Nadie en su sano juicio disfruta regañando, sermoneando, amenazando o castigando a sus hijos. Tampoco es agradable tener que sobornarles para que estudien u ordenen su cuarto. Sin embargo, a menudo acabamos recurriendo a estas 'herramientas' con un objetivo claro: modificar una conducta. A veces se trata de reducirla o anularla, por ejemplo cuando hay peleas entre hermanos. En otras ocasiones lo que pretendemos es incentivarla, caso de la dedicación y el esfuerzo en los estudios. Y generalmente, evaluamos la medida en función del resultado final. Si los hermanos pelean menos, si las notas mejoran, asumimos que el castigo o el premio han funcionado. Lo que no solemos hacer es preguntarnos qué más ha sucedido por el camino.
En el curso «Autoridad y límites», el prestigioso pediatra Carlos González nos propone reflexionar sobre los premios y los castigos también desde este punto de vista. Nos invita a pensar en algo más que en las conductas que provocamos en los niños, a poner el foco en la idea del funcionamiento del mundo que les transmitimos con nuestra forma de tratarles. Porque cuando se trata de educar, el cómo siempre cuenta; y su mensaje suele ser más importante que cualquier palabra que podamos decir. Por eso, antes de aplicar un castigo u ofrecer un premio, pensemos en los valores para la vida que estamos inculcando al niño que los recibe.
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Por qué no es buena idea ofrecer premios a los niños
Los premios son recompensas que damos a los niños cuando hacen algo que consideramos correcto. Podemos diferenciar dos grandes tipos. Por un lado están los premios prometidos, aquellos que presentamos antes de que tenga lugar la conducta. "Si esta semana te portas bien, te compraré un juego para tu videoconsola", por poner un ejemplo sencillo. Para Carlos González, el gran problema con estos premios es que "reducen la calidad moral del acto". Tu hijo no se 'portará bien' por creer que es lo correcto, sino por conseguir el videojuego. Y lo que es aún peor: estarás transmitiendo un mensaje de desconfianza, al dar por hecho que necesita un incentivo para hacer algo bueno. "Si dudas de tu hijo, él dudará de sí mismo y ni siquiera sabrá por qué hace las cosas", añade González.
En segundo lugar están los premios sorpresa. Se presentan después de que tenga lugar la conducta deseada. Su funcionamiento está científicamente probado. "Como te has portado bien esta semana, iremos al cine", puede ser un ejemplo. La calidad moral del comportamiento del niño no se reduce, porque tu hijo no se habrá portado bien para obtener esa recompensa. Sin embargo, sí queda muy afectada la calidad moral de tu comportamiento como mamá o papá. Lo que debería ser un acto de amor se convierte en un acto de interés. No iremos al cine porque sé que te gusta, ni por compartir tiempo... sino porque te has portado como yo quería. Aunque este tipo de premios funcione, ¿realmente merece la pena usarlos?
"Éticamente, creo que no tenemos derecho a usar la manipulación para conseguir que nuestros hijos hagan lo que queremos. No debemos hacer todo lo posible, sino todo lo razonable", opina Carlos González.
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Por qué no es buena idea castigar a los niños
Volvamos a la cuestión que planteábamos al comienzo. En teoría, el objetivo de un castigo es modificar una conducta. Siendo un poco más precisos, la idea es que el niño castigado comprenda que lo que ha hecho está mal, que no debe volver a hacerlo. ¿Funciona? Puede que lo haga mientras el castigo está activo. Una niña de 10 años no puede pelear con su hermano mientras le obligamos a permanecer sola en su cuarto. Pero, ¿qué sucederá con el paso de los días? ¿Realmente creemos que es el castigo lo que le llevará a meditar y buscar maneras más pacíficas de relacionarse con sus familiares?
"Una de las grandes ilusiones de la civilización occidental es la de que el castigo es eficaz como medio de control", explica el psicoanalista John Bowlby en su obra 'Vínculos afectivos: formación, desarrollo y pérdida'. Al hilo de estas palabras, Carlos González reflexiona sobre la importancia de la motivación detrás de los actos. ¿Estarían justificados los castigos sin realmente hiciesen que los niños fuesen buenas personas?
"Creo que no sólo es importante hacer lo correcto, sino hacer lo correcto por el motivo correcto. Una buena persona no hace el bien porque le ofrezcan un premio, sino porque sabe que es lo que debe hacer. Lo haría igual aunque nadie le ofreciese un premio. Una buena persona no se abstiene de hacer el mal porque tenga miedo al castigo, sino porque sabe lo que es correcto. Yo enseño a mis hijos que el bien se hace sin esperar ningún premio y que no se hace el mal se tenga o no miedo al castigo".
Carlos González | Curso «Autoridad y límites»
Como explica Jane Nelsen, creadora del modelo de Disciplina Positiva, "eliminar el castigo no significa dejar que los niños hagan lo que les apetezca". Se trata de buscar alternativas. Porque en el fondo, lo que queremos no es hacerles sentir mal por haberse equivocado, sino mostrarles por qué es mejor hacer las cosas de otro modo. En los cursos sobre autoridad de Escuela Bitácoras encontrarás alternativas propuestas por expertos reconocidos. No está en nuestra mano elegir el comportamiento de los niños, pero sí lo que nosotros hacemos al respecto. De nuestras decisiones dependerá la calidad y fortaleza del vínculo que nos une a ellos.