Marshall Rosenberg (1934-2015) fue un psicólogo y educador estadounidense, conocido por ser el creador de la Comunicación no violenta. Este modelo parte de una pregunta que inquietó a Rosenberg desde que era apenas un niño. "¿Qué ocurre que nos desconecta de nuestra naturaleza solidaria y nos lleva a comportarnos de manera violenta y abusiva?", se preguntaba. Las preocupaciones de Rosenberg se referían, sobre todo, a la manera en que nos comunicamos en situaciones de conflicto. ¿Por qué una madre cariñosa y responsable llega a gritar y emitir amenazas cuando sus hijos no se comportan como ella espera? Su deseo es transmitirles valores como el respeto y la empatía, ¿por qué elige palabras y maneras que contradicen esos mismos valores?
El psicólogo dedicó buena parte de su vida a la búsqueda de alternativas eficaces. Comprobó que las formas violentas son algo culturalmente aprendido, algo que podemos cambiar si nos comprometemos a trabajar en ello. Para facilitar esa tarea, Rosenberg propuso una serie de herramientas; que Nuria Gallego comparte y explica en el curso «Comunicación no violenta».
Usamos la comunicación en el hogar, en la escuela, en el trabajo y en la calle, por eso el modelo es aplicable a cualquier ámbito de la vida. Sin embargo, es obvio que la comunicación violenta goza de cierta aceptación social cuando se emplea con niños y niñas. Si escuchas a un adulto amenazar a otro con un castigo, te llamará la atención; pero si es un padre quien amenaza a su hijo, te parecerá incluso normal. Por eso Marshall Rosenberg centró algunas de sus reflexiones en los castigos, las amenazas y la intimidación hacia los infantes.
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1. Los castigos pueden funcionar... o conseguir lo contrario de lo que pretenden
"Me pregunto si aquellos que proclaman el éxito del castigo tienen conciencia de los incontables ejemplos de hijos que actúan en contra de lo que podría convenirles por el simple hecho de que prefieren rebelarse antes que someterse a la coerción".
Marshall Rosenberg
Con frecuencia, los padres que defienden el uso del castigo se justifican explicando que sus hijos no aprenden de otro modo. La contradicción es evidente. Si los castigos fuesen realmente eficaces, no sería preciso recurrir a ellos una y otra vez. Sin embargo, lo habitual es que se produzca una especie de bucle. Los niños se portan mal, los padres castigan... y vuelta a empezar. Marshall Rosenberg señaló que algunos niños reinciden en comportamientos prohibidos para rebelarse. Una reacción natural —o cuanto menos comprensible— cuando alguien siente que se le ha tratado injustamente.
2. Los castigos no transmiten valores
"Cuando tememos al castigo nos centramos en las consecuencias y no en nuestros propios valores. El temor al castigo disminuye la autoestima y la buena voluntad".
Marshall Rosenberg
En ocasiones, los castigos sí consiguen que niños y niñas modifiquen su conducta. Si prohíbes a tu hija ver la televisión durante una semana cada vez que pega a su hermano, puede que deje de agredirle. ¿Objetivo conseguido? Solo hasta cierto punto. Habrá cesado la violencia, pero nadie habrá aprendido que la violencia no es aceptable. La lección extraída será que la violencia puede costar una semana de televisión. Se puede defender que los castigos cambian comportamientos, pero nadie puede sostener que los castigos transmiten valores. Para eso son precisas otro tipo de herramientas.
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3. Los castigos y la motivación
"¿Qué razones quiero que tenga esta persona para hacer lo que le pido? No solemos plantearnos esta pregunta, pero cuando nos la hacemos, vemos enseguida que el castigo y la recompensa impiden que los demás se sientan motivados por las razones que nos gustaría que tuvieran".
Marshall Rosenberg
Existen dos tipos básicos de motivación. Por un lado, la intrínseca. Es aquella que nos impulsa a hacer algo porque nos sale de dentro, por nuestros valores y/o creencias. Por otra parte, la motivación extrínseca, que es la que genera un objetivo externo; por ejemplo, algo que queremos conseguir o evitar. "Premios y castigos acaban por destrozar la motivación intrínseca, la que de verdad nos interesa potenciar cuando estamos educando a los niños. Queremos que hagan ciertas cosas comprendiendo los motivos de nuestras demandas, no para evitar un castigo o conseguir una recompensa", explica el psicólogo Alberto Soler en el curso «Rabietas y límites desde el respeto».
4. Los castigos perpetúan modelos de comportamiento basados en la violencia
"Cuando los padres optan por utilizar el castigo físico, quizás ganen momentáneamente la batalla y consigan que sus hijos hagan lo que ellos quieren; pero, ¿no perpetuarán al mismo tiempo la norma social que justifica la violencia como un medio de resolver las diferencias?"
Marshall Rosenberg
Muchos padres defienden que el castigo educa. Son personas convencidas de que un cambio de conducta en el niño es prueba suficiente e irrefutable de que el método escogido no solo es eficaz, sino también legítimo. La preocupación ante esta creencia es una de las razones que llevó a Marshall Rosenberg a formular el modelo de Comunicación no violenta. Por una parte, que el infante mejore su comportamiento no impide que el castigo tenga muchas otras consecuencias negativas. Su autoestima y su forma de relacionarse con los demás pueden resultar dañadas. Además, que un castigo sea —hasta cierto punto— eficaz no implica que no existan otras maneras más respetuosas de alcanzar el mismo objetivo.
En los cursos sobre autoridad de Escuela Bitácoras encontrarás propuestas, asesoramiento y herramientas para comunicarte y relacionarte con tus hijos sin recurrir a la agresividad, sin que ello implique renunciar a la firmeza. Porque ni los niños necesitan sentirse mal para portarse mejor, ni tú necesitas elevar la voz para educarles y acompañarles mientras crecen.