y también toma nota de las soluciones que se adopten por consenso. Dependiendo de cuánto les agraden a los niños estos papeles podremos establecer turnos y rotaciones para repartirlos.
Celebrar las reuniones en una mesa despejada es una buena forma de crear un ambiente de trabajo en equipo. Para acabar con buen sabor de boca, lo ideal es que las reuniones concluyan con una actividad agradable para todos. Dar un paseo, compartir un juego de mesa, una cena diferente... Generando ese recuerdo positivo será mucho más sencillo que las reuniones siguientes se afronten con buena actitud. En todo caso, el éxito de las reuniones depende en gran medida del ejemplo que ofrezcan los padres. El respeto por los demás y por las normas fijadas, el ánimo constructivo, el enfoque en soluciones... son cuestiones clave que los niños aprenden de sus mayores.
Gracias a las reuniones, los niños pueden sentir que son capaces de resolver problemas y colaborar, que son necesarios para sus seres queridos. También aprenden a influir en lo que les sucede a diario, así como a comprender las emociones propias y ajenas. Desarrollan su autodisciplina, empatizan con otros, trabajan su capacidad para evaluar situaciones complejas y responden a los contratiempos asumiendo responsabilidades. Pero sobre todo, sienten que forman parte de una familia unida, en la que todos son escuchados y atendidos.
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El problema de la edad
"En estas reuniones practicamos habilidades de comunicación y resolución de problemas. Si vamos practicando cuando no hay muchos problemas o no son graves, cuando aparezcan los gordos tendremos más destreza", destaca el psicólogo Alberto Soler en el curso «Cómo fomentar la autonomía en los niños». Por eso recomienda involucrar a los pequeños en las reuniones lo antes posible. Desde los 4 años pueden iniciar su participación, quizá de manera parcial. Por ejemplo, entrando sólo en la ronda de cumplidos y agradecimientos.
Como podrás imaginar, cuando las reuniones familiares se proponen a adolescentes que no están acostumbrados a comunicarse de este modo, pueden surgir complicaciones. Es una etapa de rebelión, con luchas de poder frecuentes; y a menudo, los jóvenes ya tienen otro esquema relacional con sus padres. En el curso «Disciplina Positiva de 8 a 16 años» aprenderás a gestionar esta etapa de la mano de Bibiana Infante y Violeta Alcocer. Porque esa rebeldía es normal, incluso saludable si logramos entenderla y acompañarla. "Los niños que aprenden a confiar en sí mismos y ser autosuficientes se sienten libres de manifestar abiertamente su rebelión en lugar de hacerlo a nuestras espaldas", asegura Jane Nelsen.