La incondicionalidad es una de las múltiples condiciones necesarias para el establecimiento de una relación de apego seguro entre padres e hijos. Como sabes, el desarrollo de este vínculo es un proceso delicado y relativamente largo, con varias etapas. Y la incondicionalidad está presente en todas ellas. Definir el concepto parece fácil: el niño percibirá la relación como incondicional si tiene y siente la certeza de que la figura de apego no va a fallarle ni abandonarle, que estará ahí cuando necesite de ella. Pero la cosa puede complicarse cuando toca pasar de la teoría a la práctica.
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¿Por qué los niños necesitan saber que cuentan con afecto incondicional?
Cuando un bebé tiene hambre, no va a la despensa: llora. Si tiene frío, no se tapa con una manta: llora. Cuando quiere dormir, no da las buenas noches y se mete en cama: también llora. El niño sabe que necesita a sus cuidadores para satisfacer sus necesidades básicas; quizá no de manera consciente, pero sí lo comprende de algún modo. No dispone de otra estrategia de supervivencia. Su bienestar está en manos de otras personas, no depende de sus propias capacidades. Para desarrollar un apego seguro y crecer con tranquilidad, seguridad y alegría, el niño necesita confiar en que le prestarán apoyo.
"El niño o niña tiene que sentir que le atenderán cuando lo necesite. Y esto queda al margen de si lo merece o no lo merece, o del estado de ánimo de esas figuras de apego. Aunque meta la pata o se equivoque, debe saber que van a estar ahí", explica Soraya Sánchez en el curso «Claves para criar desde el apego seguro». Así, la relación no podrá ser incondicional si el bebé siente que recibe menos atención o es tratado con menos afecto cuando mamá y papá están cansados o nerviosos.
La importancia de este aspecto es evidente. Un peque que vive con la inquietud de que sus necesidades afectivas y fisiológicas pueden ser o no cubiertas en función del momento, no puede concentrarse plenamente en los numerosos aprendizajes y procesos madurativos que tiene ante sí. Las consecuencias no sólo se percibirán durante la infancia, sino durante toda la vida. Como decía John Bowlby, autor de la Teoría del Apego, "la confianza en la figura de apego es la base de una personalidad estable y segura".
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¿Puede malinterpretarse la incondicionalidad en la relación entre padres e hijos?
Hay un error común a la hora de entender cómo se lleva a la práctica la incondicionalidad. Los padres solemos analizar si somos o no incondicionales desde nuestra posición. Debemos comprender que el objetivo real es que el niño sienta que será amado y atendido pase lo que pase. Nosotros sabemos que es así, pero él necesitará pruebas hasta que la certeza se afirme en su interior. Entonces, ¿basta con acudir deprisa cuando el bebé llora porque tiene frío, hambre o ha despertado por la noche?
Veámoslo desde su postura. Quizá ese niño que reclama vea cómo sus padres aparecen rápidamente junto a él, con una gran sonrisa, dispuestos a consolarle. Pero entonces llegan las palabras. No es lo mismo decir "estoy aquí, ¿qué necesitas?"; que explicarle que no debe preocuparse, "pero que no puede seguir haciendo eso cada noche".
Lo natural es que, con el tiempo, el niño deje de reclamar a sus padres por las noches; igual que deja de necesitarles para vestirse o asearse. Pero aprenderá poco a poco, a su ritmo. Advertirle que se acerca el día en que no podrá contar con nosotros transmite un mensaje complejo y confuso. Supone sembrar temor a la llegada de ese momento. El concepto de tiempo es difícil. Para él no es fácil entender que no será de inmediato, ni la próxima vez que reclame, sino cuando esté preparado.
Por eso es fundamental tener presente que no sólo es preciso ser incondicionales, sino asegurarnos de que el niño siente que así es. En pocos años percibirá los matices de esa incondicionalidad, pero en sus primeros meses necesita sentir que es absoluta. En el curso «Claves para criar desde el apego seguro» explicamos todos los requisitos para el desarrollo de estos vínculos, como la asimetría, la intimidad, la exclusividad...