La adolescencia es una etapa ligada a la experimentación y el descubrimiento; y en ese contexto, es habitual que aparezcan las conductas de riesgo. Es un tema que siempre ha preocupado a las familias, pero quizá más todavía durante las últimas semanas. Los contagios de COVID-19 se han disparado entre los jóvenes en muchos lugares y los medios de comunicación han puesto el foco en ellos. Es un debate complejo. Ciertamente, hay chicos y chicas que están actuando de manera irresponsable; pero cabría preguntarnos también qué parte de responsabilidad tenemos las familias, las instituciones y la propia sociedad cuando esto sucede.
Al margen del difícil contexto del coronavirus, la voluntad de transmitir a niños y adolescentes la importancia del autocuidado y el respeto por uno mismo es común en todas las familias. La cuestión se vuelve más y más complicada a medida que se hacen mayores. Sabemos que tenemos que darles más autonomía, pero también tenemos la sensación de que cuanto más 'libres' son, mayores son los peligros a los que pueden exponerse. No es sencillo soltar cuerda y confiar en ellos, pero sí es necesario. "Los adolescentes necesitan experimentar la toma de decisiones, sentirse seguros de sí mismos, equivocarse y cometer errores", explican Violeta Alcocer y Bibiana Infante en el curso «Disciplina Positiva de 8 a 16 años».

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Riesgos vitales y conductas de riesgo: una confusión habitual entre padres y madres
Es tan fácil decirlo como ardua es la tarea de encontrarlo, pero la clave siempre está en el equilibrio. No podemos dejar que un joven se enfrente solo a cualquier riesgo, pero tampoco podemos acudir al rescate ante cualquier contratiempo con el que topen. El modelo de Disciplina Positiva incide en la importancia de brindarles herramientas para resolver situaciones difíciles, sea pidiendo ayuda o usando sus propios recursos. Al mismo tiempo, madres y padres debemos tener conciencia, conocimiento y templanza para acompañar situaciones difíciles desde la tranquilidad y el respeto.
En los momentos de estrés es muy frecuente que confundamos riesgos vitales con conductas de riesgo. Es como si al detectar la presencia de cierto riesgo -presente en ambos casos-, nuestro instinto de protección tomase el control. Los riesgos vitales son aquellos a los que todos nos exponemos por el simple hecho de vivir. Cualquiera puede sufrir un accidente, una mala caída o un robo, por ejemplo. Las conductas de riesgo en la adolescencia, por otro lado, pueden relacionarse con adicciones, problemas de alimentación, drogas, delitos, sexo sin protección...
Aunque a priori parecen cosas completamente dispares, a menudo actuamos indistintamente ante ambas. "Tendemos a sobreprotegerles, a retrasar el momento en que les permitimos afrontar situaciones normales de la vida", señala Violeta Alcocer. Como dice Cristina Gutiérrez, "sobreproteger a los niños es entrenarles en la desconfianza". A veces es nuestro miedo y no la falta de madurez del adolescente lo que echa el freno. Caso diferente es, por supuesto, cuando hablamos de auténticas conductas de riesgo. Cuando ya están instaladas, es conveniente consultar con un profesional para buscar soluciones. En Disciplina Positiva sí encontramos herramientas eficaces para prevenirlas.

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Cuidado y autocuidado, comunicación y la importancia del ejemplo
"La mayoría de conductas de riesgo se relacionan con baja autoestima, ansiedad, déficit de habilidades sociales, problemas de apego y dificultades para la comunicación. Si somos capaces de construir una conexión y tener comunicación en el hogar, habrá menos posibilidades de que necesiten 'escapar' a través de esas conductas", apuntan Bibiana Infante y Violeta Alcocer. Los cursos «Adolescentes. Cómo comunicarnos con ellos», con Cristina Gutiérrez; y «Disciplina Positiva de 8 a 16 años» están pensados para ayudar a los padres a comprender esta etapa y acompañarla desde el respeto, preservando una comunicación honesta y fluida.
No podemos olvidar que para enseñarles a cuidarse debemos proporcionarles un ejemplo sólido. La vida de una persona suele tener cuatro pilares esenciales: el personal, el familiar, el social y el de las responsabilidades. Con frecuencia, los adultos volcamos todos nuestro esfuerzos en uno o dos de ellos; y de hecho, solo nos preocupamos de que niños y jóvenes cuiden su parte familiar y asuman sus responsabilidades. El cuidado personal es casi siempre el gran olvidado. Esto origina desequilibrios en personas de todas las edades. "Si yo no me cuido, no puedo cuidar bien, no puedo educar bien", recuerda Bibiana Infante.
"Practicando el autocuidado conseguimos que los retos de los adolescentes nos resulten más llevaderos. Es tremendamente necesario, incluso vital", insiste la psicóloga. Por eso, si quieres que tu hijo aprenda a cuidarse y respetarse a sí mismo tanto como a los demás, no puedes dejar de cuidar de ti misma. La estrategia de pedirles una cosa y hacer la contraria nunca ofrece resultados positivos.