Según datos del Ministerio de Sanidad, padecen obesidad más del 16% de niños españoles de entre 6 y 12 años. En Europa sólo hay tres países con mayor prevalencia de obesos a la edad de 10 años. Son cifras preocupantes, tanto como la tendencia, que no es precisamente a la baja. Entre las principales causas de esta situación, el Ministerio destaca dos: "el mayor consumo de alimentos hipercalóricos (alto contenido de grasas y azúcares)" y "la menor actividad física". Es obvio que son dos factores determinantes, de indudable importancia. Pero solemos concentrar toda la atención en analizar qué comen los niños; y a menudo esto deja en segundo plano una cuestión igual de relevante: cómo comen los niños.
Es fundamental que los alimentos saludables sean protagonistas en la lista de la compra y en la mesa familiar. También lo es que en la despensa y en la nevera no haya lugar para productos malsanos. Pero además, como adultos tenemos la responsabilidad y el deber de fomentar un buen ambiente a la hora de comer. Un espacio libre de presiones, de premios y castigos, donde se respete la autonomía de los niños y se confíe en sus mecanismos de hambre y saciedad. Las investigaciones científicas más recientes indican que la actitud de padres, madres y otros cuidadores también juega un papel decisivo en la prevención de la obesidad infantil.
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La relación entre tu actitud en la mesa y los hábitos alimentarios de tus hijos
El Journal of the American Heart Association acaba de publicar un interesantísimo trabajo que sitúa el foco sobre los cuidadores y la influencia que estos ejercen en los hábitos de los niños a la hora de comer. "Aun reconociendo la importancia de la calidad y la variedad de la dieta en el desarrollo de los niños (...), los cuidadores también deben crear una estructura dentro del entorno alimentario en la que los niños puedan ser autónomos, sin comprometer una dieta saludable", explican los autores.
Así, el papel del cuidador no se reduce a poner alimentos adecuados en el plato de los niños y cerciorarse de que los consume. De la actitud que mantenga durante las comidas dependerán, en enorme medida, las costumbres que adquieran los menores. Por eso aspectos como la sensibilidad, las demostraciones de afecto, la capacidad para aceptar decisiones del niño, los niveles de control y exigencia... son aspectos absolutamente cruciales. Tomándolos en consideración, podemos hablar de cuatro estilos parentales y relacionarlos con la supervisión adulta a la hora de comer.
Los cuatro estilos parentales aplicados a la supervisión de la alimentación infantil
- Autoritario. Bajo nivel de sensibilidad, elevado nivel de exigencia. Establece límites y pone en marcha estrategias para dirigir deliberadamente los comportamientos del niño en la mesa.
. - Autorizativo o democrático. Alta sensibilidad y alta exigencia. Establece límites, pero presta atención a las señales de hambre y saciedad del niño. Apoya su autonomía y sólo interviene en su comportamiento alimentario a través de la creación de un entorno apropiado.
. - Permisivo indulgente. Alta sensibilidad, baja exigencia. No establece muchos límites a la hora de comer, ni crea una estructura sólida en el entorno alimentario. Sí respeta los mecanismos de hambre y saciedad del niño.
. - Permisivo negligente. Baja sensibilidad y baja exigencia. No presta atención a los mecanismos de hambre y saciedad del niño, ni establece límites alrededor de los alimentos y la manera de consumirlos.
Los cuatro estilos son como los extremos de un cuadrado. El estilo parental de cada cuidador se mueve en las zonas interiores del recuadro, inclinándose más hacia una punta u otra. Evidentemente, lo idóneo es aproximarse al estilo autorizativo o democrático; y para ello es preciso comprender los conceptos de sensibilidad y exigencia.
La sensibilidad bien entendida permite brindar autonomía al niño, entendiendo sus mecanismos naturales de hambre y saciedad y confiando en ellos. Además, la exigencia no se dirige única ni directamente al menor, sino al propio adulto. Es responsable de crear un ambiente y un entorno adecuados. De esta manera, y no a través de la imposición, podrá transmitir hábitos saludables al niño. Esos hábitos son las herramientas con las que gestionará su alimentación cuando ya nadie le supervise. La construcción de los mismos, por tanto, se revela como factor decisivo en la prevención de la obesidad, tanto infantil como adulta.
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Los adultos necesitamos reeducarnos para educar
"La prevención de la obesidad infantil debe incluir un componente que aborde los motivos por los que los niños tienen distintas habilidades para comenzar y dejar de comer, en respuesta a sus señales internas de hambre y saciedad", concluyen los autores del estudio citado. Como suele recordarnos el nutricionista Julio Basulto, profesor en Escuela Bitácoras, "si quieres que tu hijo aprenda a alimentarse, no insistas para que coma".
Esto implica una profunda reeducación de nosotros, los adultos; y los propios investigadores advierten que afrontarla no es tarea sencilla. Sacudirnos prejuicios, aislarnos de las expectativas, incluso estar dispuestos a aprender de nuestros peques. Al fin y al cabo, ellos sí disponen de esos mecanismos naturales de hambre y saciedad que la mayor parte de adultos los estropeamos con nuestros hábitos alimentarios.
Se trata, en resumen, de cambiar el enfoque. De derribar mitos, como la pirámide alimentaria que nos enseñaban en el colegio; o esa obsesión con la cantidad de alimento que comen desde bebés. También de ir un poco más allá, aprendiendo a distinguir entre hambre real y hambre emocional, entre otras muchas cosas. Para combatir la obesidad infantil y lograr que los esfuerzos tengan resultados sostenidos en el tiempo, acompañar y educar es más eficaz que prohibir e imponer.