Es difícil hablar de crianza y educación sin hablar de autonomía. Tanto en contextos familiares como escolares, fomentar la autonomía de niños y niñas se ha convertido en una cuestión de gran importancia. Es una excelente noticia, porque hablamos de una condición indispensable para el bienestar y el desarrollo integral de los seres humanos. El problema es que lo que solemos entender por autonomía no siempre se corresponde con el significado más profundo del término. Dedica un par de minutos a reflexionar sobre el tema. ¿Qué es para ti la autonomía? ¿Y qué crees que es para las personas que comparten contigo la tarea de educar a tus hijos o tus alumnos? ¿Hay un consenso o intuyes que manejáis definiciones distintas?
Si haces una pequeña encuesta en tu entorno, comprobarás que mucha gente todavía cree que un niño autónomo es aquel que hace muchas cosas sin ayuda. En el curso «Cuidados de calidad en la etapa 0 a 3 años», el educador Eduardo Rodríguez nos propone un cambio de mirada. "Ver al niño como un ser autónomo no significa pretender que él sea capaz de hacer todo por sí mismo. Significa comprender que tiene posibilidad de acción independientemente del momento evolutivo en que se encuentre", indica. Desde este punto de vista, la autonomía no empieza a desarrollarse cuando el niño puede 'hacer cosas', sino mucho antes. Porque, tal como advierte Eduardo, "el recorrido de la autonomía emocional es más largo que el de la autonomía física".

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La seguridad y la confianza como base de la autonomía de un niño
Entonces, ¿qué podemos hacer para apoyar el desarrollo de la autonomía de un bebé? Algunos creen que un buen primer paso es obligarle a dormir en su propia habitación. Pero pensar que un bebé será más autónomo solo por dormir lejos de sus padres es como creer que un coche de cartón se pondrá en marcha simplemente por echarle gasolina. Las cosas no funcionan así: es precisa una estructura previa. Para los más pequeños, esa estructura consiste en una base de seguridad y confianza.
"Hacer que un niño sienta seguridad y confianza es la manera de acompañarle en el camino hacia una autonomía física y principalmente emocional", señala Eduardo Rodríguez. Por tanto, lo esencial es lo que el adulto logre transmitir al bebé. Y especialmente mientras no haya comunicación verbal, lo que le transmita dependerá de su actitud y de su mirada. "Esto es lo primero que tenemos que cambiar. Sin un cambio de mirada, no podremos llegar profundamente al niño", añade el educador.
En el día a día de un bebé hay dos tipos de momentos. Por un lado, los de actividad autónoma. Son esos momentos de juego y movimiento libre que el niño pasa consigo mismo. En este caso, el adulto prepara el entorno, observa y está presente, pero no interviene directamente. Por otra parte están los momentos de cuidados. Cuando quiere estar en brazos, la hora de comer, el cambio de pañal, el aseo... en estos instantes, el adulto interviene de forma más directa. Aunque su actitud debe ser siempre la misma, los momentos de cuidado son idóneos para nutrir la seguridad y la confianza del bebé.

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Cuidados, apego y vínculo afectivo
"Algo tan básico como cambiar un pañal no tiene por qué ser mecánico. Puede ser un momento en que se establece una relación entre adulto y niño", propone Rodríguez. En el curso «Cuidados de calidad en la etapa 0 a 3 años», Eduardo nos muestra cómo podemos afianzar los vínculos de apego entre niño y adulto a través de los momentos de cuidado. "Son situaciones que parecen rutinarias, pero el bebé puede percibirlas como experiencias placenteras", explica.
Para poder desarrollar su autonomía, los niños necesitan tener cubiertas sus necesidades básicas. Entre ellas debemos incluir las necesidades afectivas. Los momentos de cuidado, al exigir la participación del adulto, ofrecen oportunidades para transmitir afecto. "Los vínculos sanos y seguro afianzados en los momentos de cuidado proporcionan una seguridad y una confianza que permiten al niño ser más autónomo en sus momentos de juego", subraya Eduardo.
Retomando el ejemplo del cambio de pañal, el momento puede interpretarse de dos maneras. Podemos verlo simplemente una serie de acciones con un fin práctico: sustituir una prenda sucia por otra limpia. Pero también puede verse como un momento de proximidad y vínculo. "Ahora voy a quitarte tu pantalón, que está en tus piernas. Después iremos a comer", podrías decir al bebé mientras lo haces. En este último caso estarías favoreciendo su conocimiento de sí mismo ("tus piernas") y de su entorno ("iremos a comer").
Eduardo Rodríguez profundiza en estas cuestiones en el curso «Cuidados de calidad en la etapa 0 a 3 años». En sus 13 lecciones comparte tanto principios pedagógicos como herramientas prácticas para fomentar el vínculo y la autonomía durante la primera infancia; siempre partiendo de la relación afectiva que se construye durante los cuidados. "Si el bebé está preocupado por recibir afecto, no podrá desplegar todo lo que lleva dentro. Lo que buscamos es que esté en plenitud gracias a estos momentos", concluye.