La vida es un camino de errores. Nadie puede evitar cometerlos, pero todos podemos decidir qué hacemos con ellos. Se trata de escoger qué metemos en la mochila: la culpa, la vergüenza o el miedo que nos produce habernos equivocado, o bien la enseñanza que contiene cada tropiezo. Lo primero supone cargarnos con un peso que puede llegar a impedirnos avanzar. Lo segundo, en cambio, no hará que el camino resulte más sencillo, pero sí bastante más enriquecedor. Es una decisión que está en la mano de cada persona. Pero para quienes somos mamás, papás o educadores, es también -y sobre todo- una responsabilidad. Una de las importantes. Porque lo que hacemos con los errores, con los propios y con los que cometen los niños que educamos, es lo que les enseña a cargar su mochila de miedo, culpa y vergüenza o bien de aprendizajes.
Nunca insistiremos lo suficiente en la enorme trascendencia que el ejemplo tiene en la educación de los niños. No sólo educamos con lo que les decimos, sino también -y sobre todo- con lo que hacemos y con la manera en que lo hacemos. De nada servirá que expliques a tu hijo que no debe arrojar la toalla cuando se equivoca, si lo que observa a diario es que tú te dejas llevar por la frustración cada vez que algo no sale tal como esperabas. O, peor todavía, si comprueba que reaccionas enfadándote, vengándote o humillándole cuando es él quien mete la pata.

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¿Qué haces cuando tus hijos cometen un error?
Es probable que en este momento consideres que este post no es para ti. Que tengas la certeza de que tú jamás reaccionas de este modo, al menos no con una frecuencia preocupante. Pensemos en una situación verídica, en alguna ocasión en que tu hijo 'se portó mal' y reaccionaste con cierta severidad. Por ejemplo, imagina que has sorprendido a tu hija de 4 años desperdigando papel higiénico por todo el cuarto de baño. "¿Pero qué has hecho, Carlota? ¡Lo has estropeado todo! Eres un desastre". Muchos padres podríamos reaccionar con palabras parecidas, elevando el tono y mirando a Carlota con enfado. Tal vez propondríamos un castigo. Puedes dedicar unos minutos a pensar en lo que habrías hecho tú en estas circunstancias u otras comparables. Es un saludable ejercicio de autoobservación.
Ahora hazte una pregunta. ¿Qué objetivo tenemos en mente cuando reaccionamos así? "Yo lo hice por su bien, para que aprenda y mejore". La mayoría de mamás y papás llegamos a una conclusión similar a esta. Nadie puede poner en duda que las buenas intenciones suelen guiar nuestros actos. El problema es que la intención no es lo único que cuenta en este caso. Cuando corregimos a los niños desde la severidad tendemos a concentrar nuestra atención en el ahora y olvidamos por completo las enseñanzas a largo plazo. O, dicho de otra forma, hacemos ver a ese niño que lo que nos importa es el error cometido y no aquello que podemos aprender de él.
"En nuestra sociedad nos enseñan a avergonzarnos de los errores. Todos somos imperfectos. Lo que necesitamos es reunir el valor para modificar nuestras creencias debilitantes sobre la imperfección. Este es uno de los conceptos que más nos cuesta aceptar. No existe un ser humano perfecto en este planeta y aún así todo el mundo se exige perfección a sí mismo y a los demás, en especial a los niños".
Jane Nelsen, creadora del programa de Disciplina Positiva.
En el ejemplo anterior, Carlota tendrá claro que ha metido la pata y que ha decepcionado a sus padres. Poco más. El problema no es que la niña no sepa qué debe hacer la próxima vez. Seguramente sí lo sepa. El problema es que con nuestra reacción le estamos enseñando un montón de cosas mucho más importantes que el uso correcto del papel higiénico.
"Nos portamos irrespetuosamente, nos portamos mal en un intento de enseñar respeto. Estamos más interesados en que el niño 'pague' culpándolo, avergonzándolo o haciéndolo sufrir por lo que ha hecho. No pensamos en cómo va a afectarle a largo plazo", sostiene la psicóloga y educadora Jane Nelsen, creadora del programa de Disciplina Positiva.

