A nadie le gustan los castigos. Ni a los niños que los padecen, ni a los adultos que los imponen. Nadie disfruta con los escarmientos, pero sí hay quien los considera necesarios, útiles o eficaces. Uno de los argumentos clásicos es el que reza "a mí me educaron así y me fue de maravilla". Otro es el que dice "si no castigas, ¿qué haces? ¿Dejas que el niño haga lo que le dé la gana?". A los primeros puede haberles ido de maravilla, pero será a pesar de los castigos y no gracias a ellos. A los segundos sólo cabe recordarles que hay un montón de opciones entre el extremo de castigar y el de dejar que hagan lo que les dé la gana.
La Disciplina Positiva apuesta por una educación sin castigos. También sin premios o recompensas, que no son más que otra cara de la misma moneda. Este modelo pedagógico propone cooperación, búsqueda de acuerdos y muchas otras herramientas alternativas. Pero tal vez el primer paso para desterrar los castigos sea reflexionar sobre sus verdaderas consecuencias. Hay una serie de cosas que puedes estar provocando, quizá sin darte cuenta, si recurres a las sanciones en tu hogar o en tu aula.
1. Miedo
El miedo es absolutamente inseparable de un sistema que contemple los castigos. La inmensa mayoría de las veces, el aprendizaje queda excluido. El objetivo primordial no es que el infractor comprenda por qué está mal lo que ha hecho, sino que el miedo actúe como freno si en algún momento se le ocurre repetir ese comportamiento prohibido. El problema es que un niño no siempre tiene claro si algo está bien o está mal. Pero si está acostumbrado a la amenaza del castigo, la simple duda le provocará un atroz miedo a equivocarse.
2. Culpa y baja autoestima
Cuando es castigado, un niño no piensa "vaya, es cierto que me he portado mal, debo cambiar de actitud". Ni eso ni nada que se le parezca. Puede pensar muchas otras cosas; y una de las peores es "soy malo, no merezco otra cosa". Los castigos suelen basarse en la retirada de algún privilegio o alguna libertad, algo que el niño aprecie. Como decíamos en el apartado anterior, no contienen enseñanzas, su razón de ser es resultar dolorosos o desagradables. Es sencillamente absurdo: no tiene sentido fomentar el respeto a través del sufrimiento. "Cooperar es aprender a trabajar juntos de manera eficaz y saludable, en un entorno libre de miedo o culpa", explica Bei M. Muñoz en el curso «Disciplina Positiva».
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3. Cobardía
Te proponemos un sencillo ejercicio. Haz una lista con los valores que te gustaría que tuviesen tus hijos cuando se conviertan en adultos. Si dedicas unos minutos a la tarea, seguro que la responsabilidad figurará entre tus elecciones. Ahora piensa si realmente estás cultivando esos valores a través de tus acciones diarias. Tu ejemplo, tus palabras, la forma en que corriges a tus hijos... ¿son coherentes con esos objetivos? Cuando utilizamos castigos, provocamos que los niños tengan miedo a las represalias. Y ante ese temor, es normal que se acostumbren a ocultar sus errores para evitar las consecuencias. Contra lo que mucha gente piensa, un castigo no favorece actitudes responsables, sino todo lo contrario.
4. Rebelión
Cuando no hay espacio para la colaboración, el diálogo, el intercambio de argumentos, los acuerdos... lo único que tenemos es una división en dos bandos: vencedores y derrotados. Por supuesto, nadie acepta de buen grado pertenecer al segundo grupo. Castigar es empujar a los niños al bando de los vencidos utilizando el poder que confiere la posición de adulto. ¿Qué harías tú en su lugar? ¿Te resignarías a ser doblegado por la fuerza, sin explicaciones? Seguro que no. Lo natural es que un niño se rebele en la medida de sus posibilidades. Por ejemplo, reincidiendo en la actitud castigada... cuando nadie pueda verle.
5. Distanciamiento
"A veces entramos en luchas de poder y nos olvidamos de conectar con el otro", comenta Bei M. Muñoz en el curso «Disciplina Positiva». Los castigos son propios de relaciones verticales, en las que una parte manda y la otra obedece. Este modelo dificulta que la comunicación entre padres e hijos sea fluida y sincera. Las medidas punitivas, como la clásica 'silla de pensar', no hacen más que condenar a los niños al aislamiento. "Los premios y los castigos, en cuanto resultan extraños al trabajo espontáneo del desarrollo del niño, suprimen y ofenden la espontaneidad del espíritu", decía María Montessori. El mensaje que les enviamos al castigarles es que nuestro amor no es incondicional: sólo les queremos cuando nos obedecen.
6. Resentimiento
Cuando se recurre al castigo, lo que falta es comunicación. Aunque tengamos la mejor de las intenciones, es muy sencillo que los niños no lo interpreten de ese modo. Sentirán que hemos cometido una injusticia, despertará en ellos rencor y resentimiento. Por trabajoso que resulte, es mejor hacer el esfuerzo de resolver la situación con otras estrategias. La pedagogía Montessori es rica en herramientas prácticas. Por ejemplo, la Mesa de la Paz, un maravilloso recurso para educar desde el respeto.
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7. Revancha
Una consecuencia de lo anterior. Cuando uno siente que es víctima de una injusticia, no es descabellado que imagine cómo pagar con la misma moneda. En una sola palabra: venganza. Así es cómo entrar en una dinámica de premios y castigos, de recompensas y amenazas, puede desencadenar la guerra en tu hogar o en tu aula. Siempre habrá cuentas pendientes, siempre habrá alguien a la espera de su oportunidad de desquitarse. Desde luego, no es la manera en que queremos que los niños aprendan a resolver sus conflictos.
8. Impedir la cooperación
En casi todos los puntos anteriores hemos mencionado la colaboración como medio deseable. También hemos dejado claro que los castigos nos desvían de esa senda. Conviene añadir que la cooperación no sólo es positiva cuando surgen contratiempos, sino que enriquece la vida familiar en su conjunto. Favorece la empatía, la asunción de responsabilidades, la ayuda a quien la precisa... Si podemos solucionar problemas sin recurrir a los castigos, crearemos un clima más agradable durante las 24 horas del día. De ahí que los adultos tengamos que estar dispuestos a escuchar, negociar y ceder. "Los límites no son sólo para los niños, también son para los adultos. Si los usamos para crear un buen clima familiar, pueden ser maravillosos", subraya Bei M. Muñoz.
9. Perder el tiempo
Probablemente, la peor de todas las consecuencias posibles. No excluye ninguna de las ya mencionadas, pero las agrava con una gruesa capa de ineficacia. Está demostrado que los castigos pueden resultar a corto plazo, gracias a la amenaza del miedo; pero a la larga dejan de funcionar. Son, por tanto, una pérdida de tiempo. ¿De qué sirve buscar constantemente culpables en el hogar o en el aula? Lo productivo es poner el foco en la búsqueda de soluciones. Y eso es lo que Bei M. Muñoz propone en «Disciplina Positiva», el curso más exitoso de Escuela Bitácoras. Más de 3.300 alumnos satisfechos han aprendido con Bei a encontrar el equilibrio entre amabilidad y firmeza, renunciando a los castigos y tratando a los niños con el respeto y la dignidad que merecen.