El modelo de Disciplina Positiva propone educar a los niños desde el equilibrio entre amabilidad y firmeza. Como teoría, pocos serán los que pongan un solo 'pero' a este planteamiento. Llevarlo a la práctica ya es otra historia. ¿Dónde está exactamente ese punto de equilibrio? ¿Cómo podemos saber cuándo soltar cuerda, cuándo ser más firmes, cómo combinar ambos rasgos? Los trabajos de Jane Nelsen y Lynn Lott, creadoras del modelo, arrojan luz sobre estas cuestiones. Es muy importante no partir de unas expectativas equivocadas: los niños son niños; y ningún enfoque o pauta educativa debería garantizar que se comporten tal y como sus padres desearían. Lo que sí podemos cambiar mamás y papás es nuestra forma de comportarnos, el tipo de ejemplo que ofrecemos, la manera en que nos relacionamos con ellos, cómo les acompañamos mientras crecen y forman su personalidad.
Pensemos un momento en las palabras que estamos manejando. ¿En qué piensas cuando te hablan de 'disciplina'? Probablemente en autoridad y autoritarismo, puede que incluso en reglas y castigos. Pero lo cierto es que el término procede del latín discipulus (discípulo, el que está aprendiendo). Ese ese el significado que tomamos en este modelo: disciplina es lo que hacemos los padres al acompañar a nuestros hijos mientras aprenden las cosas de la vida. Desde este punto de vista, podemos entender la amabilidad como la libertad que los niños necesitan para desarrollarse; mientras que la firmeza se relaciona con el concepto de orden, igual de necesario en el camino hacia la madurez.
Amabilidad y firmeza tienen ventajas e inconvenientes. El exceso y el déficit de una u otra tienen consecuencias relevantes en la educación de los peques.

Más información sobre el curso «Disciplina Positiva»
¿Qué ocurre cuando sólo educamos con amabilidad?
Es evidente que actuar de forma amable, concediendo mucha libertad, tiene aspectos positivos. Bei M. Muñoz nos habla de ellos en el curso «Disciplina Positiva». Al ser amables solemos ofrecer un buen ejemplo, mostrando virtudes como la empatía, la bondad o la compasión. Cultivamos la confianza, favorecemos que los niños se sientan importantes en la familia y nutrimos su autoestima. En general, la amabilidad suele servirnos para crear un clima cálido en el hogar.
Sin embargo, la amabilidad sin firmeza también tiene sus riesgos. Quizá los niños pueden acabar siendo egoístas, incapaces de hacer juicios con buen criterio. Tal vez tengan poca tolerancia a la frustración y no sepan enfrentarse a los problemas. O puede que no aprendan a cuidar de sí mismos, necesiten constantemente alguien que les 'rescate' y además sientan que lo justo es que así sea. El exceso de libertad, sin orden de ningún tipo, puede acabar provocando el caos en cualquier hogar.
Los padres que actúen con amabilidad, pero sin la dosis necesaria de firmeza, pueden desarrollar un estilo parental permisivo indulgente. No negocian límites ni normas, de manera que los niños llegan a tener un poder de decisión que excede su nivel de madurez. Entramos, de este modo, en el terreno de la permisividad o incluso el pasotismo.
¿Qué sucede cuando sólo educamos con firmeza?
Todos sabemos lo que suele pasar cuando quien manda es inflexible. Nadie confía ni presta atención real a esa clase de líder, ni se siente querido o respetado por él. Las reacciones pueden ir desde los sentimientos de rebeldía y alienación hasta los de miedo y culpa. Desde luego, es imposible que haya un ambiente saludable en un hogar regido a golpe de látigo. Y todo esto sin pararnos a pensar en el ejemplo que están recibiendo los niños que vivan estas circunstancias.
Pero no podemos olvidar que el orden, en su justa medida, tiene muchas ventajas. El orden aporta estructura al funcionamiento del hogar, hace que las cosas sean predecibles y sencillas para los niños. Fomenta la creación de rutinas positivas que incluyan el autocuidado. Además, cuando los límites son claros y están bien definidos, es más sencillo que los niños confíen en sus padres. A menudo esto es especialmente visible durante la adolescencia. Bibiana Infante y Violeta Alcocer abordan esa etapa en el curso «Disciplina Positiva de 8 a 16 años».
Los padres que actúan sin amabilidad ni firmeza aplican un estilo parental permisivo negligente. Cuando hay firmeza, pero escasa amabilidad, hablamos de un estilo parental autoritario. Pero cuando nos aproximamos a ese deseado equilibrio entre ambas cosas, estaremos desarrollando un estilo parental autorizativo o democrático.

Más información sobre el curso «Disciplina Positiva de 8 a 16 años»
Educar desde el equilibrio entre amabilidad y firmeza
Como puedes comprobar, la búsqueda del equilibrio entre amabilidad y firmeza no es realmente una opción, sino la única manera de conducir a buen puerto la educación de los niños. "Si nos centramos en la amabilidad no soportaremos a nuestros hijos. Si nos centramos en la firmeza no nos soportaremos a nosotros mismos", resume Bei Muñoz. La Disciplina Positiva nos brinda herramientas que han demostrado su efectividad a la hora de alcanzar ese balance entre libertad y orden.
El camino es relativamente largo, pero también hermoso. Porque como apuntábamos al inicio del post, no estaremos intentando moldear a los niños a nuestro gusto, sino analizando en qué podemos cambiar nosotros. Porque en realidad, para ser mejores padres necesitamos ser mejores personas. Tus hijos necesitan que estés dispuesto a ser la mejor versión de ti mismo.