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¿Qué aprenden tus hijos cuando corriges sus errores?
La infancia es una etapa de formación de la personalidad. Los niños y las niñas aprenden constantemente sobre sí mismos, sobre quiénes son, sobre sus capacidades y sus límites. No son conscientes de ello, pero extraen conclusiones con cada experiencia, por irrelevante que parezca a ojos de un adulto. Y por supuesto, nuestra Carlota también toma buena nota cuando le corregimos diciendo que "lo has estropeado todo, eres un desastre".
"Algunos niños deciden que son malos o ineptos. Otros deciden que no deberían asumir riesgos por temor a la humillación si sus intentos no alcanzan la perfección. Demasiados deciden convertirse en adictos a la aprobación externa e intentan complacer a los adultos, pagando un precio muy elevado a costa de su autoestima. Y algunos deciden que disimularán sus errores y harán todo lo que puedan para evitar que los pillen. ¿Son estos mensajes y decisiones saludables y favorecedores para un desarrollo productivo de competencias para la vida?", se pregunta Jane Nelsen.
El papel higiénico ya está desperdigado por el cuarto de baño. No hay manera de volver atrás. Por supuesto, nadie en su sano juicio propondría no hacer nada y sonreír como si la niña no hubiese hecho algo indebido. Pero sí podemos esforzarnos por dejar algún aprendizaje, por insignificante que parezca, en la mochila de Carlota. Puedes estar seguro de que tendrá toda la vida para aprender a fustigarse con sus errores. "Incluso cuando los niños no sienten culpa, vergüenza ni dolor, parecen sacar su autocrítica de alguna parte. A menudo deciden enteramente por su cuenta que deberían ser más perfectos de lo que son. Necesitamos enseñarles reiteradamente que los errores son oportunidades maravillosas para aprender", concluye Nelsen.

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Los padres transmitimos miedo al error porque tenemos pánico a equivocarnos
Todos estamos de acuerdo en que preferimos que Carlota aprenda y no que se castigue por sus errores. Entonces, ¿por qué nos concentramos en el error y no en la oportunidad de aprender? Con frecuencia, esto ocurre porque también nosotros tenemos miedo a equivocarnos. Tenemos miedo a lo que otros padres piensen de nosotros al vernos, a que el niño no aprenda nunca a comportarse mejor, a ser demasiado permisivos... muchas veces, incluso miedo a no ser buenos educadores. En resumen, pánico al error. Como señalábamos antes, nos obsesionamos con ser perfectos aun sabiendo que nadie lo es.
Contagiamos miedo al error porque tenemos pánico a equivocarnos. Y no podemos enseñar a los niños que un error es una excelente oportunidad de aprender si en realidad no estamos dispuestos a aprender de los errores. No sólo de algunos: de todos los errores, tanto de los propios como los que ellos cometan, tanto de los graves como de los aparentemente insignificantes. Aprender juntos, empezando por nosotros mismos, sin centrarnos sólo en que ellos aprendan y lo hagan mejor la próxima vez. Porque educar a un hijo consiste en eso: en cambiar para acompañarle, no en cambiarle para que nos siga ciegamente.
"A veces cometemos errores como padres. Tenemos que tomar responsabilidad consciente y no culpa. Debemos responsabilizarnos sin miedo ni culpa, afrontándolos como oportunidades de aprendizaje", explica Bei M. Muñoz, profesora del curso «Disciplina Positiva» en Escuela Bitácoras. Como puedes comprobar, no se propone prescindir de la severidad y permitir que los niños hagan lo que les apetezca con el pretexto de no herirles. Se trata de educar y cuidar vínculos desde el equilibrio entre amabilidad y firmeza. Porque eso será lo que llene su mochila de las competencias que necesitan para ser felices.