Utilizar el castigo como herramienta educativa supone asumir un principio cuanto menos discutible. Cuando una niña recibe una amenaza de castigo, enseguida sabe que le hablan de algo desagradable. Por ejemplo, sentarse un buen rato en la silla de pensar; o quizá verse privado de algo que aprecia, como un juguete, la paga o el permiso para salir el fin de semana. Castigar implica, por tanto, asumir que es posible educar haciendo que los niños se sientan mal. Quien recurre al castigo entiende que hay un aprendizaje que solo se obtiene —o se interioriza mejor— cuando se acompaña de cierto sufrimiento. Es decir, castigar supone aceptar que pasar un mal rato contribuye a que los niños aprendan, entiendan o mejoren su comportamiento.
A los niños no les gusta recibir castigos; y por supuesto, a ningún adulto en su sano juicio le agrada imponerlos. Por lo general, quien los usa lo hace porque considera que son necesarios o eficaces. Esto último no es completamente falso. Es posible que con un castigo consigamos que un niño no deje su habitación desodernada cada día. Sin embargo, en la mayoría de casos recogerá sus cosas por evitar la reprimenda, incluso movido por el miedo; y no por haber comprendido su responsabilidad en las tareas domésticas. Lo curioso es que, si preguntamos por sus objetivos a la mamá o el papá que han impuesto el castigo, dirán que intentaban enseñar a su hijo a ser responsable.
"¿De dónde hemos sacado la loca idea de que para que los niños se porten mejor, antes tenemos que hacerles sentir peor?", se pregunta Jane Nelsen, creadora del modelo de Disciplina Positiva. Este enfoque invita a madres, padres y educadores a buscar alternativas al castigo. Por ejemplo, centrándose en las soluciones y no en los errores que los niños cometen.

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¿Quieres que tu hijo haga lo que le digan... o que haga lo correcto?
El concepto tradicional de disciplina, como hemos visto antes, tiene que ver con enseñar a los niños a hacer exactamente lo que el adulto les dice. El objetivo de la Disciplina Positiva, por contra, es enseñar a los niños a analizar el problema, reflexionar sobre él y buscar cómo resoverlo. La diferencia es significativa. Se trata de poner el foco en la resolución de problemas, de concentrarnos en el aprendizaje que se puede extraer de una situación conflictiva. Esto no garantiza que una niña vaya a perfeccionar su comportamiento de forma automática. No existen los remedios mágicos para conseguir algo así; y en caso de que existiesen, tal vez habría que utilizarlos primero con adultos. Lo que sí estaremos haciendo, a medio y largo plazo, es ofrecer a esa niña herramientas útiles para toda la vida.
Jane Nelsen subraya que los niños tienden a portarse mejor cuando son partícipes activos en la búsqueda de soluciones. Lo hacen "porque les parece razonable y se sienten bien en un ambiente donde reina el respeto mutuo". Porque "cuando nos centramos en las soluciones, los niños aprenden a llevarse bien con los demás y adquieren herramientas para afrontar el próximo desafío". Como podrás imaginar, enseñar a los niños que detrás de cada error hay una oportunidad de aprendizaje es algo que requiere tiempo y esfuerzo. Pero cada minuto y cada pizca de paciencia invertidos merecen la pena. "Dar al niño la ocasión de reparar el daño es enseñarle responsabilidad", concluye Nelsen.

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¿Qué aprenden los niños cuando nos centramos en las soluciones y no en los castigos?
Cuando les invitamos a buscar soluciones de manera creativa, niños y niñas interiorizan mecanismos para aprender de los errores. Entrenan su capacidad para pararse y analizar desde la calma, algo que les resultará de gran ayuda en contextos personales, académicos y profesionales. Además, estaremos alimentando su motivación intrínseca y su autoestima, al permitirles demostrar su capacidad para idear y aplicar soluciones. También aprenderán a valorar críticamente sus posibles reacciones ante los problemas. Cuando sean adultos, necesitarán discriminar entre una reacción inútil y una respuesta eficaz ante los contratiempos que encontrarán en la vida.
Muchos padres creen equivocadamente que suprimir los castigos es exponerse al caos. Nada que ver con la realidad. "Eliminar el castigo no significa dejar que los niños hagan lo que les apetezca", sostiene Jane Nelsen. Además de priorizar el aprendizaje útil para la vida, el modelo de Disciplina Positiva aporta propuestas concretas para establecer límites, tanto en casa como en el aula de un colegio. Sin necesidad de castigos, madres, padres y docentes mantienen su autoridad, pero aprenden a ejercerla desde el equilibrio entre amabilidad y firmeza.
En Escuela Bitácoras te proponemos comenzar con el curso «Disciplina Positiva», en el que Bei M. Muñoz detalla los fundamentos esenciales de esta propuesta pedagógica. En «Disciplina Positiva de 8 a 16 años», Bibiana Infante y Violeta Alcocer profundizan en su aplicación durante la adolescencia. Además, con el curso «Orden y Disciplina Positiva» aprenderás a aplicar los principios del modelo a la organización y limpieza de espacios, una causa frecuente de conflictos en muchos hogares.