Nada como una rabieta para disparar la tensión en el ambiente. Imagina una situación tan clásica como un berrinche en mitad de un supermercado. Un niño de 4 años quiere caramelos (dulces que, por supuesto, están estratégicamente colocados para atraer su mirada y despertar su deseo). La forma en que transmite su deseo a sus padres es la primera señal inequívoca de que se aproxima la tormenta. No dice "mamá, papá, me apetecen unos caramelos, ¿me los compráis, por favor?". El tono se agudiza y las vocales se estiran. "Mamáááá, papáááá, jooooo, quiero carameloooos". Algo por el estilo. Un simple 'no' puede ser suficiente para que la situación estalle en gritos, lágrimas e incluso golpes.
Llegados a este punto, el niño está nervioso. Pero no sólo él: sus padres también se alteran. Escuchan los chillidos del pequeño y sienten las miradas enjuiciadoras del montón de gente que está en el súper. Miradas que proceden de personas que quizá también se estresan al presenciar la rabieta. En cuestión de escasos segundos, todo el mundo en veinte metros a la redonda ha pasado de la tranquilidad a la inquietud. En semejantes circunstancias es muy complicado tener el temple preciso para detenerse a interpretar qué ocurre en la mente de ese niño desconsolado. Respuestas frecuentes como "es que eres un caprichoso" o "pareces un bebé", demuestran que también los adultos nos dejamos llevar por el nerviosismo. Merece la pena intentar ir un poco más allá.

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¿Por qué tienen rabietas?
Retomando el ejemplo del supermercado y los caramelos, la respuesta es sencilla: porque quiere caramelos. Pero profundicemos un poco más. Si lo que quiere es hacerse con los dulces, lo cierto es que está utilizando la vía menos eficaz. El niño incrementaría sus posibilidades de conseguir el objetivo si optase por la vía diplomática. La alternativa de la rabieta no sólo no le proporcionará caramelos, sino que hará que se gane gritos, reprimendas, incluso humillaciones o castigos. "¿Para qué iba a hacer eso si pudiese hacer otra cosa y tener más opciones de obtener lo que desea? ¿Por qué tiene una rabieta?", se pregunta Carlos González en el curso «Autoridad y límites».
"Porque no sabe hacerlo mejor", responde el pediatra, "es un niño pequeño, sin conocimientos ni experiencia como para utilizar estrategias". Un niño de 3 o 4 años aún no ha aprendido a regular sus emociones. Si quiere el caramelo, lo desea intensamente. Y si le dicen que no lo va a tener, el desasosiego que siente es igualmente intenso. Por lo general, no es tan simple como que sea "un caprichoso", ni que quiera convertirse en tirano. Es que todavía tiene dificultades para controlar sus deseos, su tristeza y hasta su alegría, cuando la siente. Su cerebro aún no ha alcanzado ese nivel de madurez. Eso provoca que cometa el error de escoger la vía menos eficaz para conseguir los caramelos. Pero, tal como nos enseña la Disciplina Positiva, los errores pueden ser magníficas oportunidades de aprendizaje.

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Aprendiendo a negociar
¿Conoces algún adulto que se tire por el suelo y rompa a llorar cuando no obtiene lo que quiere? Tal vez haya algún caso, pero por suerte son puntuales. Todos aprendemos que para alcanzar nuestros objetivos no sólo debemos fijarnos en el fin, sino también en el camino que nos lleva a la meta. "Ese mismo niño que tiene una rabieta con 2 años por un caramelo, a los 12 conseguirá lo que se proponga sin ningún berrinche", advierte Carlos González. Desde luego, hay una evolución estratégica considerable desde las rabietas al pedir como lo hacen cuando crecen. "Venga, por mi cumpleaños; vamos, si apruebo todo me lo compras; venga, ¡que todos mis amigos lo tienen!". Suena familiar, ¿verdad?
Como adultos, con muchas las situaciones cotidianas en las que tenemos que negociar. Para desarrollar esa destreza es necesario practicar. Por eso es tan importante la actitud que tomes ante las rabietas de tus hijos. Además de enseñarles a través del ejemplo, estarás enviándoles un mensaje. Puede ser un 'no' firme, inamovible y rotundo. O, de vez en cuando y ante peticiones razonables, puedes decir algo más. Puedes demostrarles cómo se utiliza la diplomacia. Porque ellos no saben negociar mejor, pero tú sí sabes hacerlo. En tus manos está enseñarles que, además del llanto y los gritos, existen otros recursos para hacer peticiones y alcanzar acuerdos. Porque si sabes elegir el momento oportuno, ceder ante tus hijos no debilita tu autoridad, sino todo lo contrario.

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Autoridad, rabietas, límites... en definitiva, comunicación
Por supuesto, todo esto resulta más fácil por escrito que en la vida real. Una rabieta de alta intensidad puede llevar al límite de los nervios incluso a una persona paciente y apacible. Cuando un niño está en pleno sofoco no podemos negociar con él. De la misma forma, tampoco nosotros podemos pretender tomar decisiones certeras en el fragor de la batalla. Para estar preparados debemos hacer las reflexiones en otros momentos. En cursos como «Autoridad y límites», con Carlos González; o «Rabietas y límites desde el respeto», con el psicólogo Alberto Soler, encontrarás herramientas para gestionar berrinches y otras situaciones de tensión, sin perder la calma ni erosionar vínculos.
La Disciplina Positiva es una propuesta pedagógica muy centrada en aspectos relacionados con la comunicación. Un enfoque que parte del equilibrio entre amabilidad y firmeza, traducido a ideas prácticas y concretas como las reuniones familiares o el tiempo especial, entre otras. En Escuela Bitácoras disponemos de dos cursos que exploran este modelo: «Disciplina Positiva», con Bei M. Muñoz; y «Disciplina Positiva de 8 a 16 años», con Bibiana Infante y Violeta Alcocer.