Hace algún tiempo hablamos de la paradoja de la autonomía. Los padres queremos niños autónomos, insistimos en ello mientras son pequeños; pero cuando llega la adolescencia descubrimos que hemos criado jóvenes dependientes. Hay habitaciones que sólo se ordenan cuando mamá o papá se encargan. Montañas de ropa que sólo se transforman en ropa limpia si un adulto interviene. Y, por supuesto, cursos académicos que sólo progresan cuando la supervisión es constante. "La autonomía es una habilidad que los niños necesitan entrenar tanto como cualquier otra", advierte Alberto Soler en el curso «Cómo fomentar la autonomía en los niños».
Es fundamental comprender que entrenar autonomía no significa negar apoyo a un niño que lo necesita. El concepto es complejo y evoluciona a medida que madura, por eso debemos saber cómo interpretarlo en cada etapa. Desde luego, es evidente es que no le permitiremos desarrollar su autonomía si no dejamos que asuma responsabilidades. Las tareas domésticas ofrecen una enorme variedad de oportunidades para que los niños trabajen aspectos como el compromiso, el deber y el cuidado de sus seres queridos. Hay tantas cosas que hacer en un hogar que existen cometidos ajustados a todas las edades. Encargarse de algunos trabajos ayuda a los peques a entrenar su autonomía, pero también hace que se sientan útiles y tenidos en cuenta. Por eso, cuando las tareas son cosa de todos, el clima en casa es mucho más saludable.
Por qué es importante que tus hijos colaboren en las tareas domésticas desde pequeños
Si nunca has pedido a tu hijo que haga su cama, no intentes obligarle súbitamente cuando tenga catorce años. No funcionará. Lo ideal es empezar mucho antes. En cierto momento, todos los niños pequeños muestran interés por lo que hacemos: limpiar una mesa, recoger los platos, sacar la basura, hacer la colada... Sin embargo, a menudo se encuentran con que mamá o papá les dicen "tú no puedes". Es posible que un niño de dos años no pueda poner la mesa solo, pero sí puede llevar los cubiertos. Así, fomentar la autonomía puede ser algo tan sencillo como acompañar el interés en lugar de frenarlo. Preparar el ambiente ajustándolo a sus capacidades hace que resulte aún más fácil. Por ejemplo, disponiendo su dormitorio de acuerdo con el método Montessori.
¿Quieres que su habitación esté ordenada? Será más fácil si en ella no hay un montón de cosas que tu hijo no suele utilizar. ¿Es el momento de que empiece a vestirse solo? Deja la ropa a su alcance y compra prendas blandas, sencillas de poner y quitar. ¿Tiene interés en recoger la mesa después de comer? Coloca una torre de aprendizaje o un taburete que le ayude a alcanzar el fregadero. Cuando el ambiente no está repleto de obstáculos, el interés del niño hace el resto. Además, al colaborar aprenden a concentrarse y alimentan su autoestima, competencias fundamentales para su futuro.
"Cuando los padres continúan vistiendo a sus hijos después de los tres años, les están impidiendo desarrollar su responsabilidad, independencia y seguridad en sí mismos. Con ello, es menos probable que desarrollen la creencia de que son capaces. Si no creen en su propia capacidad, es menos probable que sean buenos estudiantes y es posible que no desarrollen las competencias que necesitan para tener éxito en la vida. Los niños las aprenden cuando sus padres invierten tiempo en enseñárselas y luego les permiten desarrollar su responsabilidad y su confianza en sí mismos practicándolas"
Jane Nelsen - Creadora del programa de Disciplina Positiva

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¿Qué tareas domésticas puede asumir un niño en función de su edad?
En casa hay tareas para todos. Desde aproximadamente los dos años, los niños pueden empezar a ocuparse de pequeños deberes. Como hemos visto, lo esencial es seguir sus intereses. Si le apetece pasar la aspiradora con cuatro años quizá necesite ayuda, pero no hay motivo para impedírselo hasta que cumpla siete. Por lo general, las primeras tareas que pueden asumir son las que tienen que ver consigo mismos, aquellas de las que nosotros nos encargamos mientras son bebés. Escoger su ropa y ponérsela, echarla a lavar cuando está sucia, cepillarse los dientes, frotarse con jabón en la bañera... Poco a poco y con supervisión, los niños empiezan a hacerse cargo de su higiene e imagen personal.
Entre los dos y los tres años también pueden, por ejemplo, tirar cosas a la basura o recoger sus cuentos. Con cuatro pueden estar preparados para regar plantas, limpiar una mesa después de comer o contribuir en la preparación de comidas. En torno a los seis o siete pueden plegar calcetines, sábanas y toallas, sacar la basura y guardar platos y cubiertos en su cajón. A partir de los ocho tal vez quieran ordenar la compra, poner la lavadora o barrer la cocina. Un poco más adelante llegará la preparación de comidas más complejas, la limpieza de baños, ir a hacer recados y hasta cuidar de sus hermanos pequeños.

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Herramientas para facilitar el reparto de tareas domésticas en familia
Los problemas en torno a las tareas no suelen estar relacionados con qué pueden hacer, sino con conseguir que lo hagan. Después de la explosión de intereses llegan etapas en las que, con frecuencia, aborrecen las tareas y obligaciones en casa. La conversación y la negociación son nuestras mejores aliadas para conseguir que colaboren. Los niños son más propensos a ayudar si en lugar de hacerles imposiciones permitimos que opinen y participen. Las reuniones familiares celebradas según el modelo de Disciplina Positiva generan un contexto idóneo para poner problemas y preocupaciones en común. Cuando les damos la ocasión de exponer su punto de vista, los niños son capaces de encontrar soluciones sorprendentes.
Sortear la asignación de tareas, establecer rotaciones para evitar la monotonía, colocar el reparto acordado en un lugar visible de la casa... con un poco de imaginación encontrarás estrategias para mantener a tus hijos motivados e implicados. Por supuesto, los métodos mágicos no existen. Después de un par de semanas, lo normal es que haya quejas o incluso dejadez. Esa señal indica que es el momento de volver a tratar el asunto en una reunión familiar para explorar alternativas. Al fin y al cabo, ¿no es mejor hablar tranquilamente cada quince días que discutir casi a diario por ello?