Los papás y las mamás queremos que nuestros hijos sean autónomos. Es algo que todos tenemos claro. Para crecer y desarrollarse necesitan que soltemos cuerda, que les permitamos ponerse a prueba, cometer errores, aprender y continuar avanzando. Madurar consiste en eso; y para acompañarles en el camino, lo mejor que podemos ofrecerles es nuestro apoyo, comprensión, coherencia y ejemplo. Hasta aquí la teoría, que conocemos a la perfección. Los problemas surgen a la hora de llevarla a la práctica. Si tan claros tenemos estos principios, ¿por qué se llega a un desenlace distinto tan a menudo? Los casos de jóvenes dependientes, con miedo al fracaso e incapaces de tomar decisiones son cada vez más frecuentes. ¿En qué estamos fallando?
Como es evidente, cada caso tiene sus propias peculiaridades. No existe una respuesta única y universal. Pero sí hay determinados errores comunes que muchos padres cometemos sin darnos cuenta. Quizá deberíamos preguntarnos si realmente comprendemos qué significa el concepto 'autonomía', si sabemos cómo cambia y evoluciona durante la infancia y la adolescencia. La autonomía mal entendida es origen de numerosas confusiones y problemas. Así es como acaba materializándose una paradoja. Mientras son bebés y niños pequeños, pretendemos que sean autónomos a toda costa; pero cuando se convierten en adolescentes, aceptamos (e incluso alimentamos) su dependencia.

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¿Queremos un 'bebé independiente'... o vivir más cómodos?
Cuando los niños tienen menos de 3 años, muchos padres parecen especialmente preocupados por fomentar su autonomía. No es extraño que actúen apelando a ese objetivo. Obligar al bebé a dormir solo en su propia habitación, ignorar sistemáticamente sus rabietas o incluso poner punto y final a la lactancia materna lo antes posible. Así de importante se considera que el pequeño "sea independiente".
El enfoque parece cambiar cuando se trata de otros asuntos. La mayoría prefiere darles papillas y purés que ofrecer alimentación complementaria autorregulada. Muchos niños juegan en parquecitos cerrados o tacatás, pero no disfrutan de un espacio abierto y seguro, preparado para moverse con libertad. Estas alternativas implican confiar en las capacidades del bebé... pero también son más trabajosas para los adultos.
"Solemos cometer el error de asociar mayor autonomía en los niños con mayor comodidad para nosotros como padres", explica Alberto Soler en el curso «Cómo fomentar la autonomía en los niños». La autonomía es una destreza que requiere práctica. Y por supuesto, acompañamiento y paciencia por parte de un adulto. Los niños pequeños sólo pueden avanzar en el largo camino hacia la autonomía si tienen la posibilidad de probar sus capacidades y explorar sus límites.
John Bowlby demostró que responder a las necesidades emocionales de los niños es tan importante como cubrir sus necesidades fisiológicas. A veces confundimos demandas de afecto con falta de autonomía. Sin autoestima no hay autonomía; y para adquirir confianza en sí mismos, los peques necesitan sentirse queridos, valorados y respetados. "El exceso de cariño nunca ha malcriado a nadie", apunta Carlos González en el curso «Necesidades afectivas de los niños».
Lo cierto es que un niño no puede estar demasiado mimado si no tiene lo que más desea. Y no: practicar colecho no hará que sea menos autónomo.

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¿Por qué los adolescentes evitan asumir responsabilidades?
Nos pasamos la infancia preocupados por cultivar su autonomía. Pero cuando llega la adolescencia, cuando se supone que deben empezar a volar... no sucede. Las quejas, las malas contestaciones y las constantes luchas de poder cortocircuitan la comunicación entre padres e hijos. Y desde luego, no son autónomos. Por un lado, demandan libertad y respeto a sus decisiones; pero por otro, parecen incapaces de tomar las riendas de su vida. Los estudios y los suspensos inquietan más a mamá y papá que a ellos mismos.
La autonomía es un concepto complejo y vivo. Cuando los niños son pequeños tiene que ver con descubrir sus capacidades, con completar sus procesos madurativos. A medida que crecen, su autonomía depende cada vez más de que entiendan cómo y cuándo usar esas capacidades. Podrán ser autónomos si tienen herramientas para afrontar problemas y saben gestionar las consecuencias de sus decisiones y sus actos.
Tu estilo parental determinará, en buena medida, si tu hijo se siente o no capacitado para ser independiente. Si eres demasiado controlador, por ejemplo, puedes terminar provocando que sea adicto a la aprobación. Se acostumbrará a que un juicio externo le dicte si lo que pretende hacer está bien o mal. Esto impedirá que desarrolle sus propios valores, que curta un espíritu crítico desde el que tomar decisiones libres.
La capacidad para asumir responsabilidades es parte fundamental de la autonomía. Pero, al mismo tiempo, es una habilidad que también necesita práctica. No es aconsejable que los niños alcancen la adolescencia sin trabajarla. En este sentido, el modelo de Disciplina Positiva es uno de los más eficaces. A través de recursos como las reuniones familiares podemos invitarles a tomar responsabilidades; al tiempo que les hacemos sentirse valorados y tenidos en cuenta